Hurgando la otra mirada de Luis Pacho


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Escribe: Feliciano Padilla | Cultural - 05 Jul 2015

Luis Pacho acaba de publicar un conjunto de narraciones con el título “LA OTRA MIRADA” en la editorial Hijos de la Lluvia. La edición es excelente. Muestra en la portada una casa vetusta con paredes y puerta carcomidas por el tiempo. Este paratexto nos lleva a suponer que es el espacio simbólico donde se conservaba el recuerdo de historias familiares y laborales que, por un impulso irreductible de emociones disímiles, emergen incontenibles para habitar por tiempo indefinido en la mente de sus amigos y lectores. Las paredes y la puerta vetusta son el resquicio de un repositorio por donde se ingresa para conmovernos con nueve historias ligadas unas con otras en el mismo espacio. Estas historias son la memoria de quienes la habitaron, visitaron o miraron simplemente. Por eso, las narraciones están articuladas a la vida del escritor o a la vida de una comunidad de personas vinculadas por un quehacer común: los estudios para ejercer una profesión y la labor cumplida en el magisterio. Por tal razón, al comenzar este comentario, subrayo dos aspectos: el espacio, una parte pequeña del gran escenario aymara, conocido por el mismo personaje-narrador y la nostalgia con que, años después, se aproxima a tales episodios. Esta hipótesis nos lleva a develar que el personaje de casi todos los cuentos es el alter ego de Luis Pacho y, por otra, que el tejido de estos mundos, acciones y personajes, pertenecen a la memoria colectiva de aquellas poblaciones.

Afirmar que el personaje principal es el alter ego de Luis Pacho no es, de ninguna manera, rebajar la calidad de sus narraciones. El alter ego ha sido usado en cuentos y novelas desde tiempos antiguos. Recordemos al niño y al joven Ernesto, de Los Ríos Profundos y El Sexto, del gran narrador peruano José María Arguedas. En concreto, esta técnica se utiliza cuando el narrador es representado en la historia por un personaje que piensa, habla y hace como pudiera haber hecho el propio escritor. Este es el concepto que se tiene del alter ego en literatura; aunque, desde una perspectiva sicológica, puede significar la otra personalidad de un ser humano, en cuyo caso se estaría hablando de una anomalía sicopatológica. Pero no es el caso. Aquí estamos hablando de literatura, vale decir, de un personaje que eventualmente podría representar al narrador. Es más, la presencia del alter ego no convierte a la narración en un texto totalmente autobiográfico. No; de ninguna manera. La narración en un constructo ficticio; es decir, una ficción, aunque proceda de la realidad. El narrador, en cualquier caso, utiliza recursos técnicos para que la narración, procediendo de la imaginación, parezca real o imaginada, si procede de la realidad.

La mayoría de los relatos hablan de la vida azarosa de los profesores de la zona aymara; de la toma de decisión que hicieron para seguir la carrera de educación y de la labor sacrificada que cumplen los maestros en espacios hostiles desde un punto de vista geográfico; de su vocación de servicio y sus sueldos irrisorios, sus alegrías y sus tristezas, sus amores furtivos y sus decepciones, sus aspiraciones y sus frustraciones. Las narraciones, a través de escenas llenas de intensidad, nos van llevando de la mano para conocer y solidarizarnos con su labor no siempre bien valorada y, en algunos casos, ni siquiera valorada por el propio personaje que exclama: ”Estudiaré en la Facultad de Derecho para no ser un quedado”.

El cuento “La otra mirada” que es el que da título a la obra permite hacer una comparación entre la profesora Magda y Leyla. Magda es una profesora que llena los ojos lujuriosos de todos los maestros de su entorno, por su talla, senos abultados, su colita levantada y por ser conversadora. En cambio, Leyla es pequeña, delgada y bastante callada. El desarrollo de la acción nos va mostrando la tozudez y frivolidad de la primera y la madurez e inteligencia de la segunda. El narrador, siguiendo la mirada generalizada de sus colegas que centraban su atención sobre Magda, soñaba, a veces, acariciando las partes más atractivas de aquella portentosa mujer; sin embargo, al final, con otra mirada más afinada, resultó eligiendo a la profesora Leyla, quien llega a ser su esposa.

El cuento “Camino de Calasaya” parece insertar un componente de la cultura aymara, algo así como que el camino de Calasaya es un sendero que lleva a la muerte. Al igual que el escenario de la mayoría de sus cuentos está constituido por cabañas con techos de paja y otras de calamina, donde todo parece oler a pobreza y olvido, es innegable que estas descripciones tienen una intencionalidad querellante, denunciadora más que afectiva o sentimental. Deduzco que el camino de Calasaya es el camino de la muerte, porque en las escenas del último párrafo el profesor está muerto, pero puede ver aún las lágrimas de su esposa y la expresión de su infinito amor, acurrucándose sobre su pecho inerte.

Las visiones desde una situación de muerte del narrador-personaje se observan también en el relato “En nombre del hijo”. El narrador, luego de ser atropellado por un camión en el momento en que iba al encuentro de su amor, camina o pasea desorientado por espacios antes recorridos. Busca a su amor, busca senderos y busca a la propia vida, que parece desvanecerse ante sus ojos, hasta que lee un periódico de fecha pasada, donde se entera que ha muerto junto con su pareja; sin embargo, como no quiere perder la esperanza de vivir, termina diciendo: La mujer de la fotografía eres tú, pero, ¿quién es el hombre que yace a tu lado?

Esta situación del narrador muerto que atestigua desde el más allá cosas que están sucediendo a su alrededor se observa, también, en “El último cuento”: El narrador, aparentemente, tenía más confianza en que su cuento citadino ganara una distinción y no así su relato andino. Sin embargo, las cosas suceden al revés. El primero gana una distinción de poco valor y el segundo el Premio Casa de las Américas de Cuba. Desde su situación de muerto, se entera de esta buena noticia y ve que su amigo Víctor Villegas se apresta a leer el cuento andino en el evento “Contar al Lago”, organizado por jóvenes narradores. Al final, el relato podría tomarse como un homenaje a la literatura andina.

Si algo hay que reclamar al libro, es el no haber insertado en su historias las luchas permanentes que protagoniza el magisterio, el comportamiento de los maestros y de sus dirigentes, las luchas ideológicas que se producen a su interior, la desorganización y el caos en que han devenido las famosas huelgas del otrora glorioso Sutep. Hay una sola referencia al respecto en el cuento “Distancias”, donde el profesor es suspendido 18 meses en su trabajo por haber participado en una acción sindical. No obstante ello, es solo una información y no el relato de las acciones mismas.

Personalmente, considero que su cuento más logrado es “Horas de retorno”, por el dramatismo de la historia, la tensión que sostiene al cuento de modo permanente, la estructura bien diseñada, los personajes debidamente perfilados y toda la atmósfera que ayuda a redondear la historia.

Como en todo texto, hay aspectos que afinar y escenas donde apretar más la pluma, pero esto no quita la calidad del primer libro de cuentos del poeta Luis Pacho.


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