Parejas peruanas y chilenas demuestran que amor no tiene fronteras


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Escribe: Andina | Nacional - 25 Jan 2014


A solo dos días del Fallo de la Corte de La Haya, dos matrimonios entre ciudadanos peruanos y chilenos demuestran con sus historias que la integración no solo es política sino familiar, humana y cotidiana, pero sobre todo que el amor no tiene fronteras.

Ese es el caso de las parejas Uribe-Castro y Herrera-Plucker, quienes viven en el Perú con sus hijos, preparan ají de gallina o tallarín verde en sus almuerzos familiares y hasta votan en elecciones municipales al haberse nacionalizado una de ellas.

UNO

A Ana María Uribe González y Mario Castro Benavente los unió la aventura, pero sobre todo el destino. Ella salió de Santiago de Chile hace 33 años en busca de las alturas de Machu Picchu inspirada por el poema del escritor Pablo Neruda. Ya había visitado algunos países de este continente y consideraba que el Perú debía conocerlo cuanto antes.

Unos amigos en Chile le recomendaron ir a la casa de una amiga peruana en Lince (Lima), antes de visitar el Cusco, sin saber que allí encontraría a Mario. "Debía quedarme ocho días allí para luego dirigirme en avión hacia la ciudad imperial, pero me quedé dos semanas. Me encantó que (Mario) fuera mataperro, loco, cruzaba el zanjón de un extremo a otro y me invitaba a seguirlo", recuerda Ana María.

Lo que confiesa Mario es que esa fue una estrategia para conquistarla porque bastó sólo con mirarla para saber que era la mujer de su vida. "Me cogió indefenso" confiesa. Ese día, tenía en su mano un reloj que debía llevar a arreglar. No lo hizo porque prefirió ser el guía de la invitada y llevarla a conocer la ciudad limeña.

Como toda pareja han tenido sus problemas, pero ninguno de ellos originado por el hecho de ser peruano él y ella chilena, cuentan, aunque a Mario su padre lo formó con cierto encono hacia Chile, y en el colegio público Alfonso Ugarte, donde fue brigadier durante su adolescencia, cuenta que recibió un poco de lo mismo.

Eso no amilanó sus sentimientos hacia Ana María. Pero cuando visitó por primera vez el país del sur para conocer a los que serían sus suegros meses después del flechazo, pensó que lo iban a maltratar u ofender. "Nada de eso ocurrió, por el contrario desde Arica fueron siempre amables conmigo", comenta.

A ella en cambio nada la asustó, no le enseñaron a tener prejuicios contra el Perú y no tuvo dificultad para elegirlo como pareja. Lo que sí ocurrió, es que durante los primeros 15 años de matrimonio no perdió oportunidad para convencerlo de dejar su tierra natal para asentarse con la familia, dos hijas mujeres además, en suelo mapochimo. Tal vez -confiesa- porque ser hija única y la "tierra jala". Pero tiró la toalla cuando comprendió que no podía ir contra la corriente.

En estos años Mario ha visitado Chile sólo dos veces. Ana María ya perdió la cuenta. Igual están felices. Pero ella confiesa que, a diferencia de muchas compatriotas suyas en Lima, ella no tiene DNI y sigue usando Carné de Extranjería. Sostiene que es para facilitar sus visitas a otros países.

El próximo Fallo de la Corte de la Haya es una oportunidad -dice Ana María- para meditar sobre lo innecesario que son las fronteras, la visa y el pago de algún trámite para que las poblaciones de ambos países se visiten.

Para Mario, es una ocasión para que ambos pueblos se lleven bien y no continúen llevando sobre sus hombros los conflictos que no resolvieron sus antecesores. "A peruanos y chilenos nos une nuestro pasado, la geografía y sobre todo la posibilidad de vernos como iguales".

DOS

La relación entre Hilda Rosa Herrera Muñoz (55) y Eduardo Antonio Plucker Oses (55) se nutre desde hace 35 años. Su vocación de servicio y su compromiso con los niños, niñas y adolescentes pobres de Chile y Perú los juntó en un encuentro latinoamericano de jóvenes.

La Casa de Jesús Obrero, en el distrito de Surquillo, fue el escenario de esa efervescencia católica. Era 1978, el Perú retomaba al camino de la democracia y en Chile se consolidaba un gobierno militar.

Durante la misa de inauguración, Eduardo, vecino y activista de la zona detuvo su mirada en una menuda jovencita de peinado exuberante. "Me acerqué a conocerla y durante nuestra conversación noté que tenía un dejo para hablar. Eres chilena, argentina o charapa, le pregunté y soltó una carcajada”.

Así sellaron una amistad que supera las tres décadas. Porque Eduardo, previsor como lo es hasta hoy, para asegurarse que la conversación no quedara sólo en eso, llamó a un amigo para cantar algunas cancioncitas de protesta del Grupo Quilapayum e Intillimani para atrapar el corazón de Hilda.

Aunque ese día no concretaron nada, los siguientes años no perdieron contacto, se volvieron a ver en otros encuentros y continuaron escribiendo cartas. A esta mujer con nombre de vals le gustaron los detalles y el romanticismo de este peruano mulato.

"Inclusive me declaré por carta, en una tarjeta de Navidad. Escribiendo ese texto me di cuenta de que ella era importante para mí", recuerda. Hasta que llegó enero de 1980, se llevaba a cabo otra actividad latinoamericana de jóvenes católicos y la musa del sur cogió el teléfono para avisarle sin rodeos que regresaba a Lima.

Se reencontraron, cuál historia de amor, sin posibilidad de expresar abiertamente sus sentimientos porque en esos años era imposible hacerlo. Pero las horas de conversación que tuvieron ese día, a pesar que nunca dejaron de comunicarse desde que se conocieron, les bastó para darse cuenta de que sintonizaban en todo, comenta Eduardo.

En 1982, luego de treinta días de vacaciones que Hilda buscó “para pellizcar el producto” como cuenta, decidió regresar a Perú y quedarse. "Ocupó mi vida totalmente", dice Eduardo. Desde entonces están juntos. Se casaron seis meses después, fueron padres de una parejita, y pronto serán abuelos. Su hijo les dará ese gusto.

¿El secreto? la tolerancia, como le ocurre a muchas parejas que sobrepasan las tres décadas de convivencia. El ser chilena ella y peruano él no afectó su relación. Hilda tiene nacionalidad peruana y su primera experiencia de ejercicio cívico con DNI en mano fue participar en las elecciones municipales de 1985.

Además, se ha especializado en preparar tallarín verde, pero le encanta más hacer ají de gallina. En sus desayunos han incorporado la tomaticada, un preparado chileno que consiste en juntar tomate, ajo y huevo revuelto.

Sobre el diferendo marítimo, Hilda sostiene que le preocupa la situación en la que pueden quedar las personas que viven de la actividad pesquera en esa zona.

Eduardo más bien cree que se cerrará una forma de relacionarse con Chile, para abrirse otra en donde el vínculo será más parejo. “Hemos construido una familia latinoamericana. Esa fue nuestra apuesta. Una familia unida y sin fronteras".

"Ella ganó dos patrias y yo tomar vino tinto seco. Estamos en tiempo de cosecha", agrega Eduardo.


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