Del ande a las barriadas: andinos invadiendo las metrópolis


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Escribe: Rolando Waldo Gomez Poma | Nacional - 26 Jul 2015

“160 españoles y 60 caballos, sin ayuda de nadie, pudieron conquistar el Imperio Andino, compuesto de varios miles de soldados y de millones de pobladores, en un tiempo relativamente muy corto. Esto ha hecho meditar a muchos investigadores. ¿Cómo explicarse que un puñado de invasores españoles hayan derrotado a miles de soldados andinos y luego subyugar a millones de peruanos? ¿Cómo pudo un grupillo de aventureros aplastar a un imperio tan poderoso? ¿Cómo explicar el avasallamiento del Tahuantinsuyu en uno o dos años, a lo más?” (La Destrucción del Imperio de los Incas / Waldemar Espinoza S.)


El cisma fundacional de la colonia hispana en el nuevo continente, a manos del puerquero Francisco Pizarro y sus secuaces, punto de inicio para la exclusión de las raíces de los pobladores incaicos, que llegó al holocausto en todos los sentidos, así como la intromisión de la Santa Inquisición, resultaron al final de una evolución cultural nata del continente andino, perjudicial y hasta nocivo, porque los ciudadanos de hoy somos amorfos y apátridas, a raíz del resultado de la mezcla de razas y creencias, aunque en las culturas aymaras y quechuas del sur patrio aún tratan de cultivar las ancestrales formas de convivencia y tradición; por ello, la lengua es su principal arma, sucesivamente lo preceden sus costumbres y sus danzas, que paulatinamente tienen presencia en las principales actividades festivas de sus pueblos jóvenes, inclusive son la sensación.

Es así que los nativos andinos, herederos del Imperio Inca, son relegados a las punas, zonas agrestes y de difícil acceso, porque los invasores se apropian de extensas tierras destinadas para la agricultura, con la sola amenaza de la cruz y la espada. Los incaicos buscan refugio en sus creencias y conocimientos de la cosmovisión andina y, aunque ya no tengan las ubérrimas tierras a su disposición, se contentan con las precarias formas de producción, pese a tener que pasar necesidades alimenticias, porque desean vivir lejos de los hombres blancos. Muchos de ellos continúan con sus ideas de libertar a sus congéneres, que allí abajo son considerados bestias de carga o prostitutas; ese resquicio de identidad, hasta la fecha, no sucumbe. Nuestros abuelos en las casuchas de paja y piedra, rememoran el horror de la vida de los nativos a manos de los hispanos. “El curaca Cristóbal Xulca Cóndor se lamenta porque las tierras de que disponen sus súbditos no son ahora tan buenas como las que ellos estaban acostumbrados a cultivar en otras épocas, porque los españoles se apropiaron de las mejores cuando fundaron esta ciudad”, dice en el texto “Sociedad e Ideología; Ensayos de Historia y Antropología Andina”, de Nathan Wachtel.

Con la independencia y los caudillos enfrascados en lograr el poder, el mundo andino y sus nativos sobrevivientes al holocausto del reino hispano y el dogma católico, son ajenos a las discusiones independentistas, porque no entienden de qué se trata la propuesta monárquica, la república o el protectorado; para nuestros hermanos oriundos que hablan quechua, aymara, shipibo,… la noticia de independencia no fue más que un cambio de “amo”, porque hasta la fecha siguen creyendo que son esclavos del “Estado” porque no tienen seguridad en la tenencia de sus tierras y, más al contrario, a la forma de gobierno que tenemos en pleno siglo XXI lo catalogan como contrario a sus intereses, y la única forma de subsistir es la invasión por temporadas a las grandes urbes, como peones o mano de obra barata, entendiendo que la agricultura y la ganadería en las zonas altoandinas son estacionales y que la inversión a gran escala en sistemas de irrigación se realizan en la costa peruana. “Las obligaciones del indio de tributar a la Corona o al encomendero, de pagar diezmos a la Iglesia por los productos agropecuarios de origen europeo, de cumplir con la mita, se agregaba el repartimiento para forzar a esta población a ofrecer su trabajo y el producto del mismo a un ‘precio’ por debajo del ‘mercado libre’”, dice en “Clases, Estado y Nación en el Perú”, de Julio Cotler.

Pero la realidad del mundo andino es mucho más compleja que las propuestas técnicas de lucha contra la pobreza que el Estado centralista implementa, donde las personas con mayor conchudez son las que prosperan y siempre los honestos siguen relegados. Si miramos las ciudades cosmopolitas del Perú, claramente podremos identificar la migración de los pobladores andinos a las grandes urbes, porque en las comunidades no encuentran el pan de cada día, no hay oportunidad de empleo; o, si hay, es con remuneración casi miserable, aunque si se dedican a la minería ilegal fácilmente pueden atiborrar sus alforjas que luego esas ganancias no las pueden ingresar en el mercado común; pero sí en el mercado negro, donde los costos se reducen de manera sustancial, por ende la migración a las grandes ciudades, como peones, es lo más visible, por ello el campo hoy en día está poblado por personas de la tercera edad o mujeres con menores de edad, siendo vulnerables a los problemas que la vida les acarrea; abandonados a su suerte, en el campo educacional fácilmente se reconvierten a la ignorancia (analfabetismo funcional), el acceso a la salud es casi nulo, porque los agentes sanitarios no se acercan a esta población o abandonan sus puestos de trabajo con facilidad y no existe un apoyo coordinado entre las entidades de desarrollo social, porque no existe una focalización efectiva.

A raíz de las deficientes formas de invertir el dinero proveniente del erario nacional en los gobiernos locales y regionales, el Estado peruano re centralizó los procesos de inversión en obras públicas, el mismo que genera una serie de dificultades en la culminación de los proyectos de inversión; en las obras licitadas por el Ejecutivo nacional, más del 90 por ciento de los empresarios siempre tramitan “adicionales” y las infraestructuras entregadas no tienen la calidad esperada ni la durabilidad proyectada, por ello se colige que existe un festín de dinero (en el decenio fujimontesinista, la construcción de los colegios se fueron cayendo conforme se inauguraban las obras, las licitaciones tenían como elemento sustancial el incremento desmesurado del proyecto inicial; todo, pues, parece ser cierto: “la plata llega sola”, conforme lo dijo en su oportunidad el ex presidente Alan García) que se destina para los negociados y donde siempre salen perdiendo los pobladores; son estos pobladores los que deciden su voto, porque los candidatos los encandilan con sus propuestas maniqueas y algunos regalitos, que es aceptado por nuestros hermanos del campo, porque dicen que ellos “nada pierden”.

Entonces, en la rememoración de un año más del grito libertario de la capital nacional, donde los peruanos nos henchimos de emoción y blandimos orondos el pendón nacional, aunque tratamos de olvidar los sismos y cismas fundacionales, solo esperamos que las políticas económicas no sean esquivas a nuestros intereses y que nosotros también somos parte de esta patria llamada Perú, y queremos insertarnos en la vida política; las movilizaciones por querer respeto a nuestros intereses no son contra el estado de derecho, sino porque buscamos el cumplimiento de nuestros derechos (entendiendo que la carta magna nos identifica como sujetos de derecho y sus principios elementales se basan en la dignidad humana) aunque no entendamos que la economía de extremo libre mercado nos está asfixiando, porque los pobres cada vez son más pobres y los ricos más ricos, no obstante las estadísticas indiquen lo contrario. En estas Fiestas Patrias los pobladores del ande elevamos la mirada al cielo y pedimos un nuevo contrato social y ese contrato tiene que equilibrar la economía, atendiendo al llamado del Santo Padre. Feliz 28.


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