Una mala costumbre: el juramento


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Escribe: Jorge Rendón Vásquez | Opinión - 24 Jul 2016

Los congresistas de la República son elegidos por el voto popular y acreditados por la Oficina Nacional de Procesos Electorales.

Bastaría con esto para incorporarse a sus funciones en el Congreso. Y nadie podría impedirlo. Sin embargo, el Reglamento del Congreso, dado por este, les impone el juramento, un requisito que no habiendo sido establecido por la Constitución, única fuente normativa en este caso, carece de legitimidad. Jure o no un congresista no podría ser impedido de ejercer sus funciones. Su mandato irrenunciable no procede del juramento sino de la elección y de su voluntad de ser congresista manifestada en su acuerdo para postular.

¿Añade algo el juramento a la ideología, propósitos, salud moral si la tienen y conducta de los congresistas? ¡Nada, en absoluto!

No hay una fórmula para juramentar, felizmente. Cada congresista puede jurar por lo que quiera. Para la mayor parte de ellos, el juramento tiene una raíz sacra, animista, folklórica, psicológica, familiar, política, vindicativa, reivindicativa, etc. etc. Ya procedan sinceramente o fingiendo, a partir de ella se podría rastrear su historia, grado y calidad de educación, cuociente intelectual, ansias, frustraciones, estado de ánimo y hasta lo que conversaron esa mañana en sus casas y el desayuno que tomaron. Todo, menos lo que harán en el Congreso y si se mantendrán fieles a la agrupación en la cual fueron elegidos. (“Hoy un juramento, mañana una traición”, Gardel, Le Pera y Battistella.) En algunos casos los juramentos más rimbombantes denuncian la sensación de estar participando en un show mediático y en otros, enfin, la redacción de los Tres Chistosos.

Los presidentes de la República, en cambio, sí están obligados por la Constitución a jurar ante el Congreso el primer 28 de julio luego de su elección. Pero tampoco se les impone alguna fórmula. El saliente presidente juró con estentorio tono cuartelario por la Constitución de 1979, de la cual se olvidó apenas le colgaron la banda. Después, él y su esposa, como socia informal en el poder, se encajonaron en un pasaje neoliberal y anodino que podría desembocar en alguna cárcel preventiva.

Ya veremos por quién y por qué jurará el presidente de la República entrante.


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