Tuesday 23.04.2024 | Actualizado 11:08 (hace 1989 días)
La bloguista Shelley Wright cita a George Ritzer que denominó "McDonaldización" al proceso por el cual los principios de la industria de comida rápida están llegando a dominar cada vez más sectores del mundo (The McDonaldization of Education: the rise of slow 16/08/2014). Lamentablemente, nuestro sistema educativo está profundamente influenciado por la "necesidad de velocidad" que, según Ritzer, tiene cuatro características: eficiencia, previsibilidad, calculabilidad (resultados cuantificables) y control.
La McDonaldización pretende acabar con cualquier ineficiencia en el aprendizaje, e intenta reducirlo a una mercancía que se puede empaquetar, comercializar y vender. El aprendizaje se reduce a una línea de montaje en el que las cosas se homogenizan tanto como sea posible, bajo una visión mecanicista de la vida y cómo aprenden las personas, pese a que este es un proceso orgánico y diverso. Esta eficiencia también va de la mano con idea de que los profesores pueden ser sustituidos (por ejemplo por los videos de Khan Academy), y que los tamaños de la clase pueden crecer si se usan métodos masivos eficientes habida cuenta que suponen que la transmisión de la información es la parte más importante del aprendizaje.
La pregunta es: ¿se puede formar ciudadanos reflexivos, éticos, evaluadores críticos de la realidad cuando se les educa como consumidores y el aprendizaje se trata como un producto más para ser consumidos? Con ello se anula la creatividad, curiosidad, se cultiva la previsibilidad y la estandarización de los planes de estudios, con lo que se distancia del interés del estudiante que solo debe ser capaz de mostrar una cierta habilidad o conocimiento en cierto tiempo.
¿No tiene más sentido una educación paciente que les permite a los niños participar en un aprendizaje significativo y comunitario y les dé la oportunidad de explorar temas sociales ayudándolos a convertirse en ciudadanos éticos, en vez de meros consumidores? Se trata de una educación sensible a las necesidades reales de los estudiantes, que les enseña a aprender y a beneficiarse de una evaluación formativa que les permite reflexionar sobre su aprendizaje, averiguar cómo crear mejor, asumiendo los errores y fracasos como partes naturales del proceso de aprendizaje más que como eventos de los niños por los que deben ser juzgados y censurados.
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