La contradicción principal en la segunda vuelta electoral


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Escribe: Luis F. Vilcatoma Salas | Nacional - 22 May 2016


En el decurso de la campaña electoral para la segunda vuelta, es indudable ya, a todas luces, el reverdecimiento del antifujimorismo como una forma de expresión política contestataria cada vez más militante, en contra de la prolongación -en el tiempo- del fujimorismo fundacional de ingrata recordación para millones de peruanos que sobrellevaron los años de dictadura y corrupción del ingeniero Alberto Fujimori.

El antifujimorismo, en ese sentido, se ha convertido en la conciencia y praxis protestataria contra una forma absolutamente dañosa de determinados sectores de la derecha política y económica en el Perú, ávida del control absoluto del poder, al cual quieren regresar mediante el fujimorismo, para continuar con su enriquecimiento envilecido, irregular e ilegal; la destrucción de toda forma de oposición política, recurriendo a la emporquerización de conciencias o a la represión física de los adversarios políticos; la compra de medios de comunicación para convertirlos en simples cajas de resonancia del poder instalado fáctica y formalmente en la Casa de Pizarro; la centralización del aparato estatal, diluyendo autoritariamente las regiones y gobiernos regionales y gobiernos regionales del país; la imposición de un “modelo” económico de neoliberalismo “chicha”, preñado de un neopopulismo atosigante e instrumentalista para reproducirse eternamente en el poder del Estado, y el crecimiento del narcotráfico en la política como un virus mutante que va apoderándose malignamente de todos los órganos del Estado, empezando por sus niveles más altos de dirección, como es el Congreso de la República, al punto que algunos analistas serios han comenzado a hablar de la política en el Perú como una narcopolítica y el riesgo evidente de que el Estado, en sus manos -las manos del fujimorismo-, corre el riesgo de metamorfosearse igualmente en un narco Estado.

El fujimorismo se empezó a construir en los años 90, desde la cúpula del poder en manos del autócrata Alberto Fujimori, inicialmente en el círculo de la panaka Fujimori, varios de los cuales evadidos hasta hoy de la justicia peruana y refugiados en el Japón (los tíos de Keiko Fujimori); y luego, en un espectro más grande, impelido por un variopinto grupo de personajes civiles y militares, técnicos y empresarios, que idearon, organizaron y dieron cuerpo y sustancia al fujimorismo actual conducido por la Primera Dama de la nación en aquella época y hoy candidata a la Presidencia de la República: Keiko Fujimori; todo ello en el contexto de un manejo arbitrario del poder compartido estrechamente con Vladimiro Montesinos, juzgado y encarcelado por 25 años, siniestro personaje este, enredado hasta el tuétano en la apropiación ilícita de los recursos del Estado y el narcotráfico internacional, tal como es relatado por Sally Bowin y Jane Holligan en su estupendo libro titulado “El espía imperfecto. La telaraña siniestra de Vladimiro Montesinos”.

Conviene tener muy presente que el fujimorismo, por sus antecedentes histórico prácticos, es un colectivo político (no sé si llamarlo propiamente partido político) con un perfil orgánico anidado por el deseo de control absoluto del poder en todas sus formas, manifestaciones y espacios; de los medios de comunicación de masas, de la cúpula castrense y de la conciencia de la gente sencilla, apelando a un grotesco neopopulismo de derecha. Un perfil de formas democráticas con sustancia categórica y siniestramente antidemocrática que, en los años aciagos del fujimontesinismo, se tradujo en la compra al peso de canales de televisión y periodistas, periódicos, congresistas, políticos, técnicos, dirigentes, intelectuales, y opinólogos como varios de aquellos que hoy se desviven por “sudar la camiseta” y mostrar su ayayerismo servil al fujimorismo, cada vez que este se remece y cruje en sus cimientos por las denuncias de enriquecimiento ilícito que hormiguean alrededor de muchos personajes del entorno de la candidata Keiko Fujimori. El fujimorismo, por lo tanto, es un todo sistémico ideológico y práctico ensamblado de antivalores, subjetividades y conductas deformadas, estilos de hacer política perversos, concepto corporativo dañoso de la cosa pública, sentido común podrido de la cultura política y propósitos patrimonialistas tradicionalistas malsanos del Estado. Un todo que responde genéticamente a la naturaleza pérfida sobre la que se ha engendrado y que, en tal razón, sólo puede mutar de acuerdo a las circunstancias cuando mutar le es de conveniencia práctica, pero no negarse en su naturaleza original. Como ha venido mutando ahora para captar engañosamente el favor popular desde la primera vuelta electoral sin un eje articulador, diciendo y desdiciéndose en sus promesas electorales y afirmaciones (Keiko contra Keiko); recogiendo en sus filas a personajes de la más variada catadura moral y desleída identidad personal o de un oportunismo repugnante como el caso de Hernando de Soto y Elmer Cuba; tejiendo relaciones con la ilegalidad y la informalidad del país (mineros informales), con dirigencias embarradas en acciones de extorsión delincuencial como en construcción civil, con supuestos “arrepentidos” del Sendero Luminoso criminal y con lunáticos fundamentalistas homofóbicos dirigentes de cierta orientación religiosa. Con tal de ganar las elecciones el fujimorismo ha optado, entonces, por la maquiavélica estrategia de aliarse con Belcebú y todos los diablos del Averno, ofreciendo una mixtura alucinante de promesas que en la eventualidad de ser gobierno serán la factura ardiente que han de cumplir y la razón, también, de futuras y nuevas irritaciones y movilizaciones sociales y políticas para su cumplimiento; amén de que con todo esto la política y la democracia en el país se debilitan y se debilitarán, de ser el caso, en las manos de un fujimorismo soberbio, arrogante en sus miserias morales y desbocado en sus ansias mórbidas de empacharse con el poder absoluto que renuncia al diálogo, a la transacción y a la consensualizar con nadie que no sea él mismo.

Antonio Zapata, en un artículo reciente, bajo el título de ‘Doble Paradoja’ (LR del 18/05/2016) destaca otra cuestión sobre el perfil del fujimorismo a raíz del blindaje que Keiko Fujimori y Chlimper montarazmente han venido haciendo de “cobrador de combi” (versión de él mismo) advenido en millonario: Joaquín Ramírez Gamarra, Secretario General del partido fujimorista, cuya oscura trayectoria en el hacerse uno de los hombre ricos del país vinculado aparentemente con el narcotráfico, ha venido siendo investigado por la Fiscalía y según parece también por la Drug Enforcement Authority, según investigación de Univisión Investiga, la DEA norteamericana . El blindaje de este personaje, cuyo hermano Osías Ramírez acaba de ser elegido congresista de la República en las filas del fujimorismo, no vendría a ser sino la forma como una eventual gestión gubernamental de Keiko Fujimori trataría los temas vinculados con sus funcionarios de gobierno. El blindaje sería la respuesta más obvia ante las denuncias de la oposición política y la sociedad civil.

La licencia temporal a la Secretaría General del fujimorismo solicitada por Joaquín Ramírez por presión mediática y de la opinión pública, luego de que Fujimori y Chlimper, propietario laboralmente explotador y abusivo de la Sociedad Agrícola Drokasa S.A. en Ica, hasta horas antes nomás ponían las manos al fuego por este indeseable aportante a la campaña electoral del fujimorismo, no salva el problema de fondo de la infectación virulenta del fujimorismo por lo personal y socialmente más negro que tenemos en la sociedad, con el riesgo evidente de que este cuerpo político inficionado acabe con contagiar también a lo poco que todavía tenemos de democracia y decencia pública.

El antifujimorismo ético, político y cultural en la presente coyuntura no podría acabarse y perfeccionarse para bien de la democracia en el Perú, si no es también en el terreno de la política práctica; la política de la movilización de ideas y cuerpos (el cuerpo como expresión material de la política en los espacios físico públicos); pero también en el voto popular que no puede ser el voto en blanco y nulo, porque tal como está diseñada la estructura normativa electoral en el Perú solo favorecería a la candidata Keiko Fujimori; sino en el voto independiente, crítico y estratégico por Pedro Pablo Kuczynski (PPK), el candidato de una derecha que, tal como se han configurado las cosas como resultado de la primera vuelta electoral, está obligado, de ser gobierno, a dialogar y consensualizar con diferentes tiendas políticas y gremiales en el poder; a tender puentes, a informar y a posibilitar siquiera algunos resquicios de participación social.


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