Mandó a matar a su padre para apropiarse de bienes millonarios


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Escribe: Jhon Carlos Flores | Policial - 22 Mar 2015

Muchas veces, en el seno de la clase acomodada el crimen no tiene explicación en necesidades económicas ni en la mala educación, la ambición y oscuros secretos familiares desembocan en hechos de sangre.

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Alrededor de 65 inmuebles y la fortuna de empresario inmobiliario, fue el precio de la vida del anciano Adilio Victoriano Morales Alva, quien fue ultimado la semana que pasó en Lima por un sicario enviado por su propio hijo, un jovenzuelo de 19 años, estudiante de negocios familiares, quien no esperó a formar su propia fortuna y, decidió por arte del diablo, cometer parricidio.

No es la primera ni la última vez, pero este tipo de hechos resaltan porque en ellos asoma uno de los aspectos más sórdidos de la naturaleza humana: la avaricia; pero también, entremezclados, aparecen secretos familiares, traumas, maltratos y un sin fin de padecimientos de toda familia que se ocultan tras la opulencia.

Se trata mayormente de personas que lo tuvieron todo y podían conseguir lo que quisieran, buena educación, oportunidades laborales envidiables, futuro promisorio y una vida tranquila del burgués de nuestros tiempos, fueron cambiados por una vida tras barrotes y un enorme peso en la conciencia (si acaso la tuvieran).

A continuación se repasan algunos casos:

Besa a la madre y luego la estrangula

En los primeros días de noviembre del año 2013, en una comisaría, un frio joven de 22 años de mirada esquiva y en tono inexpresivo, confesaba cómo luego de una discusión, quitó la vida, quemó y luego ocultó el cuerpo de la mujer que llamaba madre.

Se trataba del estudiante de Sicología, Marco Gabriel Castillo, quien acostumbrara sustraer sistemáticamente dinero y joyas de la infortunada, María Castillo González.Una semana antes de cometer el asesinato, se enteró que no era su hijo biológico.Todo ello sumado a su consumo de sustancias tóxicas, su inestabilidad emocional y su estilo de vida transgresor, tal como fue determinado en los exámenes sicológicos, ocasionó que, la mañana del 5 de noviembre de ese año, vaya a la habitación de la víctima ubicada en un inmueble del distrito la Molina, donde la halló sentada a lado de su cama.

El joven se acercó, la besó y seguidamente la abrazó muy fuerte, con intención homicida. Apretó fuertemente el cuello de ella contra su hombro y tras un momento, la mujer se desvaneció. Probablemente la vida de la mujer terminó cuando su cuerpo, que estaba fuertemente sujeto por el de su hijo, cayó en la cama.

Posteriormente, y esto es lo más inexplicable, el homicida tuvo la ayuda de su enamorada y junto a ella llevaron el cuerpo hacia un descampado donde la quemaron y enterraron. Allí él la amenazó de muerte si hablaba sobre el crimen.

De poco sirvió la amenaza pues, Fernanda Lora Paz, con quien el joven mantenía una relación no bien aceptada, confesó el crimen y luego, interrogado y arrinconado por la policía, confesó su crimen y reveló todos sus detalles.

49 puñaladas por una herencia

Giulana llamoja tenía 18 años cuando fue protagonista de uno de los casos más tristes de la década. Un sábado 15 de mayo, en el hogar familiar, comenzó una discusión con su madre, la abogada tributarista, María Carmen Hilares Martínez de 47 años.

Las investigaciones posteriores determinaron que entre ellas existía un odio encarnizado que se manifiestaba en constantes discusiones. Según el atestado policial Nº 049-2005, Giuliana estaba en su casa, en San Juan de Miraflores, cuando empezó un intercambio verbal agresivo entre ambas, algo que según algunos vecinos ya era costumbre. Luego de una discusión, la estudiante fue a la cocina para prepararse algo de comer, algo que daba fin temporal a las agresiones verbales. Pero la madre la siguió, y allí perdió el control tomando dos cuchillos, con los cuales le produjo heridas en los brazos.

A raíz del forcejeo, la luz se apagó y Giuliana tomó un cuchillo. En esos instantes fue cuando Giuliana dio varias puñaladas a su madre en medio de gritos y música. En palabras de Giuliana: “Fui a la cocina y le dije: ¡basta de insultarme! Vi un cuchillo que estaba en la mesa y golpeé (la mesa) para que se callara. Entonces, ella cogió dos cuchillos y me los tiró. Uno se estrelló contra la pared y se rompió el mango, el otro cayó al suelo y también se rompió. Me dijo ojalá que te mueras, eres una estúpida, una perra, una puta barata, y comenzó a cortarme. La golpeé con la parte del mango del cuchillo que yo tenía, forcejeamos, chocamos contra la pared y con su espalda apagó el interruptor de la luz. Trataba de agredirme, pero me defendí. Luego ella dejó de moverse y cayó al piso".

Su condena, la presentación de su poemario y su evasión a la justicia, es una historia a parte. En medio de todo está el papel de su padre, un Juez, que movió todas sus influencias para ayudar a su hija.


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