Columnista invitado: Abel Rodríguez
En nuestra ciudadanía, ha surgido una preocupación “sincera” en el mejor de los casos y otra ocasional y de momento, la remodelación o no de nuestra plaza de armas de la ciudad de Puno, algunos sectores manifiestan una oposición hermética y otros una enfoque a favor de dicha remodelación. Y una parte importante, significativa, tal vez manifieste algo, cuando ya todo este consumado, el reclamo, critica y observación a destiempo es lo poco constante en nosotros.
Si bien es cierto este proceso tiene múltiples beneficios, el que más sobresale se da en el ámbito del sector turístico, haciendo de nuestra ciudad un espacio atractivo y funcional al nivel urbanístico. Las voces que rechazan dicha remodelación recurren a argumentos legítimos pero no válidos, por ejemplo apelan a la “tradición” y la priorización de necesidades ciudadanas, el primer argumento parece no recordar que la tradición se construye de forma colectiva, es decir no es posesión de un sector determinado, y el replantear alguna tradición no es causa de despido laboral, perdida de nacionalidad o causal de enjuiciamiento. Las necesidades ciudadanas han ido complejizándose en algunos sectores, existe la exigencia de replantearnos si algunas prácticas, espacios y edificaciones son pertinentes a la luz de estos tiempos. El segundo argumento que reclama una priorización de necesidades ciudadanas, es más sensato que el anterior, pero cae en una visión algo obtusa, doblemente cerrada, es innegable que las necesidades como alcantarillado, seguridad ciudadana, manejo de desechos, etc. Son prioritarios, pero desdeñar el tema, es una postura que niega la importancia del espacio público quien orientado correctamente puede ser una plataforma de formación ciudadana, un nexo entre el ciudadano y su urbe (historia), vinculando los valores ciudadanos con las buenas prácticas. Una plaza no define el rumbo de una ciudad, pero es un símbolo de esta.
El proyecto obedece a un Plan de Desarrollo Concertado de Puno, el monto anunciado a invertir en este proceso es de 2 millones 545 mil soles, es necesario que la ciudadanía se involucre no solo en la discusión saludable sobre la remodelación o no de la plaza de armas, si no también que se involucre con el proyecto y en sus componentes económicos y de fiscalización, ya que nuestros gobiernos, locales, regionales y nacionales, si democratizan la “viveza”, un buen corta uñas hace falta en las oficinas burocracias, para evitar que a alguien se le pegue el dinero a las uñas de los dineros del pueblo.
La modernidad siempre fue un buen recurso para murmurar en la mayoría de las campañas y lo menos efectivo cuando se está en el poder, no son pocos los casos donde también se tuvo una idea por demás bizarra e incauta, construir unas plataformas agradables a la vista qué duda cabe, pero alejadas del uso real para lo que fueron construidas, mercados construidos con miras a buscarle algunos usos futuro, es decir es un hábito casi natural en nuestras autoridades, construir y luego preguntar para que sirve. Hacer e inaugurar parecen ser formulas infalibles de una buena gestión. La modernidad en nuestra realidad social si no es estruendosa y llamativa, simplemente no es modernidad. Modernidad y funcionabilidad no son pues conceptos ajenos y lejanos, todo lo contrario son conceptos ligados al desarrollo ciudadano. Tenemos que formar una visión reflexionada y conjunta de nuestra ciudadanía.
Está en nosotros decidir qué tipo de ciudad responde a nuestras necesidades actuales y reales, debemos asumir la responsabilidad de nuestras decisiones, en los diferentes ámbitos. El tema de la remodelación es una oportunidad para cuestionar y cuestionarnos por nuestra participación en el desarrollo de nuestra ciudad.
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