EL BAR DE MEDIANOCHE


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Escribe: Los Andes | Nacional - 17 Sep 2017

EL BAR DE MEDIANOCHE
EL BAR DE MEDIANOCHE

JUEVES

Ya no era mi amigo desde hacía buen tiempo, aunque se empeñaba en volver a serlo. Me llamaba de vez en cuando, a veces borracho, con la intención de recordarme que era yo quien había “fallado”, aunque no sabía explicar en qué.

Cierta vez que no fui al bar, ese amigo mío se puso a beber con un conocido al que todo el mundo llamaba “Dientón”. Antes de ello, claro, había decidido no trabajar durante el día y, simplemente, “vivir a sus anchas”. Así que en la noche estaba completamente borracho, articulando apenas unas palabras y sosteniéndose en pie, la mayoría de las veces, con la ayuda de un tercero. Al “Dientón” lo había llamado a guisa de salvamento, pues no tenía ya dinero con qué beber. Con tal fin, gastó sus últimas monedas en el viaje hasta Puno y esperó un buen rato, entre cansado y excitado, en la parte más oscura del local.

Cuando el “Dientón” llegó, había ya muy pocas personas en el bar. Pero eso no importaba en aquel momento. Él solamente quería beber y mandar todo al diablo. Por eso, presto a la broma y la jactancia, comenzó una conversación vacía, llena de logros vanos y de muestras de virilidad, que el “Dientón” escuchaba pacientemente.

Hasta que una mujer bonita, curvilínea y, podría decirse, algo seductora, entró al local. Vestía un jean ajustado, que revelaba sus prominentes piernas y empequeñecía su delicada cintura, dando énfasis también a su ligero pero firme busto. El “Dientón” le dio una importancia “igual a cero”, como diría Girondo, a la mujer, en contraste de mi amigo, que se sobreexcitó con esta intempestiva llegada.

El “Dientón” no sabe cómo pasó, pero luego de que volvió de los servicios, Lucero (que así se llamaba la mujer) ya estaba acompañándolos.

Horas más, horas menos, la chica comenzó a besar al “Dientón”. Mi amigo, naturalmente, se sentía un poco defraudado… Pero, con hidalguía, reconoció su fracaso, pidiéndole al “Dientón” que le prestara su pasaje de regreso a Juliaca. Eran, entonces, las 2 de la mañana.

Antes de irse, sin embargo, escuchó la voz de Lucero, que decía con embeleso:
- Vamos a dormir a un hostal…

Mi amigo, tal vez por su borrachera, no se dio cuenta, pero igual lo dijo:

- ¡Vamos los tres!

El “Dientón”, naturalmente, sintió tal impertinencia como un acto grotesco y deleznable, pero antes de que pudiera decir nada, ella soltó:

- Serían 200 soles.


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