Última entrevista a Carlos Calderón Fajardo


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Escribe: José Luis Ayala | Regional - 03 May 2015


Abril ha sido un mes terrible para la cultura y la literatura puneña: ha fallecido el notable poeta Efraín Miranda Luján. Desde Caracas me escribe Petra Idielia Hernández de Salazar, para decirme que su esposo, Edgar Salazar Cano, docente de la Universidad de la Sorbona de París, ha muerto. Y ha dejado de existir el narrador Carlos Calderón Fajardo. Son tres puneños insignes que supieron desarrollar, cada uno, su propio destino y admirable trayectoria intelectual. A Edgar Salazar Cano lo conocí en París, en 1972, era un calificado docente en la Universidad de la Sorbona, hijo de Segundo Salazar, gran músico puneño y ciudadano honorable. A Edgar alguna vez le dedicaré una crónica extensa, fue gran amigo y protegió al cantante puneño Wilfredo Melo, más tarde llamado Huáscar Amaru, a quien aconsejaba crear sus propias canciones. Tuvo una trágica.

Carlos Calderón Fajardo llegó a París en 1963, cuando tenía 18 años. Julio Ramón Ribeyro lo acogió y luego lo llevó a casa de Desirée Lieven. La princesa rusa libertaria prácticamente lo adoptó como a un hijo y lo protegió de la soledad, de la nostalgia sideral y del hambre. Esta es solo una parte de una extensa entrevista para un libro que trabajo, y que se refiere a la bohemia de los años 30 del siglo XX en París. Es decir, a Desirée Lieven y sus amigos que vivieron una intensa experiencia vanguardista literaria y política. Entre ellos Antonín Artaud, André Malraux, César Vallejo, Anaís Nin, Henry Miller, Helba Huara, Félix Pita Rodríguez, Alejo Carpentier, Pablo Neruda, Nicolás Guillén; Gonzalo, Carlos y Ernesto More, Juan Larrea, Emile Savitry, Jules Supervielle, Roger Klein, etc., etc. El texto tiene más de ocho páginas que revelan su formación literaria y experiencia parisina. En realidad viene a ser la última entrevista que concedió el consagrado escritor puneño Carlos Calderón Fajardo, autor de la novela ‘La noche humana’.

-El encuentro con Desirée te sirvió de mucho.
- Claro, claro, eso es verdad. Con Desirée vi una cosa bien interesante que influyó en algunos intelectuales peruanos, inclusive en Vargas Llosa, con toda la distancia del caso. Mira, nosotros podemos tener grandes preocupaciones de orden nacional, vinculadas a la identidad, a la nación, a la cuestión racial y a todos los demás, pero no teníamos por qué descuidarnos del mundo. Mientras Mariátegui estaba escribiendo los ‘7 ensayos de la realidad peruana’, también estaba escribiendo ‘La escena contemporánea’, estaba describiendo lo que estaba pasando en el mundo entero. Eso viene ya después con los escritores del 50, con la generación de Vargas Llosa, Carlos Eduardo Zavaleta y Julio Ramón Ribeyro. Un escritor con gran sensibilidad social y al mismo tiempo muy abierto a lo que está pasando en el mundo ¿no? Estuvimos muy cerrados en el mundo andino. Esa preocupación de ser al mismo tiempo peruano y universal, estaba muy presente en la casa de Desirée, más que latinoamericano, por lo peruano.

-¿De dónde viene ese cariño de Desirée al Perú?
-Vallejo, no es Helba Huara. Es Vallejo. Es que Vallejo era el líder espiritual de toda esa mancha.

- A pesar de que no hablaba.
- No, no, no, hablaba en las reuniones.

- Pero Desirée dice que nunca hablaba o hablaba poco.
- No, no, eso no es verdad. Hay toda una visión mitologizada de Vallejo, primero que era muy chistoso, hacía chistes a cada rato. Era un picador excepcional, o sea, que te sacaba plata sin que te des cuenta en un par de minutos, te sacaba las medias sin sacarte los zapatos. Pero al mismo tiempo era muy generoso; cuando ganaba plata se la gastaba en una semana con los amigos y ya no tenía para el resto del mes ¿no? Pero al mismo tiempo era un hombre muy vital, no era triste. Es como Ribeyro, que tiene una pinta de ser un hombre introvertido ¿no? Era un hombre chistoso también, con un humor negro terrible.

- ¿Qué sabes de la relación política entre Vargas Llosa y Desireé?, aunque nunca haya ido a su casa.
- No la conozco. Cuando yo llegué en el año 63, Vargas Llosa todavía no había ganado el Premio Seix Barral de novela, entonces era prácticamente un desconocido. Creo que estaba por el Barrio Latino, por Saint Michel de Prés. En casa de Desirée no se hablaba de Vargas Llosa. Mira, ese es un acercamiento de Julio Ramón a la izquierda, porque a la casa de Desirée no iba la gente de derecha, era la gente de izquierda. Entonces, ¿qué cosa hubiera sido Ribeyro si vivía en otra época? ¿Cómo eran los intelectuales de izquierda? No tenían militancia en un partido, pero tenían el corazón en el lado izquierdo ¿no? Si iba a la casa de Desirée, si era amigo de ella era porque era simpatizante de la izquierda. Si hubiera sido un hombre de derecha, Desirée no lo hubiera recibido ni de vainas. Tampoco le hubiera dado de comer.

-Entonces estamos hablando de los personajes de tu novela.
-Sí, sí, es verdad. Esa es la primera parte de la novela, la segunda parte de los años 60 está más vinculada a una vida personal. Yo tenía una compañera por esa época, era una francesa que era una bailarina de ballet. Pero la tercera parte vuelve a la parte peruana de los 70, que es Ribeyro, Scorza, Eduardo González Viaña, Hinostroza, Alfredo Bryce. Creo que todos ellos iban a la casa de Desirée, no sé, no estoy seguro.

En los 60, la casa de Desirée estaba más abierta al diálogo, a la conversación plural, pero en los 70 ya no, estaba copada por un grupo. En los años 70 se convirtió en una célula de Patria Roja, así nomás no se podía entrar, tenía una guardia roja que dejaba entrar. Desirée ya estaba más mayorcita.
Ahora, toda la vida prometió, en todas las reuniones prometía su venida al Perú.

-Eso sí es verdad, me había olvidado.
-Era el proyecto eterno ¿no? Sus maletas estaban listas, pero nunca vino al Perú, siempre prometió hacerlo, pero no vino. Acá hubiera sido bien recibida, porque como tú sabes nos dio de comer a generaciones enteras de intelectuales que vivíamos en París ¿no? Era una mujer muy generosa, vivía haciendo collarcitos y con eso hacía comer a un montón de gente que iba a comer a su casa. En la época que yo estuve, la puerta siempre estaba abierta para los peruanos, era muy cariñosa con el Perú. No sé, pero siempre hubo la idea de darle algún tipo de condecoración, de distinguirla, seguramente que a Vallejo también le dio de comer y a todos los intelectuales; son varias generaciones de escritores y políticos peruanos a las que Desirée dio de comer, no solo se comía rico, sino sabroso.
Desirée debió haber sido condecorada por el Perú, hubiera sido un acierto. En su casa respirabas el Perú, había cuadros de pintura, fotos, su casa estaba llena de Perú. En realidad era la casa de los peruanos. Nosotros no teníamos a nadie sino a Desirée, éramos la última rueda del coche, no existíamos, pero en la casa de Desirée sí existíamos, teníamos casa, comida, se cantaban canciones peruanas, Quintanilla cantaba en quechua, se tocaba la guitarra, los peruanos nos reuníamos solamente el fin de semana.
Desirée hacía de madre y hermana mayor de los peruanos, daba consejos, ayudaba, como había vivido muchos años en Francia, conocía a mucha gente. A veces recibía en las mañanas, pero era un hecho excepcional.

-Bueno, ahora sí una cuestión referida a un testimonio de parte. ¿Dónde naciste? ¿Te sientes puneño? ¿De dónde eres en realidad?
- Mira, yo nací en Puno.

-Naciste en la ciudad de Puno.
-No, no, no. Yo no soy de una familia puneña. No he vivido en Puno, no escribo sobre Puno y por esa razón no escribo sobre, porque no tengo vivencias.
Bueno, mi padre estaba acantonado en el cuartel del Batallón de Infantería Nº 21 de Huancané. Era médico militar y la mejor clínica que había en la zona, era la Clínica Evangelista de Juliaca.
Mi familia estaba en Huancané y allí es donde me gestan, llevan a mi madre para el parto a esa clínica, es allí donde nazco y me regresan a Huancané. En Huancané es donde aprendo a caminar y hablar, tengo una ‘haya’ que es aymara, tengo fotos con ella, una mujer con un sombrero típico. Entonces, mis primeras experiencias del mundo son de Huancané. Si Sigmund Freud tiene razón y dice que todo se forma en los tres primeros años de vida y se decide lo que será su vida posterior, esos primeros años de vida los pasé en Huancané.

-Has ido alguna vez a Huancané.
-No, no, nunca. Una vez me dieron un premio en Lampa y quería ir a Huancané, pero no pude. Tengo fotos de niño en Huancané, estoy en la villa militar, haciendo equilibrios para aprender a caminar. Entonces, si bien yo no soy puneño como eres tú o los escritores puneños, tengo un enorme cariño a Puno, especialmente a Huancané.

-De modo que te sientes huancaneño, puneño.
-Claro que sí, pero sobre todo, siento un gran cariño. Nunca lo he negado, al contrario, he dicho que soy puneño, por ejemplo en la Feria de Bogotá, aparecí como escritor puneño.


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