La violencia nuestra de cada día


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Escribe: Ana María Vidal Carrasco | Sociedad - 27 Nov 2016


Dentro de todas las manifestaciones de violencia, el acoso político está a la orden del día. A pesar que a las mujeres nos ha costado acceder al espacio público, y que ahora ocupamos puestos de trabajos antes solo destinados a los hombres, y que cada vez accedemos un poquito más a la vida política del país, la violencia no ha cedido, solo ha mutado. Se ha adecuado y adaptado a los nuevos tiempos. Sí, esa misma violencia que nos hiere y a veces llega a matarnos, también sigue presente en la política y nos ataca.

Este acoso político puede llegar a matar. No es una exageración. En el 2012, hace apenas 4 años, en Cotabambas (Apurímac) la regidora Ruth Paz Corisaca tuvo que ser internada en el hospital a causa de los golpes que le dio el propio alcalde, Guido Quispe Ayerbe. Ese mismo año (un mes después de este terrible hecho en Perú), en Bolivia mataron a la concejal Juana Quispe, después de una serie de agresiones, de robos, de amenazas, incluso de golpes.

Pero claro, a quienes denunciamos este tipo de violencia nos dicen que sobre reaccionamos, que no es para tanto, que esos son los costos de entrar en política. No, no lo son. Ningún tipo de violencia es aceptable, no valen respuestas absurdas como la de “es un costo a pagar” o que “sabías a lo que te metías”, ni ninguna otra de sus variantes.

Lo vimos de manera insolente con Susana Villarán, quien como alcaldesa tuvo que soportar un sin fin de mentiras y ataques. Hace poco también lo vimos con Verónika Mendoza en plena campaña electoral, a quien le hicieron preguntas que nunca le harían a un hombre, la cereza del pastel fue “¿de qué has venido vestida?”

En este nuevo quinquenio hemos visto cómo diversas mujeres han sido atacadas ensañándose en su condición de mujeres. No ha habido sector político que se salve. En el Frente Amplio han insultado a Marisa Glave e Indira Huillca, incluso han sido víctimas de montajes fotográficos baratos o la divulgación de risibles patrañas, como la del celular rosado de Huillca que fue el paroxismo de lo desatinado. En el partido de gobierno la agresión hecha por Vásquez Kunze a las asesoras del Presidente fue solo el inicio, luego vendría en estos días con el ahora expulsado Roberto Viera quien insultó a Mercedes Araoz; y en el fujimorismo, hace poco Rosa María Palacios ha denunciado cómo desde esa bancada –con Keiko incluida- estarían amenazando de manera específica a las mujeres.

Sí, todas estas agresiones son distintas formas de ejercer el acoso político. Decirle a cualquiera de estas mujeres políticas que “sabían a lo que se metían” es justificar el acoso político, es aprobar la violencia contra las mujeres.

Además, como siempre, desde Lima no sabemos mucho sobre lo que ocurre en las regiones donde las mujeres que entran a la política también son atacadas y la prensa guarda un silencio cómplice. Quienes lean esta columna en las regiones podrán identificar varios casos de acoso político, la mayoría de ellos acallados o encubiertos por las mismas autoridades municipales o de las gobernaciones regionales.

Pese a esto, a la fecha no hay un delito que tipifique y sancione este tipo de violencia y, claro, tampoco existe jurisprudencia nacional al respecto. El quinquenio pasado, Veronika Mendoza presentó un proyecto al respecto, y esta semana organizaciones feministas han presentado otro proyecto de ley en esa línea. Tampoco existe un registro público que desde el Estado lleve la cuenta de estas agresiones, que ni siquiera se sancionan administrativamente. Simplemente del tema no se habla, solo se calla, o lo que es peor, se responde: “pero si sabías a lo que te metías”.

La violencia contra nosotras siempre ha estado allí. Todas la conocemos bien, en algún momento de nuestras vidas nos ha golpeado en cualquiera de sus diferentes modalidades. Ahí ha estado envolviéndonos, asfixiándonos desde niñas, luego adolescentes, jóvenes, adultas o ancianas. Esa sensación de miedo la hemos sentido todas. Es por las violencias, y también por el acoso político de cada día, ese que nos golpea, nos violenta, nos mata, por el simple hecho de salir al espacio público, de hablar y de hacer política, que no podemos tolerar ni un solo insulto más, ni una sola justificación. Tenemos que estar alertas y responder al primer atisbo de violencia. Si nos quedamos calladas luego será muy tarde. Rompamos el silencio y la impunidad frente al acoso político.


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