Política y pantalones



Escribe: Rosa Montalvo Reinoso | Opinión - 19 Oct 2014

La primera ministra Ana Jara Velásquez, en declaraciones recientes sobre las acciones que estaba tomando el gobierno frente a las mafias de la madera y la tala ilegal, señaló que el presidente Humala “se ha puesto los pantalones” para enfrentarla. En la reciente campaña electoral para elegir autoridades regionales y municipales, la alcaldesa de Lima, Susana Villarán, cuando participaba en una actividad relacionada con la reforma del transporte, declaró también que “quien quiere gobernar Lima tiene que ponerse los pantalones largos y tener ideas de futuro”. El congresista José León hizo, igualmente, referencia a los pantalones, cuando se conoció que el Poder Judicial había ordenado la prisión preventiva del presidente regional de Ancash y de otras personas por actos de corrupción, al declarar que: “el Poder Judicial se ha puesto los pantalones largos, dando respuesta a la demanda y presión que viene de todos los ángulos de la opinión pública". Asimismo, el congresista Luis Ibérico llamó al presidente de la República a ponerse los pantalones, cuando los ministros de Agricultura y Energía firmaron un acta en Andahuaylas, ante las protestas antimineras, en el 2011:“Yo espero que el gobierno se ponga los pantalones (...). Este es un momento decisivo. Si el gobierno retrocede, será muy difícil sacar adelante otros proyectos mineros”,declaró. El presidente también ha hablado de pantalones, exigiendo al Ministerio Público que se los ponga en el caso del operativo del centro poblado de Ranrapata, en Junín, en donde falleció una niña. En otro momento, él mismo ha declarado, en un foro empresarial, en México, que ya no sólo el Perú, sino toda América Latina, deberían ponerse los pantalones:“no postergar el sueño de una América Latina que realmente se ponga los pantalones largos e inicie un proceso de no vender banano y aguacate, sino industrializarlos”. El propio presidente ha sido acusado de no llevar los pantalones y de habérselos cedido a su esposa, como lo dijo el congresista Kenji Fujimori, en el programa “Abre los Ojos”: “La que tiene los pantalones es la señora Nadine Heredia”.

El llamado a ponerse los pantalones en el país es una constante, en todos los niveles y sectores, expresando la concepción de autoridad que se tiene, y reflejando claramente a quiénes vemos como sujetos detentadores del poder, pues llevar los pantalones significa tener autoridad. Quien los tiene puestos es el que da órdenes, el que manda, el que tiene la última palabra. Los pantalones los llevan los hombres. Han sido la expresión de la virilidad, aunque las mujeres hayamos ganado terreno y disputado esta prenda por la comodidad que nos da. Cuando a una mujer se le pide ponerse los pantalones, se le está exigiendo que actúe como se espera de una autoridad masculina, de un hombre en la casa, en el trabajo, en el espacio público. En los últimos años, hemos podido ver que, para hacer política en el Perú, hay que tener pantalones, literalmente. Por ello, son los hombres los elegidos, los votados, y esto pasa en todas las regiones del país, hasta en los distritos más pequeños.

Tenemos así que no hay una sola presidenta regional, y sólo el 4% de las alcaldías distritales y el 5% de las municipalidades provinciales son dirigidas por mujeres. En cada proceso electoral, siempre se espera que las cosas cambien. En las elecciones municipales y regionales del 5 de octubre, también teníamos la esperanza de que más mujeres pudieran acceder a cargos de autoridad, aunque, a juzgar por las estadísticas que nos presentó el Jurado Nacional de Elecciones en su momento, las posibilidades eran pocas. Por ejemplo, sólo 155 mujeres postulaban por las alcaldías provinciales, frente a 1,769 varones, y tan sólo 889 se presentaron en pos de alcaldías distritales, mientras que, para este nivel de gobierno, lo hicieron 10,944 varones. Aunque todavía no se tienen los resultados para todo el país, si nos centramos en Lima y en las regiones, el panorama es poco halagador. Yamila Osorio, de Arequipa, quien pese a su juventud ya tiene experiencia política, al haber sido elegida consejera regional, es la única que está disputando una presidencia regional en todo el país. En el caso de Lima, entre los 43 distritos, sólo Santa Anita tendrá una alcaldesa, mientras que el Callao tendrá una en La Perla.

Es claro que no hay avances tan significativos, como el que se dio luego de la exigencia de la presencia de un 30% de hombres o mujeres en las listas electorales, momento que sí significó una mayor representación femenina en las alcaldías, las regidurías y el Congreso. Desde las elecciones pasadas, más bien parece que retrocedemos y que no hay nuevos mecanismos que posibiliten ampliar la representación, como la alternancia en las listas, que inhibe de alguna forma que las mujeres ocupen los últimos lugares, sin ninguna posibilidad de salir elegidas, pues solamente son colocadas para cumplir la cuota; de “relleno”, como dicen.

Más allá de estos mecanismos, es el momento de plantearse y analizar con mayor profundidad qué otros elementos se deben considerar para que se avance en la representación de las mujeres en los distintos niveles de gobierno, cuando somos las mujeres la mitad de la población. Tengo la impresión de que no hay una sola respuesta, sino que pueden existir varias, combinadas. Una primera es que a las mujeres se las observa con mayor detenimiento, y cualquier error u omisión es sobredimensionado, como para enfatizar que no estamos preparadas para “ponernos los pantalones” y nos metemos en camisa de once varas. El caso de la alcaldesa de Lima es un ejemplo emblemático de cómo se conjugaron su inexperiencia en gestión y los errores cometidos, con unos medios de comunicación dispuestos a destrozarla,y a aportar a la construcción social de una realidad sobre su gestión, con mensajes negativos que circulaban permanentemente en boca de entrevistados, en sus noticias y comentarios, y que, al interactuar con las audiencias, fueron creando una especie de consenso sobre su actuación. No es casual que el apelativo de “lady vaga”, como le decían los taxistas y la gente en la calle, haya tenido tanta pegada, aunque reflejara una imagen que no se conjugaba con su permanente movimiento, que se expresó en el hecho que en su gestión se realizaron muchas más obras que en las del señor Castañeda en el mismo período, siendo la imagen de éste más bien la del trabajador que hace obras.

Otro punto es que el movimiento de mujeres se ha debilitado. Las lideresas, en muchos lugares del país que arrastraban votos, ya no tienen el mismo peso que cuando las organizaciones estaban fortalecidas y tenían legitimidad ante sus bases. Esto da también menos posibilidad de negociación con los movimientos o grupos políticos regionales que quieren participar en la contienda. Si se une el poco arrastre con la carencia de los recursos económicos que les son exigidos para aportar en la campaña, lo máximo a lo que pueden aspirar es al último o penúltimo lugar en las listas. En ese sentido, mientras las campañas sean cotos de grupos que participan en función de los recursos económicos y no de propuestas políticas, y mientras no exista financiamiento público igual para todos, ni un control más exhaustivo sobre lo que se invierte, las mujeres sin recursos no tendrán mucho espacio para realizar sus campañas y publicitar sus propuestas.

Otro punto del que poco se habla es que las mujeres no sólo son más observadas, sino que son acosadas, amenazadas, difamadas e impedidas de ejercer sus funciones. Así, tenemos que, de las 2,979 mujeres que tienen cargos políticos, un 40% ha sufrido alguna forma de violencia, según la Red Nacional de Mujeres Autoridades del Perú (RENAMA), siendo Lima, Piura, San Martín y Cajamarca los lugares donde con mayor frecuencia se ha producido la agresión. Las mujeres no quieren vivir esa violencia, tienen miedo y, en el caso de las que ya han ejercido algún cargo, están cansadas, hartas y curadas; muchas no quieren volver a la acción política.

Por cierto, también tenemos imágenes fuertes de mujeres que están actuando políticamente y que son más bien un obstáculo para modificar las visiones y los estereotipos de género instaurados; mujeres que exudan racismo, sexismo, clasismo, homofobia, etc. etc., lo cual es otro factor que no abona para hacer valer la importancia de que las mujeres participemos, seamos visibles en tiempos de democracia. Las mujeres que participan y salen elegidas muchas veces van en contra de los intereses y demandas femeninas, sosteniendo y defendiendo el orden de género y las asimetrías que vivimos, pese a que ellas y su elección son el resultado de las luchas de mujeres por sus derechos.

Frente a este panorama, nos quedan muchas preguntas abiertas: ¿Tenemos que seguir poniéndonos los pantalones para actuar públicamente, para hacer acción política, para ser gobernantes? ¿Qué hacemos para que las mujeres y los hombres conscientes votemos por mujeres? ¿Cómo hacer para que las mujeres que son elegidas propongan una agenda que garantice los derechos femeninos? ¿Podremos juntas encontrar una forma distinta de ejercicio de poder, que no pase por los pantalones?

(*) Tomado del portal NoticiasSER

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