Del “pan grande” a “los cuatro ladrones”


Votación: 390 votos

Escribe: Los Andes | Política - 06 Mar 2016

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El muestreo momentáneo de las encuestas no determina el resultado final de las elecciones generales para presidente y congresistas. Muchos resultados de las encuestas que muestran el liderazgo de una agrupación política (con excepción de algunas), se compran o encargan para ocupar un lugar distinto al que realmente le corresponde (denuncia de Alan García). No hay entidad que fiscalice a las encuestadoras, de modo que no están obligadas a presentar una documentación transparente, menos probar las cifras que manejan. Basta leer las encuestas de elecciones anteriores para tener una idea: casi todas se han equivocado. Sin embargo, no se puede negar que influyen en el ánimo de una gran mayoría de electores que carece de información y cultura política, en la mayoría resultan analfabetos políticos, aunque tengan educación superior.

En el Perú hay una gran tradición que consiste en que quien lidera las encuestas políticas para presidente y a veces cuenta con el apoyo del gobierno, pierde las elecciones. Todo empezó repentinamente en las elecciones de 1912 (cuando todavía no había una inducción publicitaria electoral a través de los poderes fácticos), el candidato Ántero Aspíllaga fue derrotado por Guillermo Billinghurst Angulo. Aspíllaga representaba la continuidad del gobierno de Leguía y predominancia de los intereses de la República Aristocrática, pero ocurrió un hecho imprevisto. De pronto, en la Alameda de los Descalzos, se formó espontáneamente una gran manifestación popular de ciudadanos asqueados por un gobierno que pretendía imponer a un sucesor de modo “democrático”.

El gremio de panaderos decidió llevar varios panes grandes enarbolados en pancartas visibles con una leyenda: “Este será el pan durante el gobierno de Billinghurst” y sería vendido a cinco centavos. Otros manifestantes llevaron varios palos con panes pequeños con la leyenda: “Este será el pan en el gobierno de Aspíllaga”, a un costo ascendente a veinte centavos. Pero además se mostraba el precio de las subsistencias básicas de las familias de escasos recursos y afirmaba que Billinghurst rebajaría los precios. Frente a este hecho, la gran mayoría de ciudadanos empobrecidos optó por votar por “El pan grande” y Aspíllaga, mejor dicho Guillermo Leguía, fue derrotado por una amplia mayoría hambrienta y segregada de electores.

Todo ocurrió el domingo 19 de mayo de 1912, cuando además se adujo que Aspíllaga era hijo de un chileno en una dama peruana y llegado el momento de decidir la situación cautiva de Tacna y Arica, entregaría más de lo que Chile pedía. Billinghurst además apoyó el anhelo popular de la reincorporación de Arica al Perú. Todos los hechos, sumados, dieron como resultado la derrota del régimen de Leguía. Cuando ordenó reprimir la manifestación política ya era tarde. Leguía, mandatario autoritario y personalista, no tuvo más que acatar las elecciones. Billinghurst fue el primer presidente impuesto por la insurgencia popular cansada de un régimen corrupto y anti popular.

Ahora los candidatos a la presidencia de la República no tienen propuestas ni se refieren a objetivos nacionales para el siglo XXI. Por ejemplo, acabar con la pobreza en el menor tiempo posible, realizar la descentralización administrativa, crear empresas estratégicas a cargo del Estado, implementar un sistema educativo de acuerdo a la realidad nacional y modificar el sistema de administración de justicia. Salvo Verónica Mendoza, los candidatos se han propuesto defender y/o continuar el modelo neoliberal impuesto por Alberto Fujimori Fujimori y su banda de saqueadores del erario nacional.

Ahora ya no hay manifestaciones de “Pan grande”, la minería informal financia a sus candidatos, el narcotráfico compra los primeros lugares en las listas de congresistas. Las grandes mineras ubican a sus candidatos en diferentes listas, asumen los costos de la propaganda y compran el lugar que ocupan. Quienes quieran tener los primeros puestos en las listas de congresistas, pagan un significativo cupo al “Partido”. Pero además de financiar la propaganda para obtener el voto preferencial, resulta un gasto aparte y una batalla personal contra los eventuales compañeros-adversarios de viaje.

Así, la Fujimori representa una agrupación con evidente orfandad ideológica, heredera de un régimen que saqueó al Perú y le ha hecho tanto daño como la guerra de invasión y saqueo por parte de Chile (1879). Acuña creyó que nunca se darían cuenta de “plagios como cancha”; por tanto, debería retirarse de la política para siempre. Kuczynski es un caso único en la política de América Latina, ningún candidato lobista después de renunciar a su nacionalidad para ser ciudadano norteamericano y, recuperó su nacionalidad para ser candidato a la presidencia. A Toledo le interesa tener congresistas para bloquear las investigaciones sobre Ecoteva. García sabe que estas son las últimas elecciones en que participa y el APRA, después, será solo ruinas como su aliado, el PPC. Las izquierdas como siempre están divididas por caudillismos egoístas; sin embargo, Verónica Mendoza es una lideresa capaz de aglutinar en el futuro los movimientos regionales.

Alfredo Barnechea consiguió al fin lo que tanto persiguió durante muchos años, ser candidato a la presidencia. Fue acogido por Acción Popular, aunque su formación ideológica no coincida con el pensamiento conservador de Belaúnde. Sin embargo, frente a la calamidad ideológica y cultural de los demás candidatos, al balbuceo de Keiko, al trabalenguas de Acuña, a la ebriedad de Toledo, falacias de García y abismos ideológicos de Kuczynski, resulta intelectualmente el más preparado, tal como Verónica Mendoza. Pero Barnechea no es el candidato que el pueblo peruano espera. De allí el masivo desencanto y desánimo del electorado, como resultado de una desilusión a causa la práctica de una nefasta política pública, durante los últimos periodos gubernamentales.

En medio de un panorama desolador, caos y desencanto social en el que de los cuatro suyos solo ha quedado el fantasma de los “Cuatro ladrones”, de la llamada “Gran transformación”, la pareja presidencial se ha transformado en nuevos ricos del Perú. Cuando el nombre de Ollanta Humala aparece mencionado en actos de corrupción, el electorado siente un evidente hartazgo en referencia a la política criolla. De pronto aparece Julio Guzmán y se convierte en candidato capaz de llegar a la segunda vuelta, de modo que el slogan será: “Todos contra la hija del ladrón, porque si no, indultará a su padre y Montesinos”. Y otra vez gobernarían las mineras, la CONFIEP con el poder fáctico del Fondo Monetario Internacional, injerencia y supervisión de la embajada.

Julio Guzmán es un exfuncionario y beneficiario del desastroso gobierno de Ollanta-Heredia. Ha mentido para negar su responsabilidad en la compra de aparatos de interceptaciones a cargo de la DINI y eso es muy peligroso. Así, Guzmán aparece como un candidato encubierto, como un topo político desideologizado capaz de mentir sin temor. Ha construido en poco tiempo una imagen de típico arribista, chamullero, falso, fulero, mendaz y trolero. Típicamente un criollo, pendejo, que se contradice y espera ser beneficiado por el desencanto ciudadano que votará por quien sea, con tal de acabar de una vez por todas con el tiempo del desencanto masivo y hartazgo de gobiernos de carácter colonial.

Pero si el gobierno de Ollanta Humala se hubiera dedicado a realizar los cambios sociales que el Perú necesita en el siglo XXI, el curso de la política hubiera sido distinto. Humala tiene la enorme responsabilidad, como Odría, Sánchez Cerro, Benavides y Fernando Belaúnde, de no haber cumplido con el mandato de transformar el Perú, como lo hizo Juan Velasco Alvarado. Cuando se escriba la Historia del Perú, Ollanta Humala ocupará solo unas líneas. Otra es la historia de las agendas de Nadine Heredia, el día que se conozca quién las sustrajo, habrá que hacerle un reconocimiento y homenaje en nombre de transparencia y honradez.

No obstante todo esto, yo votaré por Verónica Mendoza.
(José Luis Ayala)


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