Walter Paz Quispe Santos
Lingüista especializado en las lenguas andinas, realizó sus estudios en la Universidad Mayor de San Marcos y estudios de posgrado en la Universidad norteamericana de Cornell. Más tarde, se doctoró en Letras y Ciencias Humanas con la tesis Inversión reglar y coherencia paradigmática en el huanca en la Universidad Mayor de San Marcos. En esa misma universidad comenzó su labor docente. En 1993 es nombrado profesor emérito de la Universidad Mayor de San Marcos, y desde 1998 es profesor titular en la Pontificia Universidad Católica del Perú.
Especialista en las lenguas quechua, aimara, mochica, puquina, uru-chipaya, entre otras, ha publicado numerosas obras filológicas. Entre ellas, la Gramática quechua: junín-huanca (1976), el Diccionario quechua: junín-huanca (1976), Unidad y diferenciación lingüística en el mundo andino (1987), Lengua y sociedad en el valle del Mantaro (1989), El Inca Garcilaso o la lealtad idiomática (1991), Quechua sureño, diccionario unificado quechua-castellano, castellano-quechua(1994), Lingüística aimara (2000), Castellano andino. Aspectos sociolingüísticos, pedagógicos y gramaticales (2003), El chipaya o la lengua de los hombres del agua (2006) y Voces del Ande. Ensayos sobre onomástica andina (2008).
¿Cómo eran los “qut(a) zhoñi” o los uro-chipayas?
Bueno, históricamente, los pueblos de las riberas del lago, o mejor dicho de los lagos Titicaca y Poopó, conectados por el Desaguadero, constituían un conglomerado de pequeños grupos étnicos que tenían como elemento común su cultura lacustre eminentemente, y su lengua. Este idioma, que en un vasto territorio obviamente tenía que diferenciarse en distintos dialectos, y así es como diversos documentos coloniales nos hablan de los uros ochosumas, de los capillos, de los uro-muratos y de los uros chipayas. Ahora ya podemos hablar incluso de los uro-ch’imu. Todos ellos integraban distintos grupos que tenían, repito, un mismo modus vivendi, una misma cultura material, y además una misma lengua, con distintos dialectos. Estos grupos fueron aimarizados y quechuizados, esto último con los incas, quienes hicieron todo lo posible por sacarlos de su hábitat del lago a las riberas, de manera que todos los pueblos ribereños: Capachica, Coata, Huata, en una banda, Chucuito, Acora, Ilave, etc., en la otra, todos ellos tienen ancestro uro, porque fueron sacados del lago y posteriormente entremezclados con los aimaras, ¿verdad? Los puquinas también pasaron por una etapa similar, tanto que luego desaparecería como pueblo y como idioma. De manera que los uros primeramente fueron puquinizados, y su puquinización se hizo mucho antes de que llegaran los aimaras procedentes del Perú central, después se aimarizan muchos de ellos, y posteriormente llegan los incas, y se quechuizan. Así, pues, es una historia larga de desplazamientos lingüísticos, de manera que hoy día quedan sólo dos reductos: iru-wit’u y chipaya. Dentro de unos diez años, el chipaya será el único pueblo que hable esta lengua; por eso el afán y el interés de estudiarlo.
¿Desde cuándo dejó de hablarse el uro-chipaya en el Perú?
Yo sospecho que alrededor del 50, del siglo pasado, porque todavía el 29 se recogen los únicos materiales de que disponemos para conocerlo, en el lado peruano. Walter Lehman nos hizo el gran favor de recoger una lista de palabras en la bahía de Puno, en Ch’imu precisamente. Testimonios indirectos de su proceso de desintegración tampoco nos faltan, en este caso los de Jehan Vellard, por los años 50. El estudioso francés nos dice que los uros de Puno están desintegrados ya, que prefieren hablar aimara, y no su lengua original. Por lo que podemos decir que más o menos en la década del 50 o 60 se extingue ya esta lengua en el lado peruano.
¿Cuál es la diferencia fonológica entre el uro-chipaya y el aimara?
Bueno, hay muchos rasgos, ¿eh? El uro-chipaya mantiene su propia personalidad todavía en muchos aspectos, pese a la influencia fuerte del aimara, ¿verdad? Y entonces podemos decir que, pese a esa influencia del aimara, al acoso permanente a que han sido sometidos sus hablantes por parte de los aimarahablantes sobre todo, ha sabido mantener su personalidad. La personalidad del uro chipaya se mantiene en sus cinco vocales muy estables, cosa realmente admirable, integrando su sistema fonológico sui géneris, con sonidos totalmente extraños al aimara y al quechua, pero al aimara y quechua sureños, ¿verdad? Pero ciertamente no tan extraños al aimara ni al quechua centrales, porque tienen sonidos en común, lo cual no significa que estén relacionados para nada; simplemente, que hay esa coincidencia de sonidos muy ricos, y en eso radica la personalidad más sobresaliente del chipaya.
¿La lengua uro-chipaya aún conserva la totalidad de su estructura, o ha ido perdiendo algunos de sus sistemas, por ejemplo el de su numeración?
Efectivamente, la lengua chipaya ha perdido buena parte de sus raíces léxicas numéricas. La numeración originaria de la lengua solamente se mantiene hasta el número cuatro, de aquí en adelante el conteo se hace igual que el aimara. Pero la gramática sí se ha mantenido más o menos fiel a la lengua ancestral. Esto sólo lo podremos saber cuando hagamos trabajos de corte histórico, mientras tanto no podemos aventurarnos a decir nada concluyente, ¿verdad?
¿Qué importancia económica podría tener recuperar saberes etno- arqueológicos lingüísticos, como los del uro-chipaya, en una sociedad como la nuestra? Contraponiendo esa línea reflexiva que es utilitaria y casi mercantilista, ¿cómo nos sirve para la recuperación de identidad la reconstrucción de nuestra historia lingüística?
Bueno, pues, la respuesta está ya en la pregunta. Obviamente, mientras desconozcamos esta realidad, mientras no la conozcamos históricamente, mientras no retrocedamos en el tiempo y reanalicemos de dónde venimos, de dónde procedemos, quiénes fuimos, realmente estaremos siempre en medio de una gran nebulosa, con una total ignorancia de nuestra propia personalidad histórica. En tal sentido, creo que la arqueología, la historia, la lingüística, cuando no van paralelamente, cuando no van estrechamente integradas, no nos permitirán lograr dicho rescate: el rescate de la identidad que tanto anhelamos.
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