Pederastia: complicidad, dolor y silencio



Escribe: Rosa Montalvo Reinoso - SER | Sociedad - 25 Apr 2010

Las acusaciones de complicidad de la alta jerarquía de la iglesia en relación a los casos de abuso sexual, especialmente a niños y adolescentes, han recorrido los periódicos del mundo entero. De esa forma, nos hemos enterado de que el Cardenal Darío Castrillo de Colombia felicitó a un obispo francés por no denunciar a un sacerdote acusado de pederastia.

“Lo has hecho bien y estoy encantado de tener un compañero en el episcopado que, a los ojos de la historia y de todos los obispos del mundo, habría preferido la cárcel antes que denunciar a su hijo sacerdote,” escribió.

El encanto cómplice mostrado por este cardenal, que superpone la defensa de uno de los integrantes de su iglesia a la justicia, que debería ser lo principal en los casos de violación a los derechos humanos, más aún tratándose de un niño, ha sido una línea de actuación de la jerarquía eclesiástica. Así, por ejemplo, nos hemos informado en estos días que la Arquidiócesis de Miami y altas autoridades del Vaticano sabían desde 1968 que el sacerdote Ernesto García-Rubio, llamado el “santo patrón de jóvenes refugiados centroamericanos y cubanos”, había sido obligado a salir de Cuba por abuso sexual, pese a lo cual fue transferido al sur de la Florida, donde tuvo más de ochenta denuncias de las comunidades de refugiados que asistían a su parroquia. Que “hicieran todo lo posible para proteger a este sacerdote, con su amor paternal de siempre” fue el pedido del Nuncio Apostólico del Vaticano en Estados Unidos, Luigi Raimondi, antes de que el sacerdote sea definitivamente expulsado de la iglesia.

No puede dejar de mencionarse en esta saga de silencio los hechos suscitados en Wisconsin en el que está involucrado el actual Papa, cuando era el cardenal Ratzinger. Según reveló el New York Times, el sacerdote estadounidense Laurence Murphy abusó de 200 niños sordos cuando daba clases en la escuela para discapacitados auditivos de Saint John, Milwaukee, entre los años 1950 y 1974. “Murphy era muy fuerte y poderoso… No podías escapar. Era como estar en una prisión... Me sentía muy confundido, el padre Murphy me manoseaba y yo preguntaba: ‘Dios, ¿esto está bien?”, declaró Steve Geier en una entrevista a un periódico local en el 2006. (1)

La comunicación del arzobispo de Milwaukee, Rembert G. Weakland, en 1996, enviada al cardenal Ratzinger, quien entonces dirigía la Congregación para la Doctrina de la Fe, encargada de estudiar esos casos, no tuvo ninguna respuesta. Frente a esto, el cardenal Tarsicio Bertone, actualmente secretario de Estado del Vaticano, el mismo que acaba de relacionar la homosexualidad como causa de la pedofilia (2), solicitó a los obispos de Wisconsin iniciar un juicio canónigo secreto al sacerdote, el cual fue interrumpido por el mismo Bertone cuando Murphy escribió a Ratzinger mostrando su arrepentimiento y señalando que estaba enfermo. Otra vez, como en los casos anteriores, primaron los intereses corporativos de la iglesia, la protección a sus integrantes frente a los intereses de su feligresía, que necesitaba quizá más que otros saber que podría tener justicia, que los abusos no eran su responsabilidad, que no tenían la culpa de lo que les sucedía. Aunque algunos se atrevan a decir, como el obispo de Tenerife, Bernardo Álvarez que “puede haber menores que sí lo consientan y, de hecho, los hay. Hay adolescentes de 13 años que son menores y están perfectamente de acuerdo y, además, deseándolo.” (3)

Aprovecharse de la confianza de los niños y niñas es una de las características del abuso sexual. El engaño, la humillación, la posesión y la visión de que son objetos y no sujetos es lo que está detrás de estos hechos. La jerarquía y el poder que se tiene sobre los seres más vulnerables e indefensos, de quienes se podía incluso tener la tutela y la confianza de las familias, hacen que para el niño o niña abusado sea mucho más difícil hablar o contar su experiencia traumática. En muchos casos, se aprovechó y abusó de quienes no contaban con nadie, como ocurrió con un cura en Brasil, quien fue arrestado por violar a un niño de 5 años. Son los abandonados, desprotegidos, en indefensión absoluta, quienes resultaban presas más fáciles porque estaban más proclives a poner su confianza en un adulto que se presentaba como protector, sobre todo tratándose de un sacerdote. “Presentarse siempre como el que manda. Ser cariñoso. Nunca hacer preguntas, pero tener certezas. Conseguir chicos que no tengan padre y que sean pobres. Jamás involucrarse con niños ricos,” decía uno de los escritos que se le encontró. (4)

Los abusadores en la iglesia no son personas fácilmente detectables. A menudo han tenido mucho poder y ascenso en sus localidades, como es el caso de Maciel, sacerdote mexicano, quien fue fundador de la orden de los Legionarios de Cristo, una de las que ha tenido un mayor crecimiento en la Iglesia católica, que tiene más de 600 sacerdotes y 2 500 seminaristas en 20 países de América del Norte, América del Sur, Europa y Australia. Maciel fue un hombre de confianza de Juan Pablo II, quien lo auspició para llegar a distintas instancias de la iglesia. Fue acusado por varios seminaristas de abuso sexual, luego se descubriría que tenía hijos, quienes a su vez también han denunciado haber sido víctimas de abuso. Aunque Maciel dijo que se declaraba inocente, en el 2006 el Vaticano le pidió que dejara de celebrar misas y se consagrara a “la oración y el arrepentimiento”, lo que según los entendidos da cuenta de que hubo suficientes pruebas de su actuación, pero como en otros casos se cerró la investigación debido a los problemas de salud y a la avanzada edad del acusado. Este año, la orden reconoció por fin que su fundador había cometido abusos sexuales y tenía hijos biológicos.

Para muchos católicos y no católicos que han caminado junto a los más débiles, que hicieron de sus vidas un compromiso por los más pobres, por los derechos humanos y la justicia, exponiendo su vida y dándola en muchas ocasiones, no es posible entender el silencio de la iglesia frente a la violación no sólo física, sino sicológica y espiritual de niños y niñas, lo que con seguridad impidió que vivieran vidas plenas, pues la devastación y desestructuración internas generadas por el abuso permanente al que muchos fueron sometidos dejaría profundas huellas, afectando severamente sus estructuras síquicas. Ellos y ellas están entre las voces que se están levantando exigiendo verdad y justicia, por suerte, no todo es silencio.

Una de estas voces es la del teólogo Hans Küng, quien fue entre 1962 y 1965, junto con Razinger, uno los dos teólogos más jóvenes del concilio. “No puede silenciarse que el sistema de ocultamiento puesto en vigor en todo el mundo ante los delitos sexuales de los clérigos fue dirigido por la Congregación para la Fe romana del cardenal Ratzinger (1981-2005), en la que ya bajo Juan Pablo II se recopilaron los casos bajo el más estricto secreto,” dice. “Por tanto, vuestro voto no os impide decir la verdad sobre la actual crisis de la Iglesia, de vuestra diócesis y de vuestros países,” (5) dice en otro momento de la carta abierta que ha enviado a los obispos.

“La Iglesia Católica completa debe aceptar su culpa y la responsabilidad colectiva por los abusos sexuales cometidos por sus miembros,” dijo el miércoles el cardenal de Viena, Christoph Schoenborn, y en varios países ya la iglesia pide perdón y exhorta a que se diga la verdad, a que se denuncien los hechos. Incluso el Papa está paso a paso reconociéndolos, pidiendo perdón, como lo hizo en la isla de Malta. Más allá del perdón, cabe preguntarse qué hará la iglesia para que estos hechos no se repitan en su seno en ningún lugar. ¿Qué va a hacer para posibilitar que las víctimas que aún están en silencio hablen y denuncien estos delitos?

Un punto que hay que señalar frente a toda esta lluvia de información sobre los abusos que han cometido sacerdotes católicos en el mundo es que la violencia y el abuso contra niños y niñas no es un asunto privativo de esta iglesia, sino que se da en diferentes espacios, instituciones, familias, no necesariamente desestructuradas, como pretende afirmarse. Todos esos casos tienen en común el silencio, la dominación, la complicidad de las jerarquías, el miedo, el silencio y al final de cuentas la impunidad que en más ocasiones de las que nos gustaría prima en los casos de violaciones de los derechos humanos. ¿Qué hará la sociedad en general para que los niños y las niñas no tengan que vivir nefastas experiencias de abuso sexual, de humillación, y dolor, que son mucho más frecuentes de lo que imaginamos?

NOTAS:

(1) Citado en “Dios, ¿esto está bien”, Católico sin censura, 7 de abril del 2010.
http://catolicosincensura.com/?tag=arthur-budzinski

(2) El cardenal Bertone empleó la palabra pedofilia, que se refiere a la "atracción erótica o sexual que una persona adulta siente hacia niños o adolescentes", lo cual da cuenta de una tendencia. La pederastia en cambio se refiere a cometer el abuso sexual hacia niños o niñas, siendo esto sí delito. Este error es bastante común.

(3) http://www.elmundo.es/elmundo/2007/12/27/espana/1198760752.html

(4) www.portalplanetasedna.com.ar/iglesia.htm

(5) Hans Küng, “Carta abierta a los obispos católicos de todo el mundo”, El País, 15 de abril del 2010. http://www.elpais.com/articulo/sociedad/Carta/abierta/obispos/catolicos/todo/mundo/elpepusoc/20100415elpepisoc_3/Tes



1 comentarios

  • Juano Sunday 25 de April del 2010 a las 18:15

    QUIEN SE ATREVE EN PUNO A DENUNCIAR ABUSOS?


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