La Reforma Universitaria de 1931


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Escribe: Alfredo Sumi Arapa * | Sociedad - 27 Apr 2014


El hecho histórico que removió las estructuras coloniales de la educación superior peruana fue la gesta de los estudiantes de la Universidad Mayor de San Marcos, al finalizar el oncenio de Augusto B. Leguía. Se ejecuta con el inédito arribo democrático al rectorado en la decana de América del maestro José Antonio Encinas, cuya gestión marca la reforma universitaria más radical del continente. En la teoría y en la práctica, la Reforma Universitaria de 1931 constituye un modelo universitario democrático, patriótico y científico para el siglo XXI.

Inicia con la larga lucha de los estudiantes durante dos décadas, desde la constitución del “Centro de estudiantes” en 1908, pasando por la fundación de la “Federación de estudiantes” en 1917, la conquista del “derecho a tacha” en 1919, las jornadas de la universidad popular, la pérdida de la autonomía universitaria en 1928; hasta el 13 de octubre de 1930, fecha en que los estudiantes de U. San Marcos declaran a la Universidad en estado de Reforma. Así, el gobierno militar de Sánchez Cerro se ve obligado a formar una Comisión de Estatuto, legalizando la reivindicación estudiantil.

Esta Comisión de Reforma estuvo integrado por siete profesores: Manuel Vicente Villarán, Guillermo Salinas Cossio, Alfredo Solf y Muro, Daniel D. Lavorería, Constantino J. Carvallo, Jorge Basadre y José León Barandiarán y tres estudiantes: Tomás Escajadillo, Jorge Núñez Valdivia y Ricardo Palma, quienes cumplieron su tarea. Luego el gobierno de Sánchez Cerro dictó el célebre Decreto Ley del 6 de febrero de 1931, en el que declara: anormal la situación universitaria, acabar con el conflicto y satisfacer las aspiraciones de los estudiantes.

La Reforma consigue tres propósitos para los estudiantes: 1) Participación en el gobierno universitario, 2) Intervención en la selección de profesores y, 3) Participar en la elección del Rector. A propuesta de los estudiantes, en marzo de dicho año, se eligió como Rector de la San Marcos, a José Antonio Encinas, cuya brillante carrera pedagógica y política atrajo a la juventud.

Encinas, ya como autoridad, encamina el exitoso sistema político del cogobierno universitario, otorgando responsabilidad a los estudiantes en la gestión del claustro, propone un nuevo método de selección de profesores que inicia con la docencia libre, (anulando el sistema de concurso u oposición), aplica un excelente régimen de organización académica para el mejor desenvolvimiento del estudiante: Escuela Preparatoria, Colegio Universitario, Escuelas Profesionales y Escuela de Altos Estudios; el plan de estudios permite al estudiante seleccionar las asignaturas que sean convenientes para sus posibilidades mentales; la didáctica universitaria se divide en tres niveles que beneficia al estudiante: cultura general, cultura específica e investigación.

El Rector reformista, enmienda las deficiencias del mencionado decreto ley de reforma, y las deficiencias de la Reforma de Córdova de 1918, que se limitaron a reivindicar la participación estudiantil en el gobierno y la mejora del sistema de enseñanza. La experiencia de San Marcos en 1931, demuestra además, que el abandono del estudiante en el orden físico y mental acarrea consecuencias pedagógicas irremediables para el aprendizaje, pues ninguna reforma o enseñanza es fecunda sin el buen estado de salud; por ello, Encinas, estableció la Oficina del Estudiante, encargada de la buena salud y del bienestar material del estudiante. En esas nuevas condiciones, el estudiante adquirió una mejor disciplina mental y el máximo vigor moral, produciendo mejores resultados en sus estudios y creando elevados ideales.

Encinas veía en el estudiante, al futuro hombre de bien, al ciudadano digno del país, al sabio eminente en germen, la única riqueza de nuestra heredad espiritual. Por esa razón, había que atenderla con la mayor emoción social.

La Reforma Universitaria de 1931, presentó otra concepción del profesor universitario cuya misión no solo era enseñar, sino educar. “Si el profesor tuviera una personalidad con fuerza moral, que mantiene la mente y el espíritu en continua creación, por la riqueza de las ideas que expone y la integridad con que las presenta, el estudiante buscaría escuchar la voz de ese profesor porque ella sería su más grande alimento espiritual”. Por eso, su labor debe dirigirse no sólo a ofrecerle conocimientos, sino a velar la vida integral de sus estudiantes, el cual le permitirá dirigir y modelar a la juventud. Esto requiere de parte del docente, absoluta lealtad y consagración a la universidad.

Conocidas las responsabilidades del maestro y la riqueza que constituye la juventud, ambos actores deben entrar en una comunión para convertir a la universidad en el centro de la más intensa actividad social y científica para dirigir la conciencia del pueblo.

Participaron en la dirección de la universidad de ese momento, los distinguidos profesores: Jorge Basadre, Julio Cesar Tello, Luis Alberto Sánchez, Manuel Vicente Villarán, José Jiménez Borja, Jorge Guillermo Leguía, etc. En ese brevísimo tiempo, gobernaba el país, David Samanez Ocampo y el Ministro de Educación era José Gálvez. Ambos, brindaron todo el apoyo para que encaminara la Reforma. Pero, fueron los estudiantes, sobre todo, la columna de tan importante gesta académica.

Sin embargo, aquella Reforma Universitaria no llegó a consolidarse. La Universidad fue clausurada el 8 de mayo de 1932, por órdenes de Sánchez Cerro, pues veía en ella un peligro para su gobierno dictatorial. En seguida, el gobierno de Benavides continuó con la clausura hasta junio de 1935 y entonces, todo volvió a la época de 1928: sin autonomía, sin participación estudiantil en el gobierno universitario, volvió el tradicional examen inquisitorial para aprobar cursos sin aprender, la intervención política desde palacio de gobierno, las tradicionales ambiciones de círculo, y se esfumaron los ideales de la juventud. Se había perdido el “espíritu universitario”.

Con motivo de proponer la reapertura de la Universidad, Encinas, sostuvo una entrevista con Benavides, quien le encaró que los estudiantes eran corruptos e indisciplinados; el maestro Encinas, explicó que, conocer las doctrinas políticas no era corrupción y defendió el motivo convulsivo de los estudiantes. Entonces, el Presidente desafió: “Usted está del lado de los estudiantes”; el Rector sentenció “No, estoy delante de los estudiantes”. Así fue la conversación de un Maestro de escuela y un militar de cuartel. ¡Cómo hubiera sido, si aquella transformación hubiese llegado a su término, por el periodo rectoral de 5 años!
La experiencia universitaria de 1931, aportó las bases teóricas del advenimiento de una universidad social. Esta concepción pedagógico-política partía de comprender a la universidad como la asociación de maestros y estudiantes encaminados a estudiar, investigar, crear y divulgar en beneficio material y espiritual de la colectividad.

No era la universidad de una minoría, destinada a formar profesionales en beneficio personal, sino una universidad que elevaba el nivel cultural de las mayorías democráticas de la nación a través de la formación de las juventudes, para el manejo de la cosa pública, embebidos en la doctrina de justicia social, enaltecidos en la responsabilidad social, premunidos para rechazar cualquier ultraje a la dignidad nacional. De esta suerte, la universidad abriría las puertas para la transformación económica, política y social del país de todas las sangres.

(*) Profesor de la Universidad Nacional Micaela Bastidas de Apurímac (UNAMBA)

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