Moshó, orgullo de Puno


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Escribe: Guillermo Vásquez Cuentas | Regional - 04 Nov 2014

Aurelio Medina Pacheco, artista
Aurelio Medina Pacheco, artista

Domina con maestría el dibujo preciso, el trazo limpio y serio –aunque a veces con humor– y en amalgama con la pintura al óleo, acuarela, lápiz, témpera, acrílico, pastel, aguada y demás herramientas técnicas, lo plasma en el lienzo, en el papel, en la madera, en las paredes y en donde sea necesario para presentar su poesía de silencios, poesía que no se oye pero que se ve.

“Y todo lo hago bien”, nos comenta amigablemente, pasando por alto y por un instante su terca modestia, mientras acomoda su usual boina negra y alisa su tupido bigote, sentado en el patio delantero de su casa en la quebrada de Jayllihuaya, muy cerca de la ciudad de Puno a donde fuimos a su encuentro.
Allí confirmamos lo que de tiempos todos sabemos: que se trata de un artista totalmente enajenado al color, a la forma, a la textura, propios del arte pictórico. Que es alguien obsesionado con el oficio de producir apariencias impregnadas de belleza; aquel que hace ejercicio celoso de su libertad creativa, con destreza y con profundo y fervoroso amor a la gente del altiplano puneño, a su vida, a sus costumbres y a las hermosuras del paisaje tan diverso en que ella vive.

UNA VIDA ENTREGADA A LA PINTURA
En la conversa pletórica de datos, conocimos que Aurelio Medina Pacheco, Moshó, nació en Ayaviri un 12 de noviembre de 1947, en el hogar de sus progenitores Manuel Medina Montesinos y Agueda Pacheco. Casado con Adela Andrade, tiene dos hijos: Alex Dayal y Aníbal Medina Andrade y una pequeña nieta, Alessandra Di Marie Medina Atencio, la niña de sus ojos.

“A los siete años tuve un crucial encuentro con alguien al que llamo “Mi Maestro”, un señor de barba blanca, quien en un aula de cristal me insufló el espíritu de artista y me enseñó los secretos de la práctica en pintura. Desde entonces empecé a pintar y a los diez años ya vivía del arte”, nos dijo como recordando un hecho que parece haberlo marcado a fuego.

“Al cumplir los catorce años salí de Ayaviri para recorrer el mundo. Un grupo de hippies que pasó por mi pueblo aceptó a regañadientes mi compañía y con ellos recorrí muchos lugares del Perú, durante dos años”, nos contó. Mil vicisitudes tuvo que experimentar ese niño en esa azarosa aventura que, no obstante, le permitió conocer gentes y lugares de toda clase.

Al cumplir 18 años de edad regresó a su Ayaviri natal, trabajó en el Hospital San Juan de Dios mientras concluía la secundaria en el Colegio Nacional Mariano Melgar. Al terminar, inició su segunda salida por el mundo, contando siempre con la presencia espiritual de su “Maestro”. Visitó campos, montañas y ciudades de muchos parajes recónditos del país. A su regreso a Ayaviri, contrajo matrimonio en 1973.

Pintando incansablemente llegó a Puno en 1978 con 120 pinturas, exponiéndolas como lo haría después con su continua producción pictórica durante 25 años, en las vitrinas de la Casa Secchi y muy eventualmente en la Biblioteca Municipal. Desde entonces empezó a radicar en esa ciudad. Se ganó el apelativo de “Artista del Jirón Lima” porque allí permanecía recurrentemente haciendo caricaturas y exhibiéndolas.

Durante 15 años fue profesor en la Escuela Superior de Formación Artística de Puno, en donde desempeñó el cargo de Director General (2001 a 2004), entidad de la que es pensionista cesante. También fue Profesor en la Escuela de Arte de la Universidad Nacional del Altiplano, por dos años.

Fue uno de los fundadores del Grupo Quaternario, integrado por 150 personas dedicadas a distintas actividades aunque mostraba cierta inclinación a la pintura por la incorporación de jóvenes pintores. El grupo se fundó en abril de 1983 y Moshó fue su primer presidente y autor del nombre basado en las cuatro direcciones de la Rosa de los Vientos. Tuvo una duración de siete años, durante los cuales se cumplieron muchas actividades, entre ellas homenajes a personalidades destacadas en el arte, aunque no pertenecieran al Grupo, como Francisco Montoya Riquelme.

Moshó ha efectuado exposiciones en Estados Unidos, Japón, Argentina y recientemente en Acre, Rio Branco, Brasil. Actualmente dedicado a pintar kusillos y desnudos de todas la provincias puneñas. Tiene prevista una visita a Francia y a UNESCO con la finalidad de publicar un libro con su obra. “Nunca he expuesto en Lima –refiere– lo haré cuando se configuren ciertas condiciones especiales”.

PUNO, POR SIEMPRE
Asentado en Puno por treinta y seis años, ha hecho conocer en el mundo buena parte de la realidad puneña a través de sus pinturas. “Esta tierra no me suelta, me ha dado fama y profesión. Es una tierra que aún oculta maravillas, dimana más espiritualidad que materia, es el complemento vital para hacer arte. En su cielo se dan batallas de colores y el lago cambia de tonalidad por reflejo del cielo y los cerros que lo rodean. Finalmente, gente, cielo, lago, montañas, juntos constituyen una gran paleta cósmica”, explica con suave aunque inocultable vehemencia.

“No hay como Puno –afirma- es otro mundo; es lugar de inspiración. Danzarines, poetas, músicos, escritores, artesanos, todo el pueblo es artista en alguna forma. Varios pintores de fama han venido a Puno a aprender el arte de la pintura. Ahí están Sérvulo Gutiérrez, Vinatea Reynoso, Humareda. Enrique Masías, el verdadero padre de la pintura puneña asimiló el entorno humano y físico de su tierra y lo convirtió en arte; Landaeta y Morales fueron muy buenos. Montoya un excelente acuarelista con estilo propio. Mis respetos a Turpo, Castillo, Pinazo y a muchos más pintores puneños destacados de antes y, los que en nuestros días vienen surgiendo como nuevos valores con gran potencial para beneplácito de la cultura puneña”.

ORSISMO
Nuestro primer pintor puneño ha creado el “Orsismo”, una corriente pictórica, que a decir de José Luis Ayala equivale a ser arte trascendente, “porque primero intervinieron los Dioses cosmogónicos para dejarnos testimonios tallados durante muchos años en piedra viva. Así es como aparecen rostros, cuerpos enteros, cabezas, siluetas, niños, animales míticos y extraños”. Moshó por su parte explica aclarando que “ors” equivale al sol, al crestos cósmico y el “ismo” al litismo (de litos, piedra) de los dioses. Señala además que las características del orsismo son: arte después del arte; arte en tercera dimensión o arquitectura con ritmo geométrico; arte realizado a través del fotorealismo”.

Es por eso que, fiel a esas concepciones cargadas de misticismo Moshó visita constantemente a cerros y montañas, para encontrar allí la obra de los dioses y capturarla en sus pinturas. Tiene ubicados poco más de trecientos lugares sagrados en esa gran columna vertebral de América que son los Andes.

COLOFÓN
Deseamos fervientemente que Moshó continúe su luminosa trayectoria en el arte pictórico puneño; que continúe embriagándonos la vista y el espíritu con líneas y colores; que siga empleando el pincel con el amor de siempre, como arma para afianzar la puneñidad.


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