Viejo Verde: El refrito


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Escribe: Luis Pineda Valdivia | Sociedad - 19 Apr 2015


Los plagios en el periodismo o en la literatura se han descubierto varias veces con cierto escándalo en nuestro país, véase por ejemplo el caso del flemático inefable Guillermo Giacosa o el del maravilloso sinvergüenza de Bryce Echenique, que tuvieron la fabulosa idea del "copy paste" de artículos muy fáciles de verificar. Los muy bueyes se creyeron campeones, pero de lejos no somos los únicos ni los mejores; el nobel Camilo José Cela y hasta William Shakespeare fueron acusados de ser innobles y baratos copiones; ¡pero qué bribones ese par de capullos!

La definición oficial de plagio, "acción de copiar en lo sustancial obras ajenas, dándolas como propias", o sea, copiar párrafos enteros y publicarlos con otro título, cambiando algunos subjetivos, adverbios o el orden mismo. Todo por dinero, fama o por el abandono ingrato de las musas.

Copiar viene desde la infancia, cuando “plagiábamos” entera la tarea del compañero aplicado; ocurría en la universidad cuando copiábamos al pie de la letra las respuestas del compañero estudioso, al lado del cual sentábamos todos los vagos alrededor, o en caso de estar aislado del grupo, usar nuestras propias notas reducidas al mínimo tamaño gracias a la tecnología de las fotocopiadoras.

La costumbre de copiar es en buena cuenta parte de nuestra vida y de nuestra historia, porque casi todo lo que hacemos lo imitamos de otra persona ya que somos en general muy poco o casi nada originales, entonces copiamos la forma de vestir de otros, la manera y el estilo de hablar de algún cercano o famoso, copiamos o tratamos de imitar los hábitos pudiendo llegar incluso a mimetizarnos en un entorno ajeno o a cosificarnos pasando por la alineación por razones estéticas, culturales o por decirlo simple, abdicar de uno mismo porque simplemente no nos gustamos.

Si quieren saber más acerca de esta típica conversión, leer el cuento ilustrativo de Ribeyro titulado “Alienación” cuyas primeras letras discurren así: “A pesar de ser zambo y de llamarse López, quería parecerse cada vez menos a un zaguero de Alianza Lima y cada vez más a un rubio de Filadelfia…”. El protagonista de este cuento se llama Roberto que luego pasó a llamarse a sí mismo Boby.

No hay nada nuevo bajo el sol, no vas a descubrir de nuevo el oro, todo lo que se pueda decir está dicho ya, si te faltan emociones te las inventas y ya. Somos siempre los mismos envueltos en novedad.

Si no hay nada más que copiar, entonces nos repetimos y es cuando el “refrito” se convierte en un síntoma decadente de la sociedad.

Yo me copio, copio de otros, me repito, me refrito, todo el tiempo y en casi todos estos tristes artículos, eso porque ando más seco que una pasa pasada.

Emilio Carrere es el claro ejemplo de un refrito histórico, este autor español publicaba varias -muchísimas- veces la misma obra con ligeras variantes o con ninguna, pero cambiándole el título siempre; Cela, que también fue acusado de lo mismo, alguna vez, por un discurso repetido, fue justificado sosteniendo que en tales ejercicios bostezantes no importaba repetir lo que ya se había dicho y lo que las masas sólo entienden a la segunda vez; en otras palabras, el refrito constituye una cortesía del escritor. Pero estamos hablando de Cela. Joder.

El refrito cotidiano es decadente porque solemos repetirnos una y otra vez a cierta edad cuando se acaban las ideas o el entusiasmo y el ingenio, es un signo inequívoco de que estamos aburridos de nosotros mismos y que no nos queda otra que copiarnos o copiar a otros gracias al dios Google.

Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, supongo que estaba cansado y viejo para hacer algo tan poco original y aburrido.


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