Habladurías de un viejo verde: Terramar


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Escribe: Luis Pineda Valdivia | Sociedad - 26 Apr 2015


Estoy solo porque es la única manera posible de vivir; sin nadie alrededor, no hay manera que sus malignas sombras formen los viles espejos que cuchichean, mezquinos, sobre la horrible piel que me cubre como un sudario deshilachado por la gangrena y pus de mis actos.

Todas las veces que me he visto a través de tus ojos, todas esas lágrimas que contienen esta indiferencia, todos aquellos momentos de ceguera, cuando no podía escuchar más que tu voz arrullando a otro que nunca soy yo.

Ando triste porque es la mejor forma de extrañarte; cuando no puedo encontrar el camino a mi tranquilidad, pienso que estás cerca pero nunca vas a cruzar por el frente de mi casa, entonces te convierto en mi faro nebuloso, mi guía y mi ausencia, mi posibilidad.

Desde aquel día, esa tarde; ese pequeño, diminuto y delicado segundo cuando supe que te amaría toda la vida y toda la muerte; tomó tiempo el que sea necesario para volver a nacer y volver a vivir tremendo desajuste de lo previsto, conocerte una y otra vez. Una y otra vez tu sonrisa.

Lo que me salva y me mata es cuando elevo a la categoría de superhéroes a mis amigos, los veo siempre luchando por la justicia empapados de sudor, estoicos y triunfantes ante la soledad, los veo desde lejos, moviéndose más rápido que mi propio sentido del estancamiento.

Alargo todo lo humanamente posible su abrazo; un acorde vibrante, un suspiro de pena de un viejo fantasma que ya no se acuerda su propio nombre, un pedazo de papel de un poema a medio empezar, un descanso, una forma de decir “lo siento, perdóname por ser como soy”.

Esquivo la felicidad porque sé que ésta es una burla, un engaño para los tontos que no dejan de perseguir la belleza del regazo de las frías y falsas arpías del reposo; los cabellos suaves y las pieles de las Venus fueron creados para enloquecernos.

Estoy lejos porque así mi figura se moldea con tu esperanza, puedo dejarme alcanzar por tu imaginación, puedes conocer lo sincero que he sido, puedes hacer de mí lo que siempre has querido.

Sé que en algún momento voy a ver hacia el furioso, rojo y hueco cielo y esa señal, aquella luz brillante de la que han hablado hace tanto los viejos más viejos que yo; será tan larga e imperceptible para mí que la confundiré con las mismas enrarecidas imágenes de mis visiones, aquellas sobre las que he construido este palacete incongruente.

Aquel miedo del que me hablas, por el cual has aprendido a quererme, a necesitarme, a buscarme entre la lucidez del loco y las rajaduras del alma, aquella muda herida que colocas entre nosotros y no entiendo las razones del no puedo; que no puedo tocar, que no puedo curar, que no puedo dejar de hacerla mía. Es tu nombre. Mía.

Estoy solo porque sólo en la oscuridad brilla la luz, sólo en el silencio se aprecia la palabra, sólo en la muerte; en la víspera, la vida vibra, brilla como el vuelo del halcón en la mitad de la noche.


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