El nacimiento, la transformación y la muerte de las danzas


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Escribe: Los Andes | Sociedad - 05 Feb 2017

La danza Vicuñitas, por ejemplo, no es más que una versión remozada y más alegre de la danza Choquelas. Ya que esa danza es lenta y poco atractiva para el público de las ciudades, a “alguien” se le ocurrió contratar los servicios de un experto para “mejorar” y crear otra danza a partir de la anterior.


En algún momento, entre los años 1975 y 1985, la danza Rey Ángel estuvo a punto de nacer como parte de la festividad de la Candelaria. No se trataba de otra cosa que juntar muchos ángeles aparte y bautizar con un nombre nuevo a esa agrupación.

El hecho no pasó de ser una anécdota, pero cabe darle un poco de atención, pues así como hay experimentos fallidos, también los hay exitosos. De ahí la pregunta: ¿Qué diferencia hay entre innovar y falsear? La respuesta es compleja, pero -como se dijo antes- conviene atender varios aspectos.

El director del Instituto “Jilata”, Salvador Mamani Chayña, cuenta, por ejemplo, que la morenada tiene como figura principal al moreno. A alguien se le ocurrió poner una pequeña corona a ese moreno y se sintió con el derecho de llamar a su creación “el rey moreno”; otro agregó una especie de capa a la danza y se sintió con el derecho de llamar a su grupo “rey caporal”, para darle un carácter mucho más imponente. “¡Pero siguen siendo lo mismo!”, sentencia. ¿Eso es innovar? Mejor seguir con otros casos.

Ya que en las danzas de trajes de luces la alteración es mucho más notoria, conviene atender a las danzas autóctonas. Salvador asegura que la danza Vicuñitas, por dar un ejemplo, no es más que una versión remozada y más alegre de la danza Choquelas. Explica que, ya que esa danza es lenta y poco atractiva para el público de las ciudades, nuevamente a “alguien” se le ocurrió contratar los servicios de un experto en danzas para “mejorar” y crear otra danza a partir de la anterior. “Le agregaron lana a la vestimenta”, explica. Las versiones estilizadas abundan y hasta se podría confeccionar un inventario.

¿Por qué algunas danzas del medio rural son consideradas aburridas y monótonas en el medio urbano? La pregunta también es polémica. Salvador no lo duda: el racismo tiene mucho que ver. A un citadino se le da por despreciar una de esas danzas lentas porque son danzas de “indios”. Las críticas desmoralizan a los danzantes y a veces ya no vienen por vergüenza, dice Salvador. Otros danzantes no aceptan rendirse y optan por cambiar la naturaleza de la danza o, bien, se inventan una.

Por otro lado, César Suaña, periodista y agudo observador, remarca la importancia de que muchas de las danzas autóctonas son a la vez un ritual. Apunta que muchas danzas necesitan de mucho más que 8 minutos que se dan en el concurso de danzas para desarrollarse.

Esto último se puede corroborar en la participación de varios conjuntos de danzas autóctonas: Los danzantes encargados de practicar el ritual, actúan sumamente apurados, algunos aún están en plena ejecución del ritual cuando uno de los integrantes de la organización ya da la señal de fin del tiempo de presentación.

Hay algunas danzas que no llegan a adecuarse a la duración de 8 minutos (tiempo estipulado en el concurso) y su presentación queda deslucida. Suaña atribuye a este aspecto que varias de ellas no sean vistas en las últimas competencias.

Aquí sale a relucir una contradicción fatal: el concurso de danzas es, a la vez, la razón por la que muchas danzas crecen y mejoran su ejecución y también por la que alteran su naturaleza o tienden a desaparecer.

René Calsín, historiador y conocedor del Folklore, tiene similar opinión: Los concursos sacan lo mejor de los conjuntos de danzas; pero, a menudo, los participantes efectúan cambios que desvirtúan la esencia de las danzas para alcanzar un mejor puntaje.
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Curiosamente, al hacer del arte un espectáculo, un danzante de Conima o Desaguadero se topa con un asunto que trae problemas a un músico Yanqui o un director de películas. ¿En el arte lo más importante es gustar al público o expresarse? ¿Es mejor ganar un concurso o mucho dinero o hacer lo que me nace? ¿Es el arte una competencia que se define por números de recaudación o puntaje?

La tendencia es optar por la aprobación monetaria del público, pese a que hay infinidad de personas como Suaña, Salvador o Calsín, que ven, en la mayoría de cambios, una especie de contaminación de nuestra cultura. La postura contraria no tiene representantes notorios, pero el argumento es que sin cambios ni fusiones, ni experimentación, la cultura dejaría de ser dinámica y, sobre todo, atractiva para el público.

Hasta ahí una parte del cómo cambian las danzas en nuestros tiempos. René Calsín intenta zanjar el tema explicando que una cosa es desarrollar las danzas y otra cosa es desvirtuarlas. Cuando se desarrolla, se cambia la danza sin alterar la original, dice; pero entonces surge la pregunta: ¿Cuál es el límite entre desarrollar y desvirtuar? El historiador da un ejemplo: En la pandilla, subir las faldas como se hace en el norte de la región, es desvirtuar; pero agregar algunos colores o formar una mejor coreografía, es desarrollar.

Lamentarse por una falda corta puede ser visto como pacatería; sin embargo, cabe preguntarse si es que todo hecho que debe ser espectado está condenado a reducirse a la muestra de piernas y nalgas a medida que pasan los años; solo hay que ver los “impresionantes” logros de la televisión dedicada al espectáculo.

El tema se puede ampliar al infinito. Mientras, danzas como el Inti Tusun, los Chullukahuas, Soldado Palla Palla, el Inti Tusuk y otros, desaparecen lentamente. Salvador Mamani asegura que un puneño llamado Jesualdo Portugal Castelo porta un estudio que contiene el registro fotográfico de 726 danzas en la región, es decir, más del doble de lo que se dice (entre 250 y 350). Este patrimonio parece inacabable, pero se extingue de a pocos.


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