Por César Millán, el encantador de perros
Mostrar a un animal un liderazgo enérgico e imponerle normas no es lo mismo que provocar miedo y castigarlo de modo abusivo. Un contacto rápido y firme no es lo mismo que un golpe. Crear respeto no es lo mismo que intimidar.
La primera vez que presencié cómo se abusaba de un animal vivía en Mazatlán, México, y aún era un niño. Me revolvía las entrañas ver a la gente tirar piedras y maldecir a los perros. Más adelante, ya de adulto, presencié de primera mano el efecto de los abusos en los perros. He visto animales que han sido golpeados y tratados a patadas, cachorros olvidados y atados a un árbol del jardín durante días, y perros a los que no se les daba comida ni agua. Un caso especial es el de Popeye, un pitbull. Popeye perdió un ojo en una pelea ilegal de perros y a consecuencia de ello sus dueños lo abandonaron. Con la visión disminuida, Popeye se sentía vulnerable y se volvió desconfiado y muy agresivo con otros perros con el fin de intimidarlos. Rosemary también participó en peleas ilegales de perros. Cuando perdió una especialmente importante, sus dueños la rociaron con gasolina y le prendieron fuego. Una organización de rescate de animales le salvó la vida, pero aquella horrible experiencia la transformó en un animal agresivo y peligroso.
Afortunadamente conseguí rehabilitar a Popeye y a Rosemary y proporcionarles el liderazgo adecuado para que se sintieran a gusto y a salvo. Sin embargo, no todos los perros tienen esta suerte. Por miedo, perros que han sufrido abusos pueden atacar y matar a otros perros, y en algunas ocasiones, incluso a personas. La sociedad suele sentenciarlos a muerte, a pesar del hecho de que fueron los humanos quienes sembraron en ellos esa peligrosa inestabilidad.
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