Columnista: Abel Rodríguez
Nuestro país suele ser muy generoso al brindarnos una diversidad extensa en el empleo y afianzamiento de la impunidad y la arbitrariedad. La administración de justica casi siempre suele resultar perjudicial para el ciudadano que no posee ni nexos “valiosos” ni peculio “idóneo”, para iniciar, seguir, o peor aún, concluir un proceso legal. Y la cuestión empeora si se somete a investigación (sea periodística o judicial) a los grupos de poder de “nuestro país”. Algunos sectores de la iglesia han adquirido, desde hace buen tiempo, una posición de poder político y económico que se trasluce en sectores administrativos del Estado.
En estos días se ha sumado a esa prolongada lista de la aplicación bizarra de justicia, el caso del periodista Pedro Salinas. El Poder Judicial, a través del juzgado de Piura, ha tenido a “bien” emitir pena suspendida de la libertad en contra del mencionado periodista; la demanda fue interpuesta por el obispo Antonio Eguren Anselmi, por el delito de difamación. Todo esto tuvo como germen la publicación de “El Juan Barros Peruano”, columna del periodista que mereció la furia y relincho del obispo, quien inicialmente y de forma ascética habría de solicitar una reparación civil de 200 mil soles. Acciones como estas no solo ponen en riesgo la libertad de prensa, sino que terminan por incinerar toda idea de justicia proba.
El Sodalitium Christianae Vitae o más conocido en nuestro medio como Sodalicio de Vida Cristiana, o para los amigos y las víctimas, simplemente Sodalicio, es una orden que en los últimos años ha obtenido una nefasta fama, debido a las múltiples denuncias que sobre ellos recae, como son: asociación ilícita, lesiones graves, secuestro, lavado de activos, abusos sexuales a menores y esclavitud moderna. En el Perú esta orden tuvo como máximo “victimario” a Figari, y fue gracias a investigaciones periodísticas que se logró rasgar el velo que cubría esta cloaca, no solo integrada por miembros de la iglesia, sino también por algunos políticos, todos ellos ordenados bajo el ministerio de la vejación y el daño cruento.
Esperemos que todo esto pueda rectificarse, ya que el autor de “Mitad Monjes Mitad Soldados”, Pedro Salinas, fue una víctima de esta orden religiosa, como él mismo lo reconoció en su momento; dicha rectificación no solo pasa por el tema judicial, si no que también comprende las diferentes esferas de la iglesia. El quehacer de la iglesia casi siempre ha estado ligado a la reparación morosa, casi siempre obligada por la contundencia de las pruebas o por la opinión pública. El hecho de reconocer que en su seno existen personas que han abusado de su cargo y de su imagen proyectada en la sociedad, es de una frecuencia cuasi negligente, y cuando se da este reconocimiento, se le da un tratamiento por demás hermético por parte los estamentos eclesiásticos.
La prensa de investigación tiene un rol trascendental en nuestra sociedad, pues inocula decencia y desagravio social e histórico a sectores relegados, lo que muchas veces la “justicia no ve o no recuerda”, pero la prensa remece, para alegría nuestra.
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