Columnista: Abel Rodríguez
Los mayores damnificados por la desilusión académica, navegan por los primeros “ismos académicos” que por cortesía son nombrados como semestres o ciclos de estudio. Estos nuevos residentes han llegado con una imagen fulgurante acerca de la universidad, construida y sostenida por discursos recortados y sobrepuestos. La sociedad actual ha preservado para sí una idea acerca de la función de la universidad, la cual se resume en dotar de profesionales que contribuyan a “certificar el éxito” a dar o elevar el “prestigio social” y optimizar el “poder adquisitivo“. Esta percepción de la educación superior no ha descendido de las cumbres sagradas, ni es innata a nuestra sociedad; ha sido forjada celosamente por un modelo/sistema político y económico. La exigencia por el ingreso y el desinterés por la calidad académica, es parte de la sintomatología de una sociedad que no se sabe lobotomizada.
Desfilan, literalmente, por su nueva morada, estudiantes que en su gran mayoría serán asaltados por la realidad; tal vez la coalición más significativa (expectativa vs realidad) se da en el ejercicio de la cátedra universitaria, siendo la mayor desilusión, y por ende la de mayor tormento.
Los estudiantes toman un tiempo en reponerse ante este hecho, mitigan el desencanto con la sensación de sentirse universitarios. Pero ante el transcurrir de los días esa actitud afanosa irá mutando en prolongado bostezo en el claustro. La cátedra universitaria siempre fue un eje vital, son innumerables los autores y teóricos que no han cesado en remarcarnos este aspecto. Pero ni fuera ni dentro de los claustros de la universidad ha obtenido un tratamiento sensato. Son diversos los motivos para que la cátedra esté extinguiéndose y sea suplida por las sesiones de palabreo apretado. Las consideraciones académicas a tomar en cuenta para el ingreso de catedráticos (en la gran mayoría de casos), suelen ser reemplazados inmediatamente por aspectos como filiación política (camaradería), familiar (padrinos y madrinas) o monetaria (lisonja motivante). Obra de este proceder se halla en catedráticos y catedráticas (una parte importante) que tiene como agente homogeneizador, la precariedad de consumo cultural, reflejándose esto a través de una de sus dimensiones: la lectura, la cual se produce, si solo si es completamente necesario. Una forma de evidenciar este aspecto es ver la cantidad y el nivel de sus investigaciones.
La cátedra es un privilegio razonado desde los círculos, castas, sociedades, cenáculos, etc., existentes dentro de la universidad, con algunos “matices políticos/ideológicos” en apariencia, pero ante el riesgo que se incorpore algún catedrático o catedrática que ponga en evidencia su fragilidad cognitiva, son olvidadas todas diferencias y cada uno de los agravios. La consigna es clara: “Todos a una, fuenteovejuna”. La meta es no consentir en la universidad a alguien con una postura “extraña” sobre la universidad y la cátedra.
Los estudiantes coexistirán en un ambiente muchas veces tenso, hostil e insatisfactorio, donde tendrán que adquirir el don de la templanza y la astucia si quieren seguir en este proceso de formación profesional. Pero este colapso no está del todo cimentado, dejar la defensiva y pasar a una ofensiva crónica (aliados a los catedráticos cabales) para destituir en el docente universitario el recelo profesional, la improvisación de metodología y la baja autoestima académica.
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