La gran estrategia de Estados Unidos


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Escribe: Alberto Piris | Opinión - 05 Jul 2015

La dedicación del profesor estadounidense Michael T. Klare a los problemas internacionales vinculados con la defensa y el tráfico de armas le convirtieron en un referente indispensable para los analistas de política exterior. Profesor de estudios para la paz y la seguridad mundial en el Hampshire College de Massachussets, sigue contribuyendo con sus artículos a desentrañar algunos de los conflictos que hoy aquejan a la humanidad.

Su última colaboración en el blog de política internacional, bajo el título de Russia vs. China, trata del “conflicto en Washington” sobre quién debería encabezar la lista de enemigos de Estados Unidos.

Klare constata que la gran estrategia de Estados Unidos se halla en un desconcierto total. Recordemos que si “táctica” es el arte de usar las tropas en la batalla y “estrategia” es el arte de usar las batallas para ganar la guerra, la “gran estrategia” podría considerarse como el arte de emplear todos los recursos de un Estado para que la victoria conduzca a una situación de paz que, para los intereses del vencedor, sea más ventajosa que la situación inicial.

Habría que empezar sabiendo cuál es el enemigo, cosa que durante la Guerra Fría estaba bien clara. Concluida ésta y desintegrada la Unión Soviética, todo lo que podía poner en peligro la hegemonía de la híper potencia americana eran unos pocos “estados bandoleros”. Después, tras los atentados del 11-S, Bush declaró la “guerra global contra el terror”, asumiendo largas campañas contra los extremistas islámicos en cualquier lugar del planeta. Con esa idea, cada país solo podía ser amigo o enemigo y se desencadenó el caos que hemos presenciado, con repetidas invasiones, guerras, incursiones, fuerzas especiales y drones. El rotundo fracaso de esa gran estrategia está a la vista: la situación actual es mucho peor que la inicial, incluso para Estados Unidos.

Mientras tanto, China utilizaba su creciente poderío económico y expandía su influencia sobre el mundo. Simultáneamente, Rusia reforzaba su presencia en Europa y se convertía en una amenaza real para algunos de sus vecinos.

En tal situación, la gran estrategia de Estados Unidos solo tiene hoy unos pocos objetivos claros: destruir al Estado Islámico, impedir que Irán se haga con armas nucleares y seguir sosteniendo militar, económica y políticamente al Estado de Israel. Y aún dentro de ellos hay muchas dudas sobre cómo aplicar los recursos militares para alcanzar los dos primeros. Lo peor es que no hay acuerdo sobre cuál es el enemigo principal: una China cada vez más segura de sí misma o una Rusia que pretende recuperar su antiguo estatus. Decidirse por una u otra traerá consecuencias que afectarán a muchos aspectos de la política de Washington.

Klare opina que si en 2016 los demócratas entran en la Casa Blanca, el foco de la estrategia apuntará a China; si hay un triunfo republicano, Rusia será el enemigo. Cree que el presupuesto de defensa seguirá creciendo y los medios militares serán enviados de uno a otro lugar del planeta, a medida que surjan nuevos conflictos.

A largo plazo, las perspectivas serán distintas entre ambas opciones. Si el enemigo es Rusia, se entrará en una era de enfrentamientos y crisis periódicas, con redoble de tambores al estilo de la guerra fría. Se enviarán refuerzos militares a Europa, incluyendo armas nucleares; la OTAN recobrará el protagonismo que perdió y siempre anhela. El panorama será sombrío.

No menos sombrío será afrontar al enemigo chino: Estados Unidos desplegará fuerzas navales y aéreas en el Pacífico y serán inevitables los encuentros críticos en los mares contiguos a China, donde este país refuerza su presencia militar. Peligrarán los acuerdos comerciales y sobre el cambio climático, y la economía global se resentirá. Las armas nucleares serán un riesgo en la sombra.

Klare opina que a partir de 2016 la gran estrategia de Estados Unidos seguirá siendo caótica o estará orientada hacia uno de ambos enemigos. En cualquier caso, solo las corporaciones del armamento y lo que el presidente Eisenhower calificó de “complejo militar-industrial” podrán felicitarse. Las necesidades básicas de la población (salud, educación, infraestructuras y medio ambiente) se resentirán en ambos casos y se reducirán las esperanzas de paz y de frenar el cambio climático.

Klare concluye: “Un país sin un plan coherente para mejorar los intereses nacionales es triste cosa. Peor es, como podremos comprobar en unos años, un país siempre al borde de la crisis y en conflicto con un enemigo que se siente acosado y posee armas nucleares”.


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