Néstor C. Cuentas: “Narrar es presentir el pasado”


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Escribe: ENTREVISTA: Armando Villanueva Turpo | Regional - 04 Dec 2016

Néstor C. Cuentas (Ayaviri, 1986) ha publicado “Lástima” (2003), “Las dos medidas” (2011) y “Los que murieron” (2015), todas novelas. Sus publicaciones son inhallables, salvo la última, que gracias a un amigo pude leer y, mediante él, acceder a su autor, a quien agradecemos infinitamente habernos concedido esta entrevista.


—Néstor, ¿qué es para ti el acto de narrar?
— Narrar. [Mira hacia arriba, como viendo volar algo] Narrar es organizar tu tiempo, ordenar tu cuarto, argumentar un beso, reconocer la línea invisible de cualquier hecho, respetar su naturaleza en la medida de tu estilo. Así te das cuenta que es posible presentir el pasado. Presentir, no recordar.

—O sea que para escribir una historia tú no recuerdas… El pasado es como un hecho del futuro…
—Recordar es obtuso cuando uno desea hacer arte [frunce el ceño, desagradado]; es una forma de lo que es el hecho de presentir o revelar o conjeturar lo que pasó. Proust en verdad conjetura para hacer el retorno al espacio temporal. En cambio, la historia (la que se cuenta a los muchachones de los colegios) es una versión oficial del futuro, o lo que sería su justificación ante una divinidad (el ciudadano múltiple).

—¿Cómo arribaste a estas conclusiones?
— Cuando me di cuenta que mis profesores de secundaria me repetían que la literatura era escribir lindo y leer lindas cosas. [Sonríe] Nunca pude creerles, porque sabía que los poemas, los cuentos, sí, tenían una apariencia, un mensaje bello, sí, pero se olvidaban del creador, o sea, del autor, de ese que percibe o siente en carne propia para pegar un aullido de dolor o de goce. Bueno… La capacidad de dar con algo y organizarlo, imaginarlo, razonarlo en su belleza, no sé… Es decir, eso no es un simple recordar; hay algún término mejor para tipificar ese proceso o fenómeno.

—Tú has presentido varios pasados, o los has revelado. Por cierto, son poco conocidos… Son novelas… siempre fueron las narraciones de larga extensión tu fuerte, ¿no? ¿Por qué?
—Bueno, sí. Las dos primeras… La primera es una novela extensa, sí, la publiqué estando en Huancayo; la segunda es una breve, pequeña novela. Y la tercera que publiqué (aunque quizá no deba llamarla así, porque no tuvo gran tiraje, sino que fue para los amigos y así es mi deseo) es la que te prestó César. A tu pregunta, las novelas son de mi preferencia, creo, quizá, por el mismo gusto de haberlas conocido desde el sexto de primaria y haberlas leído con ese gusto con el que hoy en día se juega el Dota o se vive de los memes en el Facebook. Ahora, del mismo modo, el gusto de escribirlos en el sentido de que su amplitud es como pasear por una ciudad; lo que sería al revés en el cuento: estar en tu habitación, en tu abstracción menor del universo.

—Tu deseo es que tus novelas no sean leídas más que por tus amigos… ¿Estás parafraseando a Borges, Néstor?
—Claro que lo estoy parafraseando [sonríe], y concuerdo con él en esa medida. En mi caso, no escribo para ofrecerme en las vitrinas, o para incentivar la lectura, o para justificar la vida cultural de mi sociedad… Otro ejemplo sería: soy una chica bonita que no ha nacido para hacer espectáculo de su belleza en las pasarelas o en el mercado, o en las publicidades o en los ejemplos moralinos de mente sana en cuerpo sano. La literatura no es impertinente y sobre todo en esta sociedad que es, por cierto, tierra de artistas y poetas. En Puno estamos hartos de leernos y escribirnos poemas o demás cosas bellas, ¿no? [Carcajea]

—Volviendo a la anterior pregunta, “Los que murieron” es una novela que tiene una forma muy peculiar, una estructura y también un lenguaje poco común respecto a los pocos narradores que tenemos en Puno...
—¿Ah, sí? [Ensaya una mueca de sorpresa] Yo ya sabía que iba a ser de lo más peculiar, un completo insulto a las bellas artes puneñas, a su buena prosa, especialmente.

—No, Néstor… Me refería a su calidad rescatable. Yo creo en demasía, a mí me gustó mucho y creo que es de lo mejor que existe…
—[Interrumpe] ¿Qué rescatar? No sé, yo puedo rescatarla toda; pero es mejor un espejo ajeno. Tú qué dices.

—Bueno… El balance que existe entre la perspectiva de los narradores con el nivel de realidad y, sobre todo, esa concatenación fascinante del tema y su sentido operante. Por ejemplo, me preguntaba: ¿cómo es que el narrador omnisciente une la perspectiva indecisa con la visión fracturada de Claudia, que protagoniza el final despectivo de la aventura filosófica del amor infiel?
— La trama condiciona el asunto. Cualquier situación, así como una guerra mundial condiciona, obliga a que se desarrollen métodos, armas, formas de ataque. Inspira. Creo que algo así pasa cuando uno va escribiendo y de pronto no sabe qué hacer, pero el mismo tema y sus fantasmas proponen una u otra forma de resolver sus vidas sobre el papel.

—¿Y tus influencias, tus referentes? Aprendiste leyendo a otros, me temo.
— Carver, Nabokov, Proust, Borges, Wilde, Faulkner, Joyce… De los nuestros, el fumón Ribeyro, la loca Valdelomar, algo de Vargas Llosa así como algo de Arguedas.

—¿Y de los nuestros puneños?
—Ehm… Disculpa; pero narradores ninguno.

— ¿Lo dices en serio, Néstor?
—Claro. Una cosa es que los conozca y otra que hayan tenido que ver con mi manera de escribir.

—Bueno, los conoces…
—De hecho, como tú dices, hay pocos narradores en Puno o quizá muchos, no sé; pero de conocidos tengo pocos, de los que son mentados en los currículos escolares o en las preparatorias preuniversitarias…

—¿Leíste algo de ellos, no? ¿Qué opinión tienes?
—Uhm… Padilla. Feliciano Padilla… Me da la triste sensación de que alquiló formas, estilos, estructuras de Rulfo, de García Márquez, de Faulkner… No es él; es un eco insuficiente para transmitir sus dolores, que por cierto son muy interesantes; por ejemplo, en “¡Aquí están los Montesinos!”, o en “Ezequiel”, qué particulares historias, qué admirables temas, pero qué fingida prosa. Mmm…

—¿Y Javier Núñez?
—No lo conozco.

—¿Algún intelectual que no sea narrador en Puno?
—Gamaliel Churata, el único Merlín de Sudamérica. Y Omar Aramayo, ningún poeta que le ha cantado como él al cosmos andino.

—Néstor, gracias por privilegiarnos con esta entrevista.


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