La universidad: otra mirada


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Escribe: Luis F. Vilcatoma Salas | Opinión - 01 Mar 2015

La dación de la nueva Ley Universitaria ha inaugurado el cauce formal para reiniciar el debate sobre la universidad peruana, luego de más de veinte años en que el intelecto permaneció adormecido en un interminable proceso digestivo de enfoques y conceptos introducidos y reformados por el capitalismo globalizado y su instrumento el neoliberalismo.

En este sentido, la elaboración del Estatuto Universitario podría ser el escenario propicio para aprovechar este cauce formal y darle un sentido nuevo a la intelección y el debate del tema universitario, más allá del burocratismo y la formalidad adocenada y tradicional con la que las comisiones estatutarias están abordando sus responsabilidades académicas. Claro, todo ello a condición de abandonar y desmontar el paradigma tradicional estructural funcionalista conservador y otras formas de conservadurismo como el institucionalismo y el marxismo dogmático, mecanicista y metafísico, con que tradicionalmente se ha pretendido dar cuenta de la problemática universitaria, investidos de un inflado y engañoso academicismo; y adoptar más bien lo que es causa de crisis histéricas y conmovidas depresiones en una pasmada intelectualidad universitaria: una franca y convencida posición ideológica de clase social popular.

El paradigma tradicional sobre la universidad, que empieza a descoserse por todos sus lados, es el paradigma formalista de dar cuenta de la universidad a partir de su forma jurídica y no de su contenido raigal e histórico, o en todo caso de mediaciones entre su forma jurídica y su contenido raigal y no de su totalidad contradictoria, sistemática, dialéctica, diferenciada, emancipadora e histórica. Es el paradigma que con estas anteojeras culturales y “científicas” eurocéntricamente hegemónicas intenta hacernos tragar la indigesta “rueda de molino” de la universidad que busca la verdad “objetiva” y al “servicio” a la “comunidad” abstracta que se vuelve concreta en el cuerpo infestado del capitalismo; de la universidad escindida en investigación, enseñanza y proyección social (ahora, esta última, almibarada con la denominación de “responsabilidad social”), en una escisión descartiana que sigue las trayectorias analíticas que acompañan la modernidad capitalista en cuidados intensivos; de la universidad que continua anclada, en sus asignaturas, seminarios y talleres disciplinares, entre otros, con una epistemología que escinde al sujeto que conoce del objeto de conocimiento, reduce la producción del conocimiento al sujeto, descontextualiza el conocimiento y transforma el saber en “saber poder” para el dominio, explotación y depredación de la naturaleza por el capitalismo salvaje en todas sus fases; de una universidad que, desde la perspectiva del poder hegemónico y el “modo eurocéntrico de producción de intersubjetividad” (Aníbal Quijano), tiene la ilusión de renovarse con la retahíla de las competencias y la acreditación, sin reflexión y crítica alguna y más bien aceptativa de su sentido productivista, tecnocrático, economicista, individualista e hipercompetitivo; de una universidad sin debate, sin crítica científica y humanística, descerebrada y peor todavía, en el extremo de la estulticia, de una universidad asumida como una institución patrimonialista y neogamonal con ciertos arribistas aupados en el poder con capacidad de disponer autoritaria y despóticamente en la vida laboral y mental de sus subordinados y opositores, con un olor a corrupción que paulatinamente invade el olfato en todos los ambientes institucionales y trasciende los muros de la misma hasta la propia sociedad civil. ¿Quiénes están fabricando y cocinando el nuevo estatuto universitario serán conscientes de esta realidad? Permítanme expresar serias dudas sobre el particular.

En el análisis de la universidad, su interpretación teórica, conceptual y práctica, sólo hay dos posibilidades contradictorias entre sí: la posibilidad teórica del conservadurismo académico y político tradicional y eurocéntrico infisionado hasta los huesos de positivismo, neopositivismo, institucionalismo y muchos ismos más, que aceptando a la universidad como parte del sistema global mesocrático, sólo atinan a balbucear tímidas medidas de reforma institucional manteniendo su descomposición ideológica y académica interna ; y la posibilidad teórica y práctica del progresismo que se afirma en un nuevo horizonte histórico de sentido y la subversión epistemológica del conocimiento científico, es decir en la perspectiva crítica de la hegemonía global del capitalismo actual desde posiciones teóricas diferentes y contrarias a las conservadoras del Siglo XIX y XX. En las ciencias sociales y particularmente en la sociología, el cultivo de la ciencia y la formación de los profesionales y académicos universitarios, por ello, no puede dejar de ser crítica, democrática y emancipadora, además de comprometida con el movimiento social. Una ciencia que esté en condiciones de desmontar al paradigma cognoscitivo dominante en la perspectiva de cuestionar al conjunto del “poder globalmente hegemónico” apoyándose en Wallerstein, Dussel, Boaventura de Sousa Santos, Mignolo, Raúl Fornet Betancourt, Mariátegui, Gramsci, Flores Galindo, entre otros. Y si hablamos de teorías, teorías como las de la colonialidad del poder, la subalternidad, el postcolonialismo, la interculturalidad radical y la teoría crítica del marxismo heterodoxo, son fundamentales en la formación crítica de los estudiantes.


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