Sobre cómo filmar una película es más que una aventura sangrienta



Escribe: J. CARLOS FLORES | Cultural - 29 Nov 2015

En el Perú, filmar una película puede representar una travesía mayor a la fantasía que se quiere plasmar. No se lea lo siguiente como la historia de la producción de una sola película, sino de todas que conocemos y vimos cómodamente desde nuestra butaca.


Oscar Catacora y Dulio Palomino son dos amigos que miraban cine, saboreaban cine, hablaban de cine; y, por supuesto, que soñaban con cine. Durante años, mientras Oscar se dio tiempo de cursar 9 semestres de la escuela de comunicación y Dulio se ganaba la vida como docente de esa misma carrera, en la UNAP hablaron de producir una película... y siguieron hablando.

Hablar de cine simplemente es lo más económico. Producir una cinta, al menos en nuestro medio, puede significar una casa embargada, un empleo abandonado y el futuro del cineasta puesto en manos del espectador. Uno no puede pensar en mantener una familia haciendo cine, por ejemplo.

Como dos globos hinchados en fantasías cinematográficas, Dulio y Oscar continuaron soñando con su película, hasta que llegó una mujer. Son habituales las experiencias donde el hombre es el emprendedor por excelencia y la mujer es como un ancla que los sujeta en el suelo.

“¡Plazos señores!”, fue la consigna de Élida. Ella, más que una comunicadora, también es una apasionada por el cine. Entre el decir y hacer existe un mar de temores, dificultades e impedimentos, y había que dar el paso, pero ¿qué película hacer?

Una cinta cinematográfica está en medio camino entre una pintura de Picasso y una pasta de dientes; tiene de inspiración artística y de frío cálculo pecuniario. Una película puede ser una obra maestra, pero si el espectador no paga por verla, es muy probable que el creador no pueda volver a dedicarse al cine.

Por esas razones, Aventura Sangrienta no nació en un delirio de creador, sino como una receta de comida. Iniciaba el año 2014 y el título, “Aventura Sangrienta”, estaba lejos de mencionarse.

Sus creadores la describen como una película de horror psicológico en donde un grupo de jóvenes, cuyas edades oscilan entre los 18 y 24 años, tienen que hacerle frente a un villano peculiar que escucha música clásica mientras trabaja en su arte macabro. Las protagonistas masculinos tienen cada cual su personalidad: introvertidos, conservadores, atrevidos y más.

Como se puede notar, las mujeres bellas son el gancho, la variedad de personalidades en varones y mujeres busca identificación. El miedo es la emoción favorita de quien quiere ir a una sala de cine. La receta está hecha jóvenes que gustan ver de una buena película en una salida de amigos o de pareja.

Esto se supo bien luego de una investigación de mercado. Eran mediados del 2014 y lo único que sabían los creadores es que había que hacer una película de terror dirigido a jóvenes. La idea inicial nació como un reflejo de varias películas de terror. Un grupo de jóvenes tenían que viajar y hacerle frente algo maligno. Oscar Catacora vino con la idea. Pero había que hacer algo para reeditar esta idea.

Toda historia es un pequeño universo que tiene que ser construido con detalle. Con mucha seguridad, toda película nació en la soledad de una sala saturada de humo de cigarro o, quizá, con quintales de coca chanchada por uno o dos tipos que se devanaban los sesos en busca de una historia y unos personajes que conquisten al público.

Dulio y Oscar no fuman, pero su adicción enfermiza es el cine. Iniciaron el proceso de guionización a mediados del 2014. Se reunían al acabar sus jornadas; a veces desde las 4 de la tarde y a veces a las 6, usualmente se quedaban hasta las 3 de la mañana. Cuentan que a veces terminaban viendo películas o hablando de directores y películas, pero para eso estaba Elida. “¡Plazos, señores!”, sonó nuevamente.

Catacora cuenta que, en cierta ocasión, una señora reveló el lado delincuencial de los Kusillos. En noches de fiesta, dijo, grupos de estos personajes cometen desmanes y secuestran a una señorita para violarla, como si la máscara de este personaje fuera una licencia para la locura.

Por esto, la primera idea era poner un Kusillo perverso, pero en el transcurso del proceso de escritura, al personaje andino se le agregarían rasgos occidentales y ecos de Hannibal Lecter. Un buen personaje se arma desde lo huesos, tiene personalidad, defectos, capacidades, estatura y hasta lunares. Lo curioso es que, por regla general, los villanos son más complejos que las personas bondadosas, tal como lo comprobaron.

Quizá un villano es más fascinante porque contiene la parte de nuestra personalidad, que siempre está a la sombra, oculto por nuestro deseo de ser bien vistos. Nuestra envidia, agresividad o lujuria son tan nuestras como nuestro cariño o nuestra solidaridad, pero solo pueden saltar o aplaudir cuando una película los muestra en primer plano, representados por drácula o Jóquer.

En estos asuntos estuvieron sumidos durante más de un año, en los que guionizaron cerca de 90 escenas y dieron vida a una veintena de personajes. La película será consumida en 90 minutos, lo mismo que un partido de fútbol y, tal como la mejor jugada que es fruto de años de entrenamiento, las escenas de las buenas películas también son fruto de horas de trabajo acumulado.

Entre desvelos, el guión de la película estuvo lista al finalizar el año 2014. La productora Elida Heredia tuvo la ayuda de Mayda Lope Astete, para la revisión del guión.

Imagine usted el diálogo: Sujeto A: “¡La flaca de Roberto está buenaza!”, a lo que el sujeto B responde: “¡Ay, qué envidia!”. Este tipo de cosas se encuentran en la revisión y, luego de las correcciones, solo causan carcajadas.

Tener un guión no implica tener una película. Si alguien juntara la cantidad de guiones que jamás fueron películas es muy probable que obtenga un volumen suficiente para formar un relleno sanitario. La dificultad a superar es el dinero. El presupuesto inicial para la película fue calculado en 30 mil soles, pero conforme avanzaban los preparativos, el presupuesto aumentó hasta llegar a los 80 mil soles. Es como ir al mercado con 30 soles y darse cuenta de que se necesitarán 80.

Los creadores de la película renunciaron a comprarse algún electrodoméstico, un terreno, abrir un negocio o realizar cualquier inversión que les garantice mayor estabilidad económica. El cine no es una inversión segura, pero la decisión estaba hecha.

A inicios de este año, el equipo de producción de cerca a 50 personas, entre actores, técnicos y personal de apoyo, la misma cantidad de paquetes de equipos de filmación y demás enseres, se pusieron en marcha. Elida estaba a cargo de manejar y organizar dicha expedición.

La filmación duró 30 días en Juli y algunas semanas adicionales en varias partes de la región. Contar los pormenores sería motivo de otro trabajo. Basta con decir que los responsables redujeron sus horas de sueño a tres o cuatro...

Mirando con ingenuidad, es increíble que tal cantidad de esfuerzo y recursos puedan estar contenidos en un disco de plástico. El material para la proyección de una película no entra precisamente en un disco.

El problema de tener un película hecha es distribuirla. La inversión para esto puede ser incluso similar a la de la distribución. Dulio cuenta que algunos distribuidores pusieron una cantidad nada despreciable de dinero por su película a cambio de renunciar a los derechos sobre la misma, o que la oferta fue la mitad de las ganancias a cambio de que una empresa se haga a cargo de la distribución.

Tratándose de creaciones artísticas, en varios casos el sacrificio o la dedicación no son proporcionales con la aceptación de lo creado. El gusto es completamente indiferente al sacrificio puesto en una pintura, por ejemplo.

En la actualidad, los productores están frente al problema que atraviesan varios cineastas peruanos: tener una película hecha en las manos y no poder entregarla al público. La edición se hace con paciencia. Finalmente, debemos añadir que el hijo de dos años de Dulio y Elida es uno de los primeros en ver el resultado final, cada vez que entra a la sala de edición.


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