INPE inunda delincuencia en Puno


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Escribe: Rolando Waldo Gómez Poma | Opinión - 30 Jun 2016

De manera dictatorial y no considerando que en la región Puno en los últimos años se ha incrementado la delincuencia común y organizada a consecuencia del atiborramiento de cabecillas ranqueados del hampa nacional en los penales de Challapalca, La Capilla y Yanamayo, quienes están sembrando muerte y desolación, ante la pasiva mirada de los efectivos policiales que pareciera trabajan de la mano con estos delincuentes o sirven de protección, porque de todos los atracos, robos y asesinatos ocurridos a nivel regional, solo un cinco por ciento de los casos fueron esclarecidos y el resto nunca tuvo respuesta positiva, porque según los denunciantes de los robos y atracos, “los delincuentes tenían la expresión de costeños y el rostro pálido”.

Mientras tanto, hace poco, más de una docena de delincuentes cabecillas de sus organizaciones criminales fueron trasladados al penal de Challapalca. Con esta actitud se entiende que la tipificación de que Puno es un castigo que hiciera en sus obras el nobel Mario Vargas Llosa, hasta ahora nos perjudica, pese a que ingresamos a una vorágine de equilibrio de entendimiento social, por lo que es hora de que el mandatario regional, las autoridades municipales locales y la sociedad organizada, pongan las barbas en remojo y de una vez por todas hagan llegar al Estado Peruano y especialmente al INPE nuestro rechazo ante la calificación de castigo, aquí vivimos los herederos de las milenarias culturas andinas y siempre hemos respetado la ley; aquí nació el primer emperador Inca y los vestigios lingüísticos aún dan fe de una tradición pacífica y no beligerante.

Entonces, de una vez por todas, todos los delincuentes ranqueados a nivel nacional deben purgar condena o ser “guardados” en sus zonas de origen delincuencial. Porque la cantidad de familiares, amigos y compinches que movilizan estos sujetos, es atracción para continuar con delinquir, porque en estas inhóspitas zonas no existe presencia policial y en las ciudades estos efectivos más se dedican a pasear en pareja, cobrar coimas a conductores de combis o taxistas y los más avezados utilizan el arma de reglamento que el Estado les proporciona para asegurar la inseguridad ciudadana, siendo partícipes de algunas bandas delincuenciales. Claro que existen los policías honestos, pero estos efectivos son relegados a puestos de sombra, porque los oficiales superiores prefieren a los más “avezados”.


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