Los Andes

Décadas atrás era usual ser aprista, acciopopulista, pepecista, izquierdista, para toda la vida. Eso permitía tener una idea de cuál es el electorado cautivo de cada partido en cada proceso electoral. Coincidía con la época en la que un trabajador entraba como joven a una empresa, y se ponía la camiseta procurando quedarse en la empresa para toda la vida.
Eso se acabó en los 90’s. En lo laboral, los empleos son efímeros. En lo político, los partidos y las militancias tradicionales se van esfumando, quedando solo el fujimorismo, aunque cambiando de nombre, colores y slogans en cada campaña, entendiendo que el cambio pesa más que la acumulación del mismo logo.

En estos tiempos la fórmula más apreciada es la de un personaje con carisma y cierto caudal de reconocimiento popular, sostenido por una fuerte maquinaria mediática y/o de redes sociales, que se ofrece para ser candidato para ser captado por alguno de los partidos que tienen inscripción pero no tienen candidatos. De allí que puedan postular indistintamente por cualquier partido, porque lo que importa es el candidato y no el partido. En suma, la institucionalización de los partidos se ha convertido en la institucionalización del individuo candidato.

Para los jóvenes eso no sorprende en absoluto. A los mayores de 40 años que aún tienen recuerdos de las épocas anteriores, les incomoda, genera extrañeza y dificultad de aceptación. En ese segmento están la mayoría de los analistas que sufren de la misma epidemia y siguen hablando de esta aspiración a la existencia de partidos políticos asentados y fuertes, etc.

Exactamente lo mismo pasa con la educación. Los mayores de 40 años aspiran a una educación que se parezca a la que ellos recibieron, porque les da seguridad. Se sorprenden con los cambios de paradigmas, propuestas innovadoras, evidencias de inutilidad de las tareas, exámenes o del currículo tradicional por áreas, desconocen la importancia de trabajar los afectos y habilidades sociales, etc. En ese segmento están muchos funcionarios del Ministerio de Educación, cuya imagen de buena educación sigue siendo la del desarrollo inercial aceitado y retocado de la educación tradicional. Sin embargo, también hay una educación siglo XXI. O la asumimos, o condenamos a los niños a una educación retrógrada e irrelevante.