Efraín Miranda: el solitario poeta y músico


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Escribe: José Paniagua Núñez | Regional - 03 May 2015


El ingreso del poeta Efraín Miranda a la noche eterna ha consternado a los hombres y mujeres que aman la poesía del Departamento de Puno, y posiblemente del Perú. En especial, quienes lo conocimos y compartimos amistad y poesía con Miranda, guardamos un respetuoso minuto de silencio, ante la majestad de lo irreversible; vale decir, aquello que acompaña al ser humano desde que emerge de los claustros maternos, y el día menos pensado, nos transporta al infinito.

Casi siempre, la muerte es la justificación de la vida. Los seres humanos razonamos de diferentes maneras frente a esta ausencia eterna; y entonces se pone en el tapete de la realidad, la trayectoria, los grandes defectos y las múltiples cualidades del difunto. Casi siempre, todos los muertos son buenos; el dolor y la tristeza no nos dejan elucubrar con serenidad.

En este panorama, quiero rendir mi homenaje al amigo Efraín, a quien un día se le ocurrió decirme que estaba enfermo por haber tomado té con pisco conmigo. Unos días después, cuando el poeta se había encerrado en su vivienda durante tres días, los vecinos se alarmaron manifestando un posible suicidio. Pasé la voz a la Presidenta de los profesores cesantes, Sra. Cesárea Luna, con su ayuda y la del escritor Luís Gallegos, lo internamos en el Hospital, para luego evacuarlo a la ciudad de Arequipa, donde tuvo una operación prostática. Después de meses, retornó a Puno para saludar a sus amigos. Efraín, de voz suave y elocuente, había perfeccionado su afición musical con un curso de guitarra. Dominaba todo el diapasón de este instrumento para ofrecer verdaderos conciertos a quienes lo visitaban y tenían el tiempo para escucharlo. No solo era poeta, sino también un magnífico ejecutante de música clásica. Un solitario que amaba el arte, hasta sus últimos días.

Efraín terminó su instrucción Secundaria en el Colegio Nacional de San Carlos, luego se matriculó en San Marcos, donde a través de sus poemas, publicados en “Muerte Cercana“, se vinculó con la intelectualidad de ese momento y poetas de su generación (1950).

Efraín buscó en la Prensa de Lima al columnista Sebastián Salazar Bondy. Le dejó los originales de su poemario y pasaron muchos meses para que le devuelva, con una nota de aliento, que luego resultó el prólogo del libro.

Su desaparición del escenario sanmarquino obedece a que le dieron colocación en el magisterio. Su llegada a Puno fue celebrada por algunos amigos de la poesía. Su lugar de trabajo, como profesor de tercera categoría, era una escuelita unida entre el campo. “Hjacha Huinchocca”, queda en una comunidad ubicada en las gélidas pampas del límite entre Acora e Ilave (hoy Capital de la Provincia del Collao). Para llegar a la escuela, es necesario dejar en un lugar estratégico la “Panamericana Sur” y caminar cerca de 7 kilómetros, trepando una colina, desde la que se divisa la comunidad a orillas del Lago Titicaca. Ahí se instaló el poeta: acondicionando una habitación para vivienda en el rústico local de la escuela primaria.

Efraín era el profesor más dedicado a sus alumnos, tenía la confianza de los padres de familia. Un profesor nacido en una hacienda del distrito de Putina, en ese entonces, donde la comunidad habla quechua. Tenía, pues, que perfeccionar su aymara para adecuarse a un sector donde no se habla español. Un par de años después, el Poeta encontró su pareja; y el frío canicular de esa zona, donde las heladas hacen que la gente viva como dentro una nevera: el poeta encontró el calor de unos muslos rollizos y el cobertor de unas polleras plisadas de bayeta (tela confeccionada con hilos de lana de oveja). Unos años después, la dulce pareja estaba encinta. Los afanes y preocupaciones del poeta se transformaron en cuidados, mientras la esperanza de tener un heredero se multiplicaba en ellos; sin embargo, cuando el poeta había reunido las personas para que atendieran el parto, ocurrió lo inesperado. Se dio un alumbramiento difícil. Se cuenta que en la evacuaban a Puno, en el trayecto, dejó de existir la mujer y el bebé. La ausencia de la mujer y el hijo duró un buen tiempo. Solo la coca y el alcohol de algunas reuniones, por las noches, a la luz mortecina de unas velas de sebo, unas veces, y otras, a la luz de la luna y el trasfondo musical de unas zampoñas, saben del inmenso dolor del poeta y los familiares de la difunta.

Cerca de 40 años duró el internamiento del poeta en esa comunidad. Se había mimetizado con la vida y el sentimiento de la comunidad aymara. A iniciativa del antropólogo Walter Tapia Bueno, Director del INC y Presidente del Instituto Americano de Arte, el magisterio le concedió las “Palmas Magisteriales”, al tiempo que se le entregaba su resolución de cese. Recordamos sus palabras al tiempo de recibir la condecoración: “Más de 35 años. He sido director, profesor, conserje y portero de una escuela de campo”.

El poeta Efraín Miranda Luján es comparado con César Vallejo, en un reportaje que le hace el escritor Ernesto More; un cordial amigo y ameno charlista de café, cuando postulaba a una diputación. Después, como todos los congresistas de Puno, pasó sin pena ni gloria por el parlamento, olvidándose de sus promesas.

Con ese aliento del escritor Ernesto More, Efraín se profundizó en el arte de “fabricar” poemas. Dejó de lado la inspiración, sencilla y espontánea de su primer poemario, y se propuso elaborar poesía con libros y diccionarios, dándonos por resultado unos libros trabajados con acuciosidad, calma y paciencia: “Choza”, “Vida” y “Padre Sol”. Poemas bien trabajados, algunos indeclamables; empero, profundos, donde una simple observación determina que imitaba a Vallejo.

Al margen de todo esto, que no desmerece el talento y la capacidad de proclamar, sin temor: “Soy mejor que Vallejo y Nava”, más de una vez. Ahora el silencio de su ausencia repercute en sus amigos y, acaso, en algunos envidiosos de su fama. Dejemos que el poeta siga siendo la voz cantante de los que quieren ser indios y no les favorece la cara, ni el trabajo que los realiza; y que los acólitos del “Pez de Oro” lo proclamen como el baluarte de la poesía aymara. A los amigos sinceros de Efraín, nos toca decirle “paz” en la tumba del amigo que vivió con la soledad, la guitarra y la poesía.


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