— ¡ANTE ESTA DESGRACIA, AYUDEMOS! — No se oye, padre.


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Escribe: Jorge Rendón Vásquez | Sociedad - 26 Mar 2017

Calor tropical, lluvias, desbordes de ríos, huaycos, inundaciones, aniegos, carreteras arrasadas, desplomes de puentes, ciudades y poblados aislados, viviendas semisumergidas, zancudos, mosquitos y lo que luego viene: desabastecimiento de agua y víveres, encarecimiento (hay gente que lucra con las desgracias y hasta con un rictus de alegría), miseria, enfermedades, tristeza. Nuestro país ha sido elegido otra vez por la naturaleza para descargarle uno de sus feroces golpes.

Pero, hasta ahora resistimos, muchos —es cierto— viendo las desgracias por televisión, otros leyendo los diarios. ¡Es un espectáculo, que compite en popularidad con el fútbol y con algunos políticos que aprovechan cámaras en primera plana.

Ante la magnitud in crescendo de la inclemencia del mal tiempo, comencé a preguntarme qué podíamos hacer los demás —los no damnificados— para ayudar. No sólo para llevarles agua (y ropa usada; que es lo primero que dan los ricos) a las familias con casas empinándose sobre el agua, sino para reconstruir de inmediato las carreteras, las vías férreas y los puentes; para reforzar las defensas ribereñas, para que quienes han perdido sus casas las construyan en otros sitios no vulnerables, para prevenir las epidemias, etc.

Una voz me previno: el gobierno tiene recursos para eso.

Esperé.

Hubo una difusa declaración del Presidente y del ministro de Economía afirmando que sí, que el Estado tiene fondos para controlar al Niño y también para los Juegos Panamericanos, objetados por un grupo político que buscaba con ello desviar la atención del país sobre sus jerarcas complicados en la descomunal corrupción promovida por Odebrecht. Era como si la emergencia de las lluvias inusitadas hubiese estado prevista en el presupuesto público, y sólo se tratase de gastar el dinero que las regiones no quieren o no tienen la costumbre de gastar, según el gobierno central. Nada explícito, en suma, como para conformar a la gente del pueblo, tranquilizarla y asegurar a las clases propietarias que este asunto está bajo control y que las mayorías populares tan aleladas por el espectáculo de los desbordes nunca tendrán la malhadada idea de salir a las calles, como aquella vez de la protesta inducida contra el peaje de Puente Piedra.

¿Tiene el gobierno realmente recursos para la emergencia? ¿Hay cifras sobre la evaluación de los daños? Y ¿si no tuviera recursos suficientes?

Entonces comencé a aventurar una pregunta a la gente de varios medios con la cual me topaba: ¿estaría usted dispuesto a dar algo de sus ingresos para ayudar a nuestro país en este trance? Mis interlocutores me miraban sorprendidos. Algunos guardaban silencio, otros murmuraban algo ininteligible y otros, en fin, salían del paso respondiendo que el gobierno tiene plata y que este y los anteriores son responsables de lo que nos sucede.

En otras palabras: ¡no se oye, padre!

He visto por ahí algunas declaraciones de cierta gente acomedida pidiendo solidaridad, una solidaridad vacía de contenido, un poco como para contentar su apesadumbrada conciencia.

Mi propuesta concreta es que todos deben dar algo tangible, y lo único tangible en este caso es dar dinero.

Lo pertinente sería, por lo tanto, crear por ley una contribución extraordinaria del 1% de la renta neta a pagarla durante el presente año. Esto gravaría a los que reciben ingresos de primera, segunda, tercera y cuarta categorías. Para los de la quinta, o sea los trabajadores en relación de dependencia, la obligación sería aportar un día de su remuneración deducible en seis cuotas.

Pero, además, se debería prever sanciones severas para los burócratas, políticos y algunos otros que se apropiaran de los recursos destinados a la reconstrucción de los bienes dañados o se coludieran con los contratistas en las licitaciones de las obras. Los primitos de Odebrecht internacionales y locales ya deben de estar alertas para agarrarlas.

Una contribución como la que sugiero sería además un ensayo de movilización de nuestro país y nuestro pueblo para afrontar las desgracias mayores que puedan agobiarnos luego.

¿Tienen responsabilidad los ingenieros que planearon el trazo de las carreras dañadas, que no las afirmaron como se debe, que no anclaron bien los puentes derruidos, que no edificaron correctamente las defensas, que no hicieron las casas suficientemente resistentes?

Siempre me he preguntado por qué las pistas en los países europeos, en Estados Unidos y en algunos países de América donde llueve a cántaros no se deterioran casi nunca. En cambio en el Perú, luego de colocado el asfalto o una loza de concreto sobre una carretera u otra vía de circulación pública, basta un chorrito de agua para que las disgregue como pan remojado.

Y nadie controla este frente tan importante de los servicios públicos. Por su ubicación sobre la Placa de Nazca y frente al Cinturón de Fuego del Pacífico y por su exposición a la corriente marina cálida nuestro país se halla expuesto permanentemente a movimientos sísmicos y a desbordes de los cauces de agua. Una dependencia estatal debiera normar los requisitos para la ubicación y construcción de las obras públicas, edificios y casas particulares.


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