Por Sergio Chamana López
“No te basta con que Paolo te haga copiar las tareas y te sople en los exámenes, si no que ahora también quieres hacerla de director técnico”, respuesta irónica pero muy contundente del ‘Cholo’ Castillo ante el reclamo de un púber Jefferson Farfán, luego de que el entrenador aliancista dejara en el banco de suplentes a Paolo Guerrero. Un hecho inédito por aquellos años.
“Paolo es un tipo noble, muy noble”, me dice Julio Ruiz, exjefe de prensa de Alianza Lima. Tan noble que la psicóloga Eliana Sánchez tuvo que amenazarlo con sacarlo del club si seguía “ayudando” en el colegio a Farfán.
Alberto Masías era el presidente de Alianza Lima, y de la mano de Constantino Carvallo, ponían mucho énfasis en la formación integral de los futbolistas de las divisiones menores, tanto así que Masías les tomaba examen oral, respecto al último libro que debían leer obligatoriamente.
El patio del colegio Reyes Rojos, marcó definitivamente a las futuras estrellas de la selección, todos los recreos Farfán y Guerrero retaban a cuanto rival se les ponía por delante y el resultado siempre era el mismo, goleada a favor del equipo conformado por solo dos futbolistas.
No solo regateaban a sus rivales de turno, sino también a la ‘Tía Chavela’, cocinera del club aliancista, quien vendía anticuchos en el estadio Matute cuando Alianza jugaba de local, Guerrero y Farfán pedían fiado con la promesa de pagarle algún día.
Años después, Guerrero se fue a Alemania sin debutar en un partido oficial con Alianza, no librándose del ritual de bautizo. José Soto, Juan Jayo y Waldir Saenz “agujerearon” la cabellera del prometedor delantero.
La casualidad hizo que Farfán y Guerrero coincidieran y compartieran tantas cosas, pero de ninguna manera, fue casualidad el rendimiento futbolístico que alcanzaron.
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