Wancho Lima o los límites de lo real maravilloso


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Escribe: Federico García | Nacional - 28 Apr 2013

FOTO: panoramio.com
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Yo soy un indio de treinta años de acero
forjado en el yunque de la meseta andina.
Me amamantó un torvo ventisquero
y fue mi cuna blanda una pétrea colina.

El bello poema de Dante Nava sintetiza la cosmovisión y la cultura, de quechuas y aymaras que pueblan el altiplano, los valles interandinos, la jalca, la puna y la cordillera. El yatiri puneño José Luís Ayala, poeta y filósofo por añadidura, tiene en su haber casi un centenar de libros, entre novelas, cuentos, obras dramáticas y estudios especializados. Esta vez afinó la puntería, y ha puesto en circulación una obra sobre aquella memorable historia de “Wancho Lima”, primera capital de los aymaras, y la masacre que tiño de rojo la región de Huancané en 1923.

No todos tenemos el nivel de información y la acuciosidad del intelectual y periodista puneño, que se especializó en temas de su querencia, ocurridas en una aldea perdida en el inmenso territorio sur andino. Los acontecimientos que narra en la nueva edición de su cronivela— como apetece que lo llamen, parece un relato de la literatura de ficción o un episodio más de lo real maravilloso en este país de todas las sangres, donde lo inverosímil se torna en lo cotidiano si no estuviera teñido por la tragedia, pan del día para el pueblo que lo sustenta.

Ayala se torna un escritor de pluma acerada cuando relata el cruel martirio que tuvo que soportar Fernandito, el niño de 12 años, hijo menor del Inca, cuando sus padres eran asesinados en la plaza Auqaypata del Cusco, que desde aquel día aciago de 1781 los quechuas de todas las épocas, lo rebautizaron como Waqaypata o sea “Plaza de las lágrimas”. No es menos intenso el relato del levantamiento popular e indígena que protagonizaron los comuneros de Wancho, “marka” aymara que tuvo lugar durante el gobierno de “La Patria Nueva” que presidió don Augusto B. Leguía.

La masacre, pues se trata de una verdadera masacre, la que protagonizó un grupo no precisado de soldados del régimen del Ocenio, dirigidos por un militar de nombre Luis Vinatea y los propios terratenientes (gamonales en la jerga popular), que reprimieron el levantamiento a sangre y fuego. No se sabe el número exacto de muertos pero la tradición oral prevalente en Huancané le asigna un número mucho mayor de víctimas, precisamente porque no hay modo alguno de certificar los hechos que navegan entre la historia y la leyenda.

El historiador José Tamayo Herrera, asigna total verosimilitud a los hechos narrados por el yatiri aymara en su cronivela“Wancho Lima”, puesta en circulación en 1989 y reeditada posteriormente. El texto de fácil lectura forma parte del imaginario popular prevalente a pesar de los años. Los sucesos narrados por Ayala pueden leerse con apasionamiento pues lindan con la verdad histórica y la tradición oral en un país desconocido cuyas vigas maestras se mantienen intactas pese a la desidia y el desamor de los profetas del exterminio.

Tamayo glosa en el prólogo de la segunda edición lo siguiente:
“La rebelión de Wancho Lima es original porque fue en principio pacífica. Los comuneros vinieron a Lima y solicitaron una entrevista con el Presidente Leguía, quien poseído por su demagogia indigenista, los recibió y parece que los autorizó a fundar un poblado en donde vivieran libres de las prestaciones personales con las que debían servir, a los “notables” del distrito de Huancané, y que los campesinos indígenas tomaron al pie de la letra, sin darse cuenta que esta presunta autorización no era sino parte de la demagogia del presidente”

Agrega Tamayo: “Los campesinos creyeron lo que llamaban “generosa orden del presidente Leguía, y fundaron la población de Wancho Lima, con el nombre de “La Ciudad de las Nieves”, y se establecieron allí, cortando toda relación laboral y comercial con los “notables” del distrito de Huancané, rompiendo todas las relaciones serviles que venían desde el incanato y la colonia”

Pablo Macera y el propio Amauta José Carlos Mariátegui no fueron ajenos a la pesquisa que José Luis Ayala recupera con la contundencia de un hecho comprobado. En la revista “Labor” puede encontrarse una crónica de los acontecimientos luctuosos de Huancané, que el propio Basadre corrobora con su sapiencia habitual. Ayala se dedicó a investigar el tema en profundidad y aportó en su libro documentos que inciden con las causas de la rebelión, en un paisaje bucólico signado por el genocidio. Dice por ejemplo que los terratenientes del distrito puneño, dedicados principalmente a la agricultura y a la cría de ganado lanar, recusaron el mandato presidencial y comenzaron a organizar la resistencia, temerosos de perder sus privilegios. Del archivo de Ayala, se transcriben las actas:

“Es posible –dice—que sólo se citó a los dueños de haciendas y no así a personas que eran dueñas de las llamadas “quintas”, es decir pequeños y medianos propietarios dedicados principalmente a la producción alimentaria. Esa exclusión se produjo porque no tenían conflictos con los campesinos que trabajaban como pastores, labradores, regantes, o trabajadores domésticos. En las quintas se hacían trabajos de agricultura a poca escala, siempre con una remuneración llamada jornal, (jurka en quechua) que les abastecía de coca, sal y alimentos principalmente”

“En cambio, en las haciendas había un régimen de esclavitud, donde se cometían abusos, crímenes, y explotación inhumana. Ningún mediano o pequeño propietario fue tomado en cuenta para la convocatoria. Los hacendados, en la primera sesión, acordaron: Uno: Solicitar al supremo gobierno, plenas garantías para la vida y salud de los propietarios legítimos de las haciendas; Dos: Suprimir y prohibir organizaciones sindicales de la indiada porque constituyen amenaza a la estabilidad del gobierno legítimamente constituido; Tres: Autorizar la formación de parte de La Liga de Propietarios, la creación de un destacamento armado, que garantice la tranquilidad pública y de las fronteras…; Seis: En caso de ataque seremos pasto de incendios, saqueos y robos –declararon los “gamonales”-- La indiada ha amenazado con destruir los pueblos como ya lo hicieron una vez Inti Condorena y el desalmado Pedro Vilca Apaza"

En relación a la saga de “Wancho Lima”, Ayala señala que el grupo que logró la independencia en 1821 no ayudó a las comunidades ni devolvió las tierras a sus legítimos propietarios, más bien reforzó el poder de criollos, mestizos y caciques que lucraban con sus privilegios. Los hacendados expandieron sus fundos a base de la usurpación de las tierras comuneras y sin número de abusos perpetrado contra quechuas y aymaras que resistían a la exacción de sus tierras. Los “gamonales” eran dueños de vidas y haciendas sin cortapisa alguna que limitara su poder.

Es importante anotar –como explicita José Luis Ayala-- que los comuneros de Huancané al ver la ciudad de Lima donde fueron para entrevistarse con el Presidente Candamo y plantear sus reclamaciones, se dieron con la noticia de que el mandatario había muerto y existía un nuevo mandatario. Dispuestos a retomar las acciones llegaron al palacio de gobierno y fueron recibidos con cordialidad, premunidos de planos para construir, en el pueblo de Wancho, una ciudad semejante a la capital. El proyecto fue más allá de los planos pues querían innovar la estructura política y social de Puno con autonomía de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, además de crear colegios, mercados y servicios adecuados a una verdadera capital. Ella se llamaría “Wancho Lima”

El Movimiento tenía como líder a Carlos Condorena Yujra, y un grupo de comprovincianos donde destacaban Mariano Paqo Mamani y Rita Puma. La visión estratégica de esos adelantados era la liquidación del gamonalismo en la región de Puno. El breve interregno democrático que había propiciado don Augusto B. Leguía, con el beneplácito de los propios comuneros, terminó abruptamente cuando el domingo 16 de diciembre de 1923 a las 10 de la mañana, el mayor Luis Vinatea, al mando de 350 soldados, por órdenes del presidente, irrumpió en el pueblo de Wancho desatando una masacre. Se dice que en ese olvidado lugar de la provincia y de la historia, fueron acribillados más de dos mil campesinos.

El domingo de esa suerte de ordalía era día de mercado y los comuneros estaban desarmados y los pobladores “hacían la plaza” utilizando el sistema de trueque por productos, mientras los dirigentes resolvían asuntos propios de la comunidad. Cuando comenzó la balacera quedaron tendidos en la plaza y en las callejas adyacentes un número indeterminado de cadáveres. La represión siguió ensañándose con los sobrevivientes, muchos fueron apresados y trasladados al local del concejo provincial de Huancané por orden de Vinatea, que disponía el fusilamiento de los revoltosos previa torturas y vejámenes a la que eran sometidos. Mariano Paqo logró salvarse zambulléndose en el río Cocahuta y luego se presentó en Lima para mostrar las cicatrices de la masacre.

Este relato debido a la pluma del yatiri aymara y su perseverante búsqueda de hechos desconocidos que es necesario rescatar del olvido, es que el 16 de diciembre de 1923 una aldea indígena del pueblo de Huancané, “La ciudad de las nieves” o “Wancho Lima” que imaginaron los aymaras fue reducida a escombros y la capital de la república Tawantinsuyana quedó en el recuerdo, y hoy vuelve a la vida gracias al trabajo acucioso del escritor qolla.

De Luis Vinatea nadie se acuerda, pero el magnicidio que provocó ese hombre de mala entraña que justificaba sus tropelías alegando la necesidad de vigilar y reprimir a los indios a fin de evitar futuros actos de rebelión que pudiera perpetrar una masa ignara, movida por intereses subalternos contrarios al buen gobierno y al progreso de los pueblos. Este acto cruel de parte del Estado Peruano, ha sido registrado también por Wilfredo Kapsoli, Antonio Rengifo, Leoncio Mamani Coaquira, Wilson Reátegui, Pablo Macera, José Luis Rénique y José Luis Velásquez Garambel. José Luis Ayala le puso el punto final.


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