Columnista: Irma Colquehuanca Usedo
Es bastante probable que usted sea o conozca a un profesional venido de las canteras más pobres (entiéndase pobre como “no tener poder adquisitivo”) de la sociedad. De gente que tiene siete hermanos, padres cuasi analfabetos o, incluso, gente que tuvo la desdicha de nacer “huérfana”, pero que gracias enteramente a su empeño, ahínco y perseverancia ha logrado ascender social y económicamente. Ocupan altos cargos diferenciales (y no nos referimos a los presidentes de barrio, ¡No!, y no, tampoco desmerecemos su laburo). Hablamos de gente que, a punta de “quemarse las pestañas y trabajar de sol a sol” se ha posicionado como intelectual o como empresario emprendedor. ¿Cuántos conoce usted? ¿10, 20, 100? ¿Cuánto les ha costado ese progreso? Años enteros laburando sin descanso, sin pretensión alguna, más que “ser el emprendedor competitivo del siglo XXI” [el o la emprendedor/a que nuestro sistema busca, quiere y necesita]. Convertirse del campesino u obrero, al ciudadano clase mediero “que logra una curul en el Congreso o una alcaldía en su pueblo” es destacable, plausible y hasta honorable [siempre y cuando no se trate de un Becerril]. El sistema nos vende la grandiosa idea que si le pones punche, perseverancia y “sacrificio” se puedan lograr todos tus sueños y tus objetivos [Aplausos protocolares y de pie, para el ciudadano de a pie que lo cree].
Ahora preguntémonos a cuántas personas conoce usted que hayan nacido pobres, que cada día la luchen, madruguen, que trabajen de sol a sol, pero aun así, siguen siendo pobres. ¿Qué pasó allí? ¿No tuvieron suerte, no nacieron con estrella? O será acaso que el sistema está haciendo completita su tarea y te refunde la idea de: “¡Eres pobre por que quieres!”. Entonces, ¿qué ha sucedido? ¿No estamos acumulando los méritos que el sistema capitalista requiere? ¿O será acaso que en el Perú solo se invierte 3,564 soles por cada estudiante perteneciente a la educación pública? Será acaso que existe una correlación irónica entre lo que el Estado invierte en educación (que es casi lo que usted y yo acostúmbranos a dar cuando viene la charola de la misa) y el mercado de trabajo que el Estado, “nuestro Estado”, promueve. El sistema nos inocula la idea de que todos y todas podemos llegar a ser “prósperos empresarios o profesionales” sin la necesidad de cuestionar las reglas, normas y parámetros que nos impone.
El objetivo es claro, invertir en política social lo menos posible; lo ideal, cero inversión, y generar y resguardar el pensamiento consumista e individualista. No hablamos de un asistencialismo o populismo, que son ejercicios que el sistema permite (la mayoría de las veces) para desgastar discursos reivindicativos. Esto, con el afán que en la población se establezca de forma muy potente la asociación siguiente: discurso reivindicativo igual a populismo. Si bien es cierto, no planteamos que el Estado es quien lo haga todo por nosotros y nosotras, pues hemos demostrado que ante la ausencia histórica en algunas regiones del país, la gente a salido adelante; se busca que el Estado garantice políticas sostenibles en el ámbito social, educativo, de salud, etc.
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