Exclusión social en la festividad de la Virgen María de la Candelaria


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Escribe: Felipe Supo Condori | Sociedad - 07 Feb 2016


Cuando llega la octava de las fiestas de la virgen de Candelaria en nuestra Capital del Folklore Peruano, ahora Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, los puneños y puneñistas participamos en este acontecimiento, ya sea en forma directa (bailando) o en forma indirecta (como espectadores). Esta participación expresa, sociológicamente, una exclusión social, de manera que no es lo mismo participar en la morenada “San Antonio” que en las morenadas “Orkapata”, “Bellavista” o “Laykakota”; como tampoco es lo mismo participar en las morenadas “Ricardo Palma” o “San Martín”, esto en referencia a morenadas. Lo mismo ocurre con las sayas, diabladas y otras danzas. Dicho de otra forma, es difícil imaginarnos que a un ciudadano apellidado Quispe, Mamani o Condori le dejen participar en la “exclusiva” morenada “San Antonio” (salvo excepción interviniente), este ciudadano podrá participar, si es que tiene dinero, en las “grandiosas, espectaculares, apoteósicas, etc.” morenadas “Bellavista” u “Orkapata”, si no es el caso, lo hará en otras morenadas de menor “rango” o simplemente no podrá participar como danzarín.

Es propósito de este artículo periodístico hacer notar que en esta participación del folklore puneño –para unos de fe, para otros pagano y de diversión- intervienen factores económicos, sociales y culturales que originan una marcada exclusión social, percibida como estrato o clase social. Nuestra finalidad es hacer un análisis sociológico y no antropológico, ya que este último tiene una relación de análisis cultural basada en costumbres, ritos, folklore, religiosidad, etc.

En sociología, se denomina exclusión como marginación a una situación social de desventaja económica, profesional, política o de estatus social, producida por la dificultad que una persona o grupo tiene para integrarse a algunos de los sistemas de funcionamiento social (integración social). La marginación puede ser el efecto de prácticas explícitas de discriminación —que dejan al estrato o clase social segregado al margen del funcionamiento social en algún aspecto— o, más indirectamente, ser provocada por la deficiencia de los procedimientos que aseguran la integración de los factores sociales, garantizándoles la oportunidad de desarrollarse plenamente (Marx, Weber, Gramsci o los contemporáneos Luhmann, Parsons, Bourdieu, Arent y Habbermas). También la exclusión social consiste en negarle a una persona las oportunidades a las que tiene derecho porque es “diferente a nosotros”. Por ejemplo, en las discotecas “pitucas” de Asia en la ciudad de Lima, no permiten el ingresos de “cualquier” persona, con el pretexto de “reservado el derecho de ingreso” o en el caso de nuestro tema de interés, que en la morenada “San Antonio” no es “fácil” que cualquier persona baile en esta agrupación.

En esta festividad de la octava, participan más de 70 conjuntos entre morenadas, diabladas, sayas, waca wacas, cullahuadas, etc. que despliegan colorido, alegría, fe y devoción; nosotros diríamos, que además y sobre todo, despliegan ostentación de estatus y riqueza que se reflejan en las alhajas y otros aditamentos como se ha percibido en las participaciones del lanzamiento y el aniversario de la Federación Regional del Folklore, también en las vísperas del concurso (día domingo) y en la parada (día lunes).

La participación en la festividad de la virgen María de la Candelaria es diferenciada socialmente porque para participar directamente en ella como danzarín, es necesario tener suficiente dinero y relaciones sociales, sobre todo si uno es nuevo. Como promedio de gasto, se requiere contar con al menos $300.00 dólares americanos, sin considerar los gastos de manutención diaria que oscila entre los S/. 100.00 y S/. 200.00 para la confección de ternos, botas, guantes, chalinas, sobrecapas y otros aditamentos especiales (sombreros, casacas, buzos, etc.) para las diferentes ocasiones como parte de la festividad (lanzamiento de la festividad, aniversario de la federación, las vísperas y las albas); asimismo, sin considerar los gastos que se requieren (comidas y bebidas) para cada día de la festividad que inicia desde la recepción de las bandas de músicos, el alba, la víspera, día del concurso, día de la parada, los días de visitas (días martes y miércoles) y finalmente el día de la despedida (Kacharpari). No necesariamente, a cada momento y en cada ocasión, los alferados, los que tienen “cargos” o los que se han comprometido atender al conjunto, ofrecen “oportunamente” la cantidad “necesaria y suficiente” de comida y sobre todo bebida –alcohólica-, cada participante debe “gastar de la suya”.

Ahora, si hablamos de los “gastos” de las señoras y señoritas danzarinas el gasto es mayor, sin considerar las alhajas (que generalmente es de oro), los “detallitos” y demás aditamentos, el costo oscila entre $ 300.00 y $ 500.00 dólares americanos. Tampoco estamos considerando los gastos de los días de la festividad en los que refrescan sus cuerpos cansados; porque según el adagio popular puneño: “cuando toman –beben- las señoras y señoritas puneñas, no hay cantina que las aguante”.

Estos gastos se hacen en todos los conjuntos de mayor y menor prestigio, pero es muhco mayor en conjuntos grandes, como las morenadas Bellavista, Orkapata, Laykakota, o las diabladas Azoguine, Bellavista, PNP. Para estos conjuntos de morenadas grandes un grupo de músicos del vecino país de Bolivia no viene por menos de $ 20,000 dólares. Los músicos de nuestra región cobran no menos de $ 13,000 dólares.

Esta diferenciación social también está expresada al interior de los conjuntos y agrupaciones folklóricas, pues existen diferentes bloques que agrupan por afinidad (económica, social y cultural) a los integrantes de los conjuntos; de manera que es difícil “ingresar” a estos círculos sociales que generalmente son “cerrados”. Decimos que son bloques que se integran por afinidad económica, social y cultural porque la tenencia económica, las relaciones sociales expresadas en cierto estatus social y el aspecto cultural reflejado por el color de la piel, procedencia o apellido, marcan el bloque al que uno debe ir. Eso es selección. Una forma más de exclusión social.

Esta diferenciación social entre conjuntos se desarrolla más en la “exclusiva” morenada “San Antonio” y la “Cultural Juliaca”, agrupaciones donde se puede percibir que casi todos sus integrantes se caracterizan por tener un color de piel más clara, tratando de reflejar a un conjunto de “blanquitos” y “pitucos”. Parece ser que para pertenecer a estos conjuntos no solamente es necesario tener “harto” dinero, ciertas relaciones y estatus social, sino que es necesario tener la piel más “clarita”.

Todos los que “podemos” participar en la octava de la festividad de la virgen María de la Candelaria, ya sea en forma directa o indirecta, lo hacemos de manera diferenciada, según nuestras posibilidades económicas, relaciones sociales, estatus social y manifestación cultural. Si tengo un apellido Quispe, Mamani o Condori, mi piel es trigueña y tengo facciones de un “originario” de la cultura andina, difícilmente podré bailar en los “exclusivos” conjuntos folklóricos de la morenada “San Antonio” o la saya de la “Cultural Juliaca”. Ahora, si tengo dinero y suficiente, podré bailar en los conjuntos “populares” y “grandiosos, apoteósicos, espectaculares” Orkapata, Bellavista, Laykakota o los “Intocables de Juliaca” . Y si no tengo mucho dinero, puedo bailar en otros conjuntos de menor “rango” y si no tengo nada, puedo ir detrás de la banda o ser solo espectador. Lo cierto es que se trata de disfrutar estas fiestas desde cualquier tribuna.

Finalmente, debo decir que estas aseveraciones empíricas y observables son pinceladas de carácter muy general que merecen mayor profundización a través de un trabajo de investigación más detallado.


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