Educación rural: precario panorama de la escuela rural en la región Puno


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Escribe: Zenaida Carcausto | Educación - 17 Aug 2014

Educación rural: precario panorama de la escuela rural en Puno
Educación rural: precario panorama de la escuela rural en Puno

Un poco de coca y timolina antes de emprender el viaje, dos horas de trocha en un bus que se dirige a Juncal, ocupado en su mayoría por maestros de escuelas rurales. Guadalupe Mamani Tisnado y Marina Arenas Soto son dos de ellos. Ellas descienden en la zona denominada Saltiani, desvío hacia la I.E.P. 70703 del centro poblado de Andamarca, perteneciente a Mañazo, distrito con 5 mil 537 habitantes, de los cuales 65,4% viven en el área rural y 34,6% el área urbana.

Son las seis de la mañana; dos horas y media de caminata les espera más adelante, mientras el aliento se congela en las chalinas que abrigan sus gargantas a una altitud de 3 926 m.s.n.m. avanzan sin quejarse. Esta es su rutina de cada lunes, levantarse a las tres de la mañana para subir al único bus que las traslada al desvío, y andar por los caminos gastados de soledad, con paisaje de quebradas y llanuras cubiertas por ichu y liquen. En media hora de camino ven la primera casita del camino, la casa de Mario Acero Ticona, padre de dos de sus alumnos y el presidente de APAFA.

En dos horas más llegan a su destino, una escuela multigrado con 8 niños de lengua materna quechua matriculados. Ambas docentes son responsables de tres grados cada una, Marina enseña de primero a tercero y tiene un alumno en cada grado y Guadalupe cinco niños en los tres grados superiores. “Planificar el trabajo para tres grados es trabajoso pero el maestro como es artista tiene que ingeniárselas, nosotros tenemos que abandonar muchas cosas en nuestro hogar para darles a ellos”, dice Marina, quien junto a su colega tienen que residir en la escuela de lunes a viernes.

Como esta escuela, en el departamento de Puno existen 1122 escuelas rurales más, 34 mil 313 alumnos de lengua originaria quechua o aymara matriculados y 3155 docentes trabajando en ellas.

Marina cuenta que cuando llegó se dio con muchas sorpresas ingratas; la escuela en la actualidad no cuenta con agua, desagüe y mucho menos fluido eléctrico. “Es una pena que a pesar de que esta institución tiene las XO (laptop) no cuente siquiera con un panel solar, de vez en cuando nosotras cargamos una batería pero como es una distancia lejana, de vez en cuando no más”.

Por otro lado, tienen que lidiar con las limitaciones de sus propios niños que son de lengua materna quechua y tienen un castellano muy pobre, por lo que deben adecuar la enseñanza a su contexto. “A veces estos niños, como no conocen la ciudad tienen muchas limitaciones, recuerdo cuando les enseñe la lecto-escritura traje una lámina de una vaca y los niños pintaron la vaca de color rojo, ahí me di cuenta que los niños no conocen una vaca”.

La mayoría de estos alumnos tienen que recorrer grandes trechos para llegar a la escuela. “Mis niños caminan hasta cuatro horas, vienen desde lejos casi desde Mañazo; saldrán a eso de las cinco de la mañana aquí llegan entre las diez, diez y media, llegan cansados no sabemos si desayunan. Entonces optamos por prepararles un buen desayuno y ellos aguantan hasta las tres de la tarde, luego salimos a preparar el almuerzo, les hacemos almorzar y después los que se quieren ir se van, con los que se quedan avanzamos la lectura y después les damos su cena y duermen. Constante se están quedando dos niños, pero a veces se quedan cuatro o seis”.
Además, el apoyo de los padres a la educación de sus hijos no es el más deseado según comenta Marina. “El apoyo de los papás no es como en la ciudades, será por el contexto, los papás se dedican al pastoreo de sus alpacas, ellos van de cabaña en cabaña buscando el pasto para los animales y dejan a sus niños solos, ellos simplemente los mandan a la escuela y piensan que eso es todo, habrá uno que se interesa y el resto nada”.

“Es muy triste trabajar acá, comparado con la escuela donde trabajaba antes, era más acogedor, aquí no, los niños están abandonados por sus padres”, comenta Guadalupe. Por su parte don Mario, presidente de APAFA, manifiesta, “los niños no viven cerca de sus padres porque en esta zona alta vivimos distantes, entonces a los niños los ponemos más cerca de la escuela y algunos papás viven más lejos y no están en contacto con sus hijos, yo soy de San Antonio de Esquilache, sino que me vine acá por mis niños porque es más cerca a la escuela. Mis hijos caminan casi 8 kilómetros en dos horas y media”.

En consecuencia el resultado es un aprendizaje lento y de un nivel bajo, “comparando con un niño de la ciudad, sinceramente no están a ese nivel, porque aquí no hay computadoras, no tienen luz y no hay las facilidades, nosotros tenemos que partir de sus vivencias para trabajar cuatro, cinco temas en todas las áreas”, dice Marina; a su vez Guadalupe afirma, “su aprendizaje es lento, los niños que yo enseño tercero, cuarto y quinto, no tienen buena base, no captan, no entienden la lectura, entonces yo tengo que enseñarles a silabear, yo no puedo avanzar a lo que yo quiero, porque si yo corro el niño se va a quedar”.

Si ya de por si la educación primaria es difícil de concretar, el nivel secundario es más restringido aún, “en esta comunidad no hay secundaria, lo más cercano es San Antonio de Esquilache o Mañazo, es posible que de los que egresen el 30% siga la secundaria, para los demás es suficiente saber leer y escribir y ya están educados, más están pensando en el pastoreo y sus animales”, afirma la profesora Marina.

Como si no fuera suficiente en esta comunidad no hay derecho de enfermarse pues las políticas de salud brillan por su ausencia, “no hay acompañamiento en salud, a veces nos da tanta tristeza estar tan lejos, en caso ocurra una emergencia que hacemos. No hay apoyo si quiera que vengan las autoridades”, lamenta Guadalupe.

Don Mario relata, “centro de salud no hay, las veces que he ido a Mañazo, ellos no atienden, dicen tal fecha puede venir pero tampoco. Los hijos de la comunidad carecen de eso, hasta sus papás van y el presidente de la comunidad va, pero igual no les hacen caso. Cualquier emergencia tendríamos que esperar horas aquí, se podría llevar en moto, pero el camino no está afianzado, tendríamos que esperar a que llegue la ayuda”.

Después de haber entregado las tareas por vacaciones a sus alumnos y con la premura del retraso, siendo las once de la mañana, las profesoras emprendieron la caminata de regreso hacia el desvío para tomar el único auto que las llevaría a Puno, el cual pasaría a las doce y media; iniciaron el retorno con pocas esperanzas de llegar a tiempo y con el miedo de quedarse varadas en la carretera. Entonces la camioneta de un candidato político a la alcaldía de Mañazo llegó a la asamblea que sostenían los comuneros de Andamarca en la escuela, y después de hacer unas cuantas promesas aceptan trasladar a las aventureras profesoras.

Aquella no sería la primera vez que hubieran viajado en una movilidad extraña, ya antes lo hicieron en motos, en tolvas de camión y en lo que se pudiera debido a la escasez de movilidad por esta zona y todo ello motivadas por ver el fruto de ese esfuerzo concretado en el saber de sus niños. “Una de mis niñas empezó el año pasado conmigo y veo ahora que está bien, esos saberes que yo le doy ella los asimila bien, porque tiene ese interés de superarse”, concluyó entre lágrimas la profesora Marina.

Esta es quizá la vivencia de los 260 mil 014 alumnos de lenguas maternas originarias, matriculados en las 6 mil 308 escuelas primarias ubicadas casi en un 100% en zonas rurales a nivel nacional, junto a los 16 mil 761 docentes que trabajan en ellas. Mejorar el nivel de los profesores, mejorar la infraestructura, mejorar la calidad de aprendizaje con bonos para las escuelas que logren mejores calificaciones y “modernizar” la gestión educativa; fueron las promesas del presidente Ollanta Humala en su último mensaje a la nación. Cuán retorcidas habrían sonado sus palabras en los oídos de un niño que se levanta a las cinco de la mañana para atravesar cuatro horas de llanuras camino a su escuela y hacia un destino incierto.


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