Cuando contamos nuestros sueños a los demás, generalizamos. Decimos: «Soñé que mamá cocinaba», «soñé que caminaba por un lago», «soñé con el abuelo», decimos todo esto omitiendo detalles, y estas omisiones sólo se hacen porque algunas veces los detalles nos avergüenzan o porque nos parecen decorativos o insignificantes, pues no se conducen con las leyes naturales.
Wilson Pacoricona
Aunque solemos tener la impresión de que los sueños reflejan cierta parte viva de nuestros días, lo cierto es que se manejan por sus propias leyes y nada sabemos acerca de su esencia.
No basta con ser una persona sensata para que nuestros sueños aborden los más intrincados acontecimientos, bajo leyes disparatadas, en tiempos que no se componen en absoluto del Tiempo que nos dimensiona. Las leyes del Espacio son aun más caprichosas en nuestra vida nocturna, bajo los párpados.
Hay quienes creen ver en los sueños una manifestación simbólica de la vida despierta, que nos pone de relieve preocupaciones presentes o que se arrastran desde hace años. También está la interpretación profética de los sueños, un asunto cada vez más desplazado. Pero los sueños también son algo más que representaciones y este hecho sobresale para unos cuantos que ven en ellos hechos vertiginosos por su extrema realidad; y para una minoría de este grupo despierta un interés puramente imaginativo: nos referimos a los mundos paralelos. Este asunto lo trataremos desde la óptica de la literatura fantástica.
Hay un libro que va camino entre el cuento largo y la novela corta, un libro un poco olvidado, escrito hacia 1936, que podríamos considerar tardío para el auge de la literatura fantástica, periodo que muchos prefieren cerrar con Maupassant, un poco antes de 1900. Alexander Lernet-Holenia gustaba de los sueños y El barón Bagge, libro del que ahora nos ocupamos, representa una cima en su producción.
Su argumento es noventa por ciento cotidiano, incluso naturalista. Pero esto no nos aleja del acontecimiento que nos deslumbra hacia el final.
La historia, en síntesis, es esta: El barón Bagge es amenazado en una recepción por un tipo que le prohíbe que se case con su hermana. Este hecho se nos narra indirectamente, por su amigo que da pie a la historia del barón Bagge, quien cree que le debe una explicación, ya que la amenaza tiene una sospecha que se basa en que las vidas de dos mujeres pesan sobre el barón Bagge. Luego sabemos que esas mujeres se suicidaron, y lo sabemos de primera mano, es decir, por el barón Bagge, quien además explica que la causa de esos suicidios es la negativa del barón para casarse, causa que tiene una explicación: el barón Bagge está casado. La historia se remonta aproximadamente al año 1915, cuando el barón luchó en el frente austro-húngaro contra Rusia, cerca de los Cárpatos. Su regimiento se componía de 120 hombres. Él era teniente y estaba bajo el mando de un tipo desquiciado, un poco loco, que se llama Semler y que los arrastra tras los rusos hasta perder a todos sus hombres, salvo el barón Bagge. Lo que ocurre antes constituye el hecho extraordinario. Pasadas algunas campañas, llegando a un pueblo en el que se cree encontrarán a un escuadrón ruso, el regimiento ve una imagen que no se borrará de la memoria del barón: un árbol con tres ahorcados y un vaho nauseabundo que lo rodea, un olor a muerte, y este olor es la anticipación a lo que luego ocurrirá. Llegan al pueblo –donde, a propósito, no hay indicio de guerra ni de rusos– en el que el barón Bagge conoce a una muchacha cuyos padres conocieron a la madre del barón y que en años pasados habían llegado a la conclusión de casar a sus hijos: el barón Bagge y Charlotte. La recepción de Charlotte es inusitada, pues lo primero que hace es besar en los labios al barón despertando la sorpresa en él. Luego asistimos a un baile y luego a la alcoba que se le ha preparado al barón, y en plena oscuridad recibe la visita de Charlotte quien le declara su amor, con total decisión, recreando su sentimiento que tenía su fuente en lo que le habían contado del barón y en una fotografía suya. Esa noche duermen juntos. Pasados unos días el regimiento tiene que partir a hacer una excursión para sorprender a los rusos. Los aldeanos y el regimiento entero, salvo Semler, creen que es un disparate hacer tal excursión y que lo que en verdad impulsa a Semler a organizar dicha excursión es más bien una ambiciosa condecoración. La noche en que se les descubre esto se está celebrando una fiesta de trajes un tanto anticuada que extraña bien poco a nuestro protagonista y narrador. A la llegada de Charlotte, el barón Bagge le informa de que deben partir a las tres de la mañana y Charlotte se extraña y luego expresa su temor: cree que su amado no volverá jamás. Al barón Bagge eso le parece absurdo, pero luego se conmueve y va en busca del padre de Charlotte y le pide la mano de su hija y luego, en lo que va de la fiesta, se casan frente a todos los invitados. A las tres de la mañana el regimiento parte y sólo entonces el barón de Bagge tiene la triste sensación de que no volverá jamás. Tras varios días de campaña, cuando están a punto de llegar a un puente de oro –sin duda una visión onírica–, con una ventisca de cortina, reciben el ataque de los rusos y todos caen menos el barón Bagge que recibe una bala a la altura de la cien. Es internado y más adelante descubre que nunca han estado en aquel pueblo en el que conoció a Charlotte, que a Charlotte no pudo conocerla, que murió hacia muchos años y esto lo confirma con la visita que le hace a su tumba una vez que es dado de alta. Todo se ha tratado de un sueño.
Retomando, cuando Charlotte le expresa su amor al barón Bagge le dice que ha soñado con él muchas veces, aclarando que «soñamos con seres que no existen». Charlotte y el barón Bagge, pues, han soñado el uno con el otro sin poder siquiera que su amante existía, trasponiendo el tiempo y el espacio que a cada uno le correspondía.
Wells recomendaba que en un relato fantástico sólo debe introducirse un hecho extraordinario y no inclinarse ambiciosamente por vastedades. Cuando uno termina El barón Bagge tiene la leve impresión de que Lernet-Holenia no estaba muy enterado de la recomendación de Wells ya que en lugar de sólo elegir a Charlotte como, digamos, elemento extraordinario, ha optado por el pueblo entero.
Los sueños paralelos es un tema recurrente en la literatura fantástica. Podemos citar a Borges en Ruinas circulares, a Nerval en Sylvie o en Aurelia –aunque en estos ejemplos se ha mezclado estados delirantes, como la locura–, a Ambrose Bierce en El incidente del Puente del Búho. Borges creía que su escritura provenía de los sueños, que él soñaba con algo que le proporcionaba una idea y que luego se disponía a escribir una historia y que sólo intervenía indirectamente tramando el principio y el fin. También sabemos que Borges padecía de insomnio antes de escribir Funes el memorioso y que escribirlo lo curó.
Cuando contamos nuestros sueños a los demás, generalizamos. Decimos: «Soñé que mamá cocinaba», «soñé que caminaba por un lago», «soñé con el abuelo», decimos todo esto omitiendo detalles, y estas omisiones sólo se hacen porque algunas veces los detalles nos avergüenzan o porque nos parecen decorativos o insignificantes pues no se conducen con las leyes naturales. Creo que omitiríamos que en nuestro sueño mamá cocinaba unas espantosas ranas, y que además estaba vestida de bruja, porque todo eso resulta ofensivo y, pensamos, «es irrelevante». Omitiríamos también decir que el lago era de chocolate, porque se nos podría calificar de fantasiosos. Sólo decimos que soñamos con el abuelo, pero omitimos que en nuestro sueño era la abuela y no el abuelo quien estaba muerto, nos ocultamos la impresión. Con estas aclaraciones lo que queremos decir es que no soñamos auténticamente con lo que «es» sino con lo que «no es» o, como dice Charlotte, «soñamos con seres que no existen», pero al decir que no existen sólo pensamos en nuestro yo despierto, en nuestra vida diurna, más no aperturamos otra posibilidad. ¿Qué pensaríamos en nuestros sueños sobre la vida diurna? O quizá nunca pensamos en la vida despierta cuando soñamos pues esa vida es la realidad y no necesitamos de la memoria y es un hecho que muy pocas veces utilizamos una memoria restituyente de los hechos de la vida diaria cuando soñamos. ¿Por qué tratamos con tanta autosuficiencia a los sueños si ni siquiera sabemos con total certeza la autenticidad de la realidad?
Son estas preguntas las que absorben al despierto y nunca al durmiente. Más allá de los límites de lo que es y de lo que puede ser se encuentra lo que no es y lo que no puede ser; pero no es esto exactamente, sino está aquello que se maneja por unas leyes y coordenadas que desconocemos y que nuestra ignorancia nos hace decir que son imposibles. En los sueños las nuevas leyes no nos parecen raras porque en el trance onírico nos hemos desligado de lo que mantiene viva a la literatura fantástica: la duda.
Cerremos los ojos y pensemos en el sueño de anoche como si se tratara de un recuerdo de un día remoto, no necesariamente un recuerdo nuestro, sino quizá el de nuestro mejor amigo.
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