Por Yamel Romero Peralta*
Allá por el año 1978, cursaba el cuarto de media en el colegio Max Uhle, cuando conocí a Alan García Pérez. Un joven alto, “pelucón” y “patilludo” con una casaca de cuero amarilla.
Primero lo vi en la casa del doctor Pedro Yúgar, secretario general del Partido Aprista en Arequipa y luego en los preparativos del mitin de campaña electoral para la Asamblea Constituyente de Víctor Raúl Haya de la Torre, en la Plaza de Armas de nuestra ciudad.
Años después, lo volví a ver ya como el dirigente máximo del PAP y candidato a la presidencia del Perú, en el año de 1984 durante su gira al sur del país.
Yo estudiaba Agronomía en la Universidad Nacional de San Agustín, era dirigente universitario y en el Comando Universitario Aprista. Allí tuvimos la oportunidad de recibirlo al pie de la escalinata del avión junto a Luis Dueñas (exalcalde de Puno, asesinado por el terrorismo) y acompañarlo en toda su estadía en Arequipa, hasta despedirlo en la estación del ferrocarril en la calle Tacna y Arica, rumbo a Puno.
En 1985, Alan García ya era presidente del Perú, y como dirigente agrario comencé a evaluar sus políticas de gobierno en forma crítica. Fuimos a Lima en varias oportunidades a increparle más apoyo a los productores de la sierra que teníamos una dura lucha contra el terrorismo que nos estaba diezmando y paralizando.
Nunca acepté un cargo en el gobierno de entonces pese a los ofrecimientos generosos de connotados líderes apristas arequipeños, como Pedro Yugar presidente del CTAR (Concejo Transitorio de Administración Regional) y Jorge Lozada, Senador de la República.
Creí que más importante era liderar las luchas reivindicativas agrarias.
En el año 1998, recibí una llamada de Agustín Mantilla, entonces secretario general del PAP, donde me indicó que debía viajar a Bogotá junto a otros líderes jóvenes de todo el Perú, para reunirnos con Alan García en el exilio.
La noticia me cayó de sorpresa, ya que en esa época yo era un dirigente aprista contestatario al “alanismo” conformado por apristas y amigos que se habían beneficiado del primer gobierno de Alan García con importantes cargos públicos.
La primera reunión en el hotel San Andrés de Bogotá, fue muy interesante, ya que yo fui el último en hacer uso de la palabra y a diferencia de mis antecesores, le recalqué al expresidente que el panorama era sombrío para el partido por el mal recuerdo de su gobierno, pero que si él regresaba, e impulsaba una renovación partidaria podría revertirse esa situación.
Mi posición incomodó a los asistentes, especialmente a Jorge del Castillo y Agustín Mantilla que estuvieron presentes, sin embargo, Alan tuvo una deferencia especial conmigo el día del almuerzo de despedida en Colombia.
El año 2001, ya de retorno en Perú y en plena gira de campaña electoral, tuve la oportunidad de llevarlo en mi carro a Moquegua, Tacna, Puno y Cusco, junto con Pilar Nores, a quien conocí bastante y de la que guardo un grato recuerdo.
Tengo que reconocer que ese viaje me sirvió para conocer muchas de las facetas íntimas de la personalidad del líder aprista, algunas muy valiosas, graciosas, enternecedoras y otras decepcionantes.
Nos reencontramos el año 2002, en las postrimerías de las elecciones regionales y municipales, donde logré la candidatura y el triunfo a la alcaldía de Arequipa, pese a sus vaticinios.
Alan me pronóstico “que no tenía posibilidades de ganar, que solo debería apoyar al candidato a la región y más adelante podría intentar otras candidaturas”.
Sin embargo, fue el primero en felicitarme cuando dieron el “flash electoral” a nivel nacional y anunciaron mi triunfo contundente. Su candidato regional, en cambio, había perdido, lo que después lo revirtieron en mesa.
*Exalcalde de Arequipa
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