Notas sobre la obra de Pushkin: Eugenio Oneguin


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Escribe: Elvis Cotrado | Cultural - 19 Apr 2015


Es característico de Pushkin (1799-1837) incrustar un epígrafe antes de comenzar algún cuento o episodio. En este caso, lo anotado al comienzo del capítulo primero es profético: ¡Esa sed de vivir mucho en poco tiempo![1] En efecto, Pushkin vivió sólo 38 años y su temprano deceso recuerda al poeta Lensky de su gran novela.[2]

Eugenio Oneguin es una pieza magistral de la literatura rusa y universal en cuanto que sus proezas rebasan las fronteras eslavas. Los personajes se construyen casi a la perfección —podemos excusarnos para esto recordando algunas omisiones narrativas—, tanto Eugenio como Tatiana Larin constituyen una dualidad psíquica: Tatiana es soñadora, romántica e ingenua en sus años de primera juventud; Eugenio es noble, astuto, experimentado para asuntos que conciernen a la ciencia del amor; tórnase por ello apático, de modo que siempre está hastiado de la vida y los placeres del gran mundo. Si bien Tatiana es por naturaleza —y no por experiencia— abúlica, el desencanto presente en ella hacia la sociedad y sus maneras superficiales y frívolas, puede que merced a su carácter romántico, no se origine en su amplia vitalidad como en Oneguin, sino en su disposición innata al romanticismo como respuesta a los valores establecidos y ese “espíritu de la época”. Tatiana es más estimable y digna de una opinión favorable que otros personajes; sus virtudes son diferentes y superlativas respecto de Oneguin, por eso, aunque trágico el final, es ella quien más cambia y, por tanto, quien más sabiduría denota.

Debido a que el cambio de Oneguin, vamos a decirlo para contrastar el hecho, se consigue mediante llana experiencia, y en tal proceso no hace más que cumplir un ciclo regresivo: de aleccionar a Tatiana cuando ésta le escribe una carta de amor, es “aleccionado” por ella en el umbral de su ocaso. Debido a estas experiencias, decía, es que Oneguin se desequilibra en cuanto a esas “virtudes” que decía esperar. Su cambio, en suma, no es tan importante como el de Tatiana, esa Tatiana que creía Oneguin le haría perderse y, sin embargo, admitámoslo, no esperábamos no hiciera concesiones con el retocado amor a destiempo de Eugenio Oneguin. Verifiquemos estos versos para contrastar tal “aleccionamiento” por parte de ambos; sigue Eugenio:

Felicidad… Mi alma siempre
la ha renunciado. No soy digno
de sus virtudes apreciables.

Eugenio quiere decirnos que la felicidad no puede abrir la libre vía hacia “virtudes” mejores y más vitales que las virtudes “apreciables”, comunes.

Luego estos versos de la “cambiada” Tatiana:

¿Recuerda usted aquel encuentro
en la alameda, en el parque?
¿Recuerda cómo aleccionaba
a mí, sumisa? Ha llegado
mi turno de hacer lo mismo.
¿Qué le impulsa a usted,
sensible e inteligente,
a arrodillarse a mis pies
y a convertirse en esclavo
de un sentimiento miserable?[3]

Si Eugenio rechazó a Tatiana en tiempos pasados y ahora, al amar a la “diosa”, desecha a esa muchacha humilde, enamorada y tímida otrora juvenil, no es culpa suya, es un amor a destiempo; mas esta tragedia sentimental, aunque predecible, marca el itinerario estético de las pasiones del alma humana, y eso nos sobrecoge e importa ante todo.

Eugenio es un dandi cansado de los placeres mundanos, está aburrido de la vida, como otros personajes. La estructura narrativa, con la fina lira de Pushkin, hace que el poema adquiera la precisión estética adecuada al tema, cuya notabilidad es patente en sus momentos más álgidos. Existen dos pasajes cruciales de la novela en los cuales el efecto estético se repite en Oneguin recordando el oprobio de Tatiana; es esta cualidad la que matiza y supera cualquier tipo de crítica banal que sugiera una novela de estructura simplona cuando dicen que el argumento de Eugenio Oneguin carece de grandes giros. Se equivocan, no caben dudas, esas gentes que esperan “complicaciones y giros” bruscos en las tramas. Una trama deja de ser trivial y más bien cobra excelsitud si el poeta que maneja los tonos y las cuerdas de tal lira es un Pushkin. Así, no hay, pues, tema trillado o repetición burda si el que escribe está poseído por la devoción al trabajo de su obra, y Pushkin escribió durante siete años su poema.

Palabras aparte merece la muerte del poeta Vladímir Lensky. Su temprana muerte se da en circunstancias absurdas, cuando en sus fueros Oneguin sabe que puede aún evitar algún desenlace fatal. Pero no ocurre así. Este bardo mozo, en acto poético, redacta versos que prefiguran su valentía y aceptación del olvido en el Leteo, lugar de la mitología griega adonde van los poetas olvidados si cabe su lugar para tal. (Posteriormente se aprecia las nuevas cortes que recibe su novia de otros hombres, cortes que le halagan y a las cuales corresponde.) Y si Oneguin cae derrumbado en la pesadumbre por motivo de sus exequias, no es porque se trate de la muerte de cualquier mozuelo petimetre: se trata de un gran amigo, se trata del óbito de un poeta que produce indescriptible remordimiento al héroe de Pushkin. La naturaleza humana y sus designios son un misterio, de ahí que se admira más al amigo en cuanto más virtud denote su mocedad y, del mismo modo, cuanto más juicioso y sabio es el amigo mayor. Se entiende que por ello, y no por razón de menor fuerza, Oneguin decida su excomunión del mundo.

Respecto de La dama de pique o La hija del capitán, o sus relatos más logrados, entre ellos algunos cuentos de Iván Petrovich Belkin, Eugenio Oneguin se constituye como la obra maestra de Pushkin. Esto no quiere decir, obviamente, que el logro estético alcanzado en relatos como Noches egipcias o los antecitados no sea legítimo y plausible. Porque Alexandr Pushkin es un genuino maestro de la literatura (de ahí que cultivara prácticamente todos los géneros), porque el corpus de su literatura tórnase discutible en cuanto a preeminencias de la prosa o el verso es que le admiramos en lo formal y abarcable, pero esto seguramente no es ya tan importante cuando experimentamos el placer de leer a este autor. Mas a pesar de estas vanas disquisiciones, y en cuanto es unánimemente considerado el soporte, junto con Gógol, de la gran literatura rusa, debemos declarar que sus decisivas técnicas narrativas (precisión y sencillez) dejan el camino a seguir, o que La dama de pique, por ejemplo, configura de por sí, si es que lo vislumbra un lector atento, la primigenia novela psicológica (aunque el psicologismo de Pushkin sea aún incipiente respecto de autores posteriores, hecho que, en todo caso, obedece más al creador que innova que al que desarrolla lo ya creado). Ya Pushkin decía que “llegará lejos el que sepa tachar su obra” (se refiere a la técnica narrativa que sugiere), y advirtiendo estos pormenores, señalados anteriormente, junto a la maestría “técnica” de su lira en La hija del capitán (novela que se muestra indulgente con Yemelian Pugachov, villano rebelde de la historia rusa), podemos proclamarle, con justicia, máximo poeta ruso y precursor genuino de la gran literatura rusa. Eso es todo, otro tipo de tareas corresponde a críticos, como señala el poeta en uno de los últimos versos de Eugenio Oneguin.

[1] Viazemsky (1792-1878), poeta y crítico ruso, amigo de Pushkin. [2] Obligación mía es aclarar el asunto. En la estrofa LV del capítulo primero, el poeta, participando momentáneamente de la trama, dice lo siguiente, a propósito de su diferencia con Eugenio: «Yo, al contrario, he nacido para un vivir tranquilo; suena mi lira con mayor dulzura en el silencio aldeano». Y, en efecto, como en Novela en cartas, fragmento inconcluso cuyo título fue dado por los editores, el público provinciano, a decir de las cartas de Liza a Sasha, prefiere a Pushkin sin bacilar como éste a aquél. Luego, en la estrofa LVI, sigue este verso: «Nunca dejo de subrayar que entre Oneguin y yo hay mucha diferencia […]». Vemos, ahora, que de ningún modo el héroe de la novela tiene algo de su creador, ya que Oneguin se muestra claramente como un hombre de mundo. [3] Eugenio Oneguin, Alexander Pushkin, Cátedra, Madrid, 2005, ed. y trad. de Mijaíl Chilikov.

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