Columnista: Armando Villanueva Turpo
Todos los levantamientos, las muertes, las sangres derramadas, las sangres que representan al fuego comprimido que nos doblega la moral, que nos muele el alma, el sueño de ser mejores peruanos… Todas las sangres que tenemos que ofrendar a Pachamama, a Wiraqocha, a las waq’as, a las chullpas, al agua, a las flores, a la serpiente, al cóndor, al tigre… O tal vez ofrendarlas al dios Martín Vizcarra, para que se compadezca un poco de nosotros… No sé. Desde los chankas, los qollas, los araukos, los Amaru, Vilcapaza, Katari… Sisa, Blanco, Rufino, Pizango, Aduviri… Y escribo esto a propósito de la situación de Apurímac, de estos días…
Lo escribo desde la sierra peruana, desde las riberas del lago por donde emergimos los que, hasta hoy (como en aquel Baguazo o como ahora en Fuerabamba), somos el dolor de cabeza, el estorbo, de nuestros huéspedes (hasta de los venezolanos recién llegados, que nos odian en nuestro propio país). Lo escribo pensando en el odio. Pienso en las antiguas llaqtas que odiaban al Sapa Inka (como hoy odiamos a Alan García, a Fujimori, a PPK, a Vizcarra). Pienso en los cronistas, en Garcilaso de la Vega y otros, que eran posiblemente la prensa basura de aquellos tiempos. Ya no confío en ellos.
Nosotros, los pobrecitos de la Latinoamérica, los indígenas, los pobres cholitos del Perú, los torpes, especies exóticas, descendientes de incas perdedores, de culturas chavines, mochicas, waris, todos podridos, disecados en el museo. Miramos pasar los cientos de camiones pasar por nuestras narices, largarse con la riqueza de nuestros suelos. Miramos irse la electricidad generadas por nuestras aguas. Miramos marcharse lejos el gas de nuestras tierras. Quietos, esposados por la Constitución fujimorista del 93 (cuyo tenor está a favor del ladrón y en contra del policía). Impotentes, jodidos. Perdedores. Así miramos, embrujados por la captura del inka impostor Atahuallpa, por el ajusticiamiento del rebelde Túpac Amaru II, maravillados cada 28 de julio por el gran héroe y salvador de la patria José de San Martín… Y aguantados por la deuda externa que debemos al mundo. Sí, señor. Esa es nuestra historia. Ese el evangelio que nuestros hijos se aprenden de memoria.
Este cuento, esta historia la conocemos desde mucho tiempo. Digo, desde que llegó la imprenta, y con ella la imposición del dios omnipotente virtual que no es ningún dios cristiano sino el dios de la escritura en papel (como ahora de la somnífera televisión). Es un cuento que nos sabemos de memoria y llamamos la Historia del Perú. Esta historia, romántica y espeluznante, que nos la escribió el Virrey colonizador, que nos la escribieron los que descuartizaron a Condorcanqui, que nos la que nos la sigue contando el Vizcarra y el próximo que rece esta funesta creencia.
De esta manera, somos la comunidad desgraciada, los lindos pobres, los enfermos mentales, los lisiados a quienes concurren las oenegés, las asistencias, los apoyitos, la misericordia de la Iglesia Católica, la televisión bastarda, sangrienta y mentirosa, los préstamos de otros países, la deuda externa, la pésima educación, etcétera. Somos el perfecto pretexto, el chivo expiatorio de las fuerzas del abuso, de la usurpación y de quienes nos proveen el sistema educativo, la estrategia de la postergación. Y ellos nuestros héroes en este cuento de hadas.
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