Requiem por el templo de Tintiri


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Escribe: Los Andes | Cultural - 06 Mar 2016


El lamentable derrumbe de una de las torres del templo de Tintiri es de absoluta responsabilidad del Estado Peruano. Pero la pregunta que emerge del fondo de los hechos es: ¿Existe acaso el Estado Peruano? Sí, pero para acosar a la gran mayoría de ciudadanos que sobreviven en medio de una realidad sórdida y dolorosa. No, al haber limitado sus funciones para beneficiar a quienes llegaron al poder desde la nefasta administración de Alberto Fujimori Fujimori. En otras palabras, el neoliberalismo impuesto desde una Constitución apócrifa, participación de transnacionales y la CONFIEP, han destruido al Estado Peruano.

Entonces, se trata de la ausencia de una política cultural e inexistentes acciones para proteger el patrimonio cultural. El Ministerio de Cultura es un ente burocrático anodino. No tiene capacidad ni autoridad para exigir que se realicen las mínimas acciones para impedir la depredación del patrimonio cultural. Todo estaba anunciado y previsto, ahora solo falta que haya tres derrumbes más para que el templo de Tintiri desaparezca. Lamentablemente eso ocurrirá y nada podrá impedir que el templo milenario, un día no lejano, sea solo escombros.

¿Cuántos templos y capillas han desaparecido en el Perú durante los últimos cien años? No hay estadísticas. ¿Cuántos retablos, pinturas, esculturas y campanas han sido sistemáticamente sustraídos? Nadie sabe nada. ¿Cuántos libros antiguos e incunables han sido robados de los templos y capillas? ¿Dónde están las campanas de la torre del templo Santiago de Huancané? Mucha gente que sabía ha muerto, pero ese hecho no se ha borrado de la memoria social.

En efecto, al lado izquierdo del frontis del templo Santiago de Huancané, hacia 1650, se terminó de construir una torre de más de veinte metros de altura que albergaba una campana grande llamada María Angola. Pero además había otras tres pequeñas que acompañaban en los tañidos que conocía la población hasta la desaparición de las cuatro campanas. En vez de la antigua torre, curas norteamericanos mandaron a construir dos torres asimétricas, deformes y sin ninguna armonía ni proporción de volúmenes en relación al frontis y sólido arquitectónico cuerpo del templo Santiago.

Pero no solo eso, sino que antes se ordenó la destrucción de la capilla situada en la esquina de la calle Lima con la Plaza de Armas. También desaparecieron las cuatro campanas pequeñas de la torre; el terreno adyacente fue invadido por un vecino que oficiaba de tinterillo, quien amplió el área de su vivienda de modo que el material de la torre sirvió para construir las paredes. ¿Quién ordenó destruir la torre del templo Santiago de Huancané? ¿A dónde fueron a parar las campanas? El terreno de la capilla fue convertido en un salón de proyección de películas, conferencias y centro de adoctrinamiento de niños para convertirlos sistemáticamente en cristianos dóciles, obedientes y sumisos.

La campana llamada María Angola de Huancané era administrada por un anciano de apellido Parodi, quien conservaba una serie de partituras para las diferentes formas y modos de tocar la campana principal acompañada de otras tres. De modo que los acontecimientos sociales eran transmitidos por el repique de campanas, así se podía conocer que alguien había fallecido, anunciaba el nacimiento de niños y llegada de personajes importantes. Lo más musical eran las llamadas para las celebraciones de las misas de fiestas patronales.

El anciano Parodi, de unos 80 años, subía con dificultad las gradas de la torre, razón por la que adoptó a un joven a quien le enseñaba a repicar las campanas. Las partituras estaban conservadas en un viejo baúl de madera construido expresamente para guardar los rollos que se “leían”, en una especie de rodillo donde cada “pieza musical”, era a la vez desenrollaba, despacio, con armonía, por una persona que ayudaba en el “Canto de la campanas”. La torre destruida guardaba una maravillosa armonía arquitectónica, parecía un poema rural construido por manos aymaras que sí conocían, el equilibrio cósmico entre el paisaje y la geografía.

De acuerdo a la mentalidad colonial impuesta y sostenida por la Iglesia Católica, a la hora del Ángelus, las campanas del templo Santiago emitían una oración metálica que era escuchada y celebrada por una pequeña población de mestizos y agricultores. El sonido de las campanas de ahora, que han sustituido a la María Angola y las otras pequeñas campanas de Huancané, se escucha como un lamento y una queja contra el saqueo y paulatino desmantelamiento de lo que fue uno de los templos más hermosos y ricos en pintura colonial.

Pero lo que ocurre con el templo de Tintiri, además de ser una ofensa a la dignidad nacional y memoria social, representa una forma de administración que no le importa el Perú esencial. Hace muchos años que los templos de Juli esperan ser atendidos y por más gestiones que se han hecho, nada se ha podido conseguir para detener una desaparición anunciada. ¿Por qué la Iglesia Católica, que es una entidad transnacional, no invierte en la preservación y recuperación de los templos en proceso de extinción?

De allí la necesidad de insistir en la urgente tarea de la redacción una nueva Constitución Política del Perú, a cargo de una Asamblea Constituyente, que entre otras tareas tenga la creación de una política cultural coherente. Mientras tanto, muchos templos como el Tintiri se derrumbarán ante la indiferencia de ministros de Cultura, Educación, Economía, el Congreso de la República, Consejo de Ministros y del propio presidente de nuestra República criolla, colonial. Y es mucho más lamentable ahora que la mayoría de los candidatos a la presidencia de la República no tengan en cuenta este tema vital e importante. Desgraciadamente, en pleno siglo XXI, el Perú se parece a Tintiri, el neoliberalismo brutal e inhumano nos han ha convertido en una ruina, desde cuyos escombros todavía es posible reclamar un derecho irrenunciable. (José Luis Ayala)


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