Veinticinco años de Perú Jazz


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Escribe: Omar Aramayo | Opinión - 28 Sep 2016

La música de Perú Jazz es el latido de la época, folklore global, más allá de las culturas y las razas, una tormenta en la India o un ciclón tropical que se aferra y se sostiene en la mente con una fuerza capaz de arrancar y arrastrar lo que encuentre en su camino y aun en el futuro.

Como si fueran plumas se levanta edificios, aviones, barcos, playas, cines, trenes, bares, cafés, lo más querido, aquello donde uno ha dejado la juventud, la vida entera, o ha ganado al gran amor de la vida o lo ha perdido en un juego de dados. Música ciclónica levantándose a los devotos, a los que llegaron tarde y aun a quienes jamás llegaron, hasta dejar vacío el espacio, vacío y despeinado, como un corazón roto de un vaso de ginebra.

Al mismo tiempo landó y blue, rock y balada, marinera y oración, no solo fusión o confusión, sino espíritu de la época, géneros que corren juntos, espontáneamente, sin disfuerzo, como en la vieja receta de Rilke, donde la obra de arte es producto del viaje interior pero también de la experiencia, de conocer ciudades, personas, paisajes que se diluyen dentro de uno y toman nuevas formas. Como la canción encantada uno escucha en sueños y trata de retener, y se va; y aquí está.

Y de pronto ya va sonando, como un recuerdo del futuro, nombrando de nuevo el orden del universo. Eso se llama creación y se llama libertad. Mírame, que he regresado para escucharte, para escucharte de a de veras.
Veinticinco años de Perú Jazz, una vida. Un poco más y serán cien. Eso es vivir y dar de vivir. Lo que se llama vivir. A los que te escuchan y te sienten. Y va en serio.

Veinticinco años de revelación religiosa, de creación vital, de cargarle significado múltiple al sonido unigénito, hacerle parir luz, veinticinco años tocados uno a uno como si fuera un gran piano, el piano del tiempo, la cola del tiempo y el piano de la cola sublime, en los cuales el percusionista Manongo Mujica, el saxofonista Jean Pierre Magnet, el bajista David Pinto, el inolvidable y jamás ausente Julio Algendones, Chocolate, más tarde Luis Solar, y ahora invitados, el guitarrista Andrés Prado, el percusionista Alex Acuña, y el bajista panameño Abrahan Lavorié.

Constelación de músicos brillantes, como no podrían serlo más, poderosos en la inspiración y virtuosos en el instrumento, en veinticinco años han labrado un camino de piedras preciosas, para espíritus selectos, elegidos por ellos mismos, para aquellos que recibieron algo del silencio original del cosmos al momento de la creación; y siempre dispuestos a escuchar (al cosmos). Paredes de piedras como estrellas, praderas de estrellas de sonido puro.

Escuchar, ese don de algunos seres humanos dueños de sí, que puedan conectarse con aquello que está latente detrás del espejo. Detrás del yo. Detrás de nosotros, para darnos cuenta realmente de qué es lo que pasa; y qué es lo que nos pasa adentro, aunque ya sea tarde, y la tarde sea un nuevo amanecer en los labios de la muchacha que soñamos siempre, que es la música.


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