La magia de los andes


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Escribe: Omar Aramayo | Opinión - 03 May 2016

Hace cien años se proclamaron las libertades religiosas en el Perú. Manuel Z. Camacho, un campesino de Platería, fue su abanderado; él creía que la educación y el adventismo permitirían desarrollar a su pueblo, sacarlo de la profunda estagnación a la que había sido arrojada por siglos. El obispo Ampuero fue a buscarlo a la escuelita Uta Wilaya y lo azotó hasta cansarse; Manuel Z. Camacho le dijo que de la misma manera habían azotado a Cristo por razón de sus ideales.

En los años noventa llegaron adventistas de todo el mundo a celebrar un aniversario más de las libertades religiosas a nivel global; en las pampas de Platería, de la noche a la mañana, se instaló una inmensa ciudad de carpas, pernoctaron durante una semana, y de esa manera se avivó la memoria de Camacho, que de adventista -al final de sus días- pasó a las filas de Mariátegui y de Churata, es decir, al indigenismo y al socialismo.

Cualquiera podría pensar que con Manuel Z. Camacho se conquistó la libertad religiosa en el Perú en toda su dimensión, pero no es así. Solamente se abrieron las puertas del país a religiones occidentales, algunas de ellas parásitas. No ha existido en un país colonizado y dependiente como el nuestro, el nervio para reconocer la conciencia y la religiosidad nacional, no obstante el trabajo de un movimiento vigoroso como el indigenismo en la segunda, tercera y cuarta década del siglo XX. Espíritus extraordinarios como Julio C. Tello o José Carlos Mariátegui no plantearon el problema en toda su dimensión, aunque Tello lo vislumbrara en su libro Wirakocha, es decir, la existencia de la religión andina, raigal, profunda, nutrida de misterio y de verdad.

En los censos nacionales a nadie le preguntan: “¿Usted participa de la religión andina?”. Todas tienen cabida menos la nuestra. A nadie le preguntan: “¿Usted cree en la Pachamama? ¿Usted paga a la tierra? ¿Usted celebra al Ekeko el tres mayo, le compra casitas, títulos? ¿Le confía su suerte? ¿Usted visita las Warinjas? ¿Usted toma Ayahuasca para resolver sus más graves problemas?” No. Porque para el Estado, para el Ministerio de Educación, para el de Cultura, eso es mera superstición, o son costumbres folklóricas; y se debe, como dije, a nuestra mentalidad colonizada. En los Estados Unidos o en Europa conciben religiones, en el Perú supersticiones.

El amable lector recordará la tercera parte de la película “El Padrino” (basada en el libro de Mario Puzo), donde un cardenal que luego es ordenado Papa conduce al Padrino al jardín, extrae un canto rodado de la pileta, rompe la pequeña piedra al borde, se la muestra y le dice: la religión cristiana es como esta pequeña piedra, cientos de años ha estado sumergida dentro del agua, y por dentro no se ha mojado, así son los cristianos en Europa, por dentro siguen sin mojarse como esta piedra; son paganos.

Si el cristianismo tiene una residencia de tres siglos en el Perú, no pretendamos ser más papistas que el Papa; en cambio, durante milenios ha cultivado una religiosidad ligada a la naturaleza, a lo espontáneo, a nuestro medio, a las fábulas y sueños de nuestros mayores. Nadie puede pedir la renuncia de las creencias personales, pero sí podemos exigir la liberación de la conciencia a través de la sinceridad.

Cada tres de mayo, el pueblo de Puno acude hasta la avenida Floral a reencontrarse consigo mismo, cargado de sus anhelos de prosperidad, con la esperanza de un día generoso para todos, con el sueño de conseguir este año -sí, tiene que ser este año-, lo que se ha demorado en el resquicio de las dificultades que nunca faltan. Acude con emoción a depositar sus deseos en manos del Ekeko, lleva sus carritos y sus casas para que una mano privilegiada (por el Ekeko, por los Apus, por la Pachamama, por Dios), los challe, los brinde, y su fuerza espiritual haga posible esos afanes.

A ello, los científicos sociales aculturados y muchas veces alienados, le llaman “religiosidad popular”, en oposición a una religiosidad de élite, porque no llegan a concebir que este corpus ideológico es lo que dejaron los extirpadores de idolatrías, y que la cúspide ideológica de una cultura originaria sea la religiosidad y el arte. En base a ella, sus habitantes establecen su actividad cotidiana, su proceso histórico, y por cierto su visión de mundo que es el ojo de Dios que alumbra su despertar día a día, el yo colectivo.

A partir de esa terrible circunstancia histórica, la ignorancia cosecha cada vez mejor, por eso el señor Ekeko, Tata Ekeko, es un bufón que solo anima los comerciales de la televisión, un personaje pintoresco, deshabitado de su personalidad espiritual, de quien echa mano cualquier productora o productor de publicidad. No harían lo mismo con Cristo o Buda, menos con Mahoma, a riesgo de desatar iras santas. Ningún respeto hay para el señor Ekeko, quien anuncia loterías, eventos folklóricos, cerveza, entidades financieras, como el más silvestre llamador de transporte urbano. Así vamos.

Por otra parte, la feria de Alasitas podría convertirse en un gran atractivo de comunión espiritual con el mundo, en una fiesta mística. Cuán identificado podría sentirse un visitante extranjero con esta particular forma de creer, de sentir, de religarse con el mundo, con la verdadera magia de los andes, con el corazón vivo de su fe; pero para eso las autoridades de Puno tendrían que renunciar al clientelismo al cual se han sometido, es decir, convertirla en lo que verdaderamente es: una feria de miniaturas y cerámica, o sea, en lo que fue hace muchos años, al comienzo del tiempo, y que fue traicionada para ser convertida en una feria de plásticos, trapos baratos, chucherías. Por una vez en la vida, ¿podría apostar el alcalde de Puno por el espíritu ancestral de los aymaras?

Alguna vez vi calzado en miniatura con acabado impresionante, botas de diablo para dama. Carretillas y mototaxis de hojalata, perfectos. Cuadros de arte moderno con piezas reloj, impresionantes. Cocinillas a kerosene, pequeñas teteras de cobre, de gran acabado. De ropa, ni qué decir, la finura misma. Y el toro de Pucará, noble, señorial, pero no el de molde, el gran Toro hijo del Amaru y toda la cerámica de esos quechuas trashumantes.

Desgraciadamente carecemos de un museo de arte popular que recoja esas piezas. En el Instituto Americano de Arte algo han dejado la obra del inmortal Eladio Orcoapaza, el gran alfarero creador de la cerámica grotesca, estilo del cual se allegan con felicidad los artesanos del Cusco, gran Eladio, maestro de maestros, que fue visto por tan pocos. Hasta el mismo Guayasamín se inspiró en esas manos, en esas bocas.

Feliz día señor Ekeko, dese abasto para cumplir con la gente que va a pedirle con tanta devoción. Suerte para todos. Muchas gracias señora Pachamama.


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