Alicia del Águila
En diciembre último, el Ejecutivo convocó a una comisión para la reforma política. A diferencia de las que se han conformado en los últimos años, esta no parte de una iniciativa del Congreso. Ya en el mensaje de 28 de Julio, Vizcarra había anunciado su voluntad de promover dicha reforma. El referéndum era un primer paso en ese sentido.
Llama la atención que, más allá de la defensa esencial de la institucionalidad democrática y contra la corrupción, por parte de algunos de sus representantes, las bancadas y grupos políticos de izquierda no aparezcan sentando posición sobre la reforma. Como si esos cambios normativos no tuvieran importantes connotaciones políticas. Mientras que otros sectores, como el APRA, han presentado sistemáticamente diversas propuestas legislativas, a lo largo de los últimos años (como la iniciativa del congresista Mulder para cerrar aún más el sistema político).
No es que no se perciban posiciones sobre determinados temas, es que no se aprecia un activismo en torno a ellos, empezando por propuestas legislativas, salvo sobre la lucha anti corrupción y, la paridad de género, esto por el esfuerzo tenaz de algunas congresistas. No, por ejemplo, respecto a decisiones sobre la “ingeniería” electoral, que conllevan efectos sobre la relación centro/regiones, representación regional o de grupos sub representados.
Desde que se consensuara y aprobara la Ley de partidos políticos en el 2003, los anuncios de reforma han sido constantes. Ello deja en claro la débil legitimidad del sistema. Del 2003 al presente, el Congreso ha ido aprobando una serie de cambios, en un sentido u otro. La tendencia ha sido a buscar preservar el monopolio de la representación. El argumento: “fortalecer a los partidos”. Esta idea conllevaba también un implícito centralista.
Inicialmente, estas propuestas fueron promovidas por diversos sectores, incluyendo las izquierdas. Se compartía la percepción de que el fujimorismo era el causante de la debacle de los partidos, y había que volver a reforzar su institucionalidad (afirmación bastante cuestionable a estas alturas). En los años siguientes, las reformas políticas han seguido la misma lógica, para beneficio de agrupaciones en el Congreso, y perjuicio de la “oxigenación” del sistema político.
Frente a ello, no se aprecia que la izquierda reclame frente a este “cierrapuertas”, contrario a los principios democráticos. Ciertamente, ello iría en contra de los intereses de quienes ya tienen inscripción. La razón del silencio, entonces, la misma que la de los otros partidos representados en la bancada: cálculo político.
Pero hay una razón para otro sector de izquierda. El de un grupo que sigue calificando a las elecciones como parte de la “democracia liberal”. O sea, hay otra, “sustantiva”. Y, ciertamente, ese desprecio a las “formas” va de la mano con una –hasta hace poco-seria ambigüedad frente a gobiernos autoritarios como el de Maduro en Venezuela.
Sobre la paridad de género, qué importante sería que todos los congresistas de las dos bancadas de izquierda apoyen en bloque esa iniciativa. Acompañando la voz de las mujeres lideresas que permanentemente dan la batalla en ese sentido.
Asimismo, hay debates pendientes por venir. Desde el centro, Lima, es nula la reflexión sobre la reducción de los altos requisitos territoriales para conformar partidos, de tal manera que se permita la expresión de las regiones. Otro tema que iría contra los intereses de los partidos con representación en el Congreso, incluidos los de izquierda.
Pero también el distrito electoral de Lima requiere una reforma para expresar mejor a la ciudadanía. Partirla en 4 distritos, por ejemplo, ayudaría a acercar la representación. Pero, de nuevo, esto va contra los intereses de quienes han obtenido esa votación de la “gran Lima”.
A pesar de lo dicho, vale la pena resaltar la valiosa experiencia de las elecciones internas realizadas por el Frente Amplio en el 2016. Una experiencia positiva que probablemente será un tema de la reforma política.
En suma, sea porque “no la ven”, sea por cierta reserva ante cambios que pueden afectar sus intereses (como organizaciones con representación en el Congreso), tenemos a una izquierda no se ve tan decidida a tener un firme protagonismo en el debate de la reforma política y electoral. Sí, en el reclamo esencial, pero ya menos en cuanto a la “ingeniería electoral”. Sería muy útil contar con posiciones de grupo, de todos los grupos, por ejemplo, desde una perspectiva del clivaje centro/región; pluralidad/homogeneidad de la representación. Anteponiendo los principios y una estrategia de fondo a los cálculos inmediatistas.
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