Según el Libro del Mormón, Jesucristo visitó el continente americano en el año 34 de nuestra era, después de ser crucificado y antes de subir al cielo, para predicar en “su otro rebaño”, compuesto por judíos de Israel, que ya estaban asentados aquí y que serían, posteriormente, los antecesores de los indígenas americanos.
Los miembros de una de las “tribus perdidas de Israel, descendientes de José”, afirma el libro, cruzaron el Océano Pacífico y llegaron a América. Un antiguo profeta israelita descendiente de esa tribu, Lehi, tuvo dos hijos en este continente: Nefi y Lamán. A la muerte de Lehi, sus descendientes se dividieron en dos grupos: nefitas y lamanitas. Durante siglos ambos grupos vivieron en continua disputa, pero Dios eligió a los nefitas como su pueblo, por su carácter bondadoso y justiciero y su creencia en la profecía que anunciaba la llegada de Cristo al continente americano, después de su muerte y resurrección.
Los nefitas conservaron su historia y sus creencias religiosas por escrito, mientras los lamanitas repudiaron la existencia de Cristo.
Anticipándose a la destrucción de su pueblo por los lamanitas, Mormón, un profeta nefita, recopiló los escritos sagrados de su gente y los dejó en manos de su hijo Moroni, quien los enterró en un lugar donde Dios los preservaría hasta que otro profeta fuera llamado para traducirlos.
En 1823, en Nueva York, Moroni, como ángel de Dios, se le apareció a una persona común, José Smith, de 17 años, y le reveló dónde encontrar las tablas con el “Evangelio eterno completo, tal y como se los entregó Cristo a los antiguos habitantes de América”.
Smith tradujo las tablas y las convirtió en lo que hoy se conoce como el Libro del Mormón. Ese texto relata la llegada de Cristo al continente americano luego de resucitar en Jerusalén, pero no identifica el lugar. El libro habla de una civilización precolombina precursora de los indígenas americanos y habitada por blancos, negros e indígenas, que conocieron la rueda, el cemento, el hierro, el trigo, la cebada, los elefantes y el caballo y que fundó una gran civilización, con edificios majestuosos y notables avances culturales y científicos, en un ambiente de paz social.
El auge cultural de esta civilización, relata el Libro del Mormón, se inició 200 años antes de nuestra era y se intensificó después de la llegada de Jesucristo a América por 200 años más. Luego vino un periodo de esclavitud y decadencia.
Veinte años después de la revelación a José Smith, los ingleses John Lloyd Stephens y Frederick Catherwood publican, en 1841, en Londres, su libro Incidentes de un Viaje por Centroamérica, Chiapas y Yucatán, en el que muestran al mundo la existencia de las ciudades sagradas de los mayas.
Según César Castillo Valdés, arqueólogo mormón, egresado de la Escuela Nacional de Antropología, cuando los jerarcas de la iglesia mormona conocen ese libro comienzan a relacionar los relatos y dibujos de los ingleses sobre las civilizaciones maya y olmeca, con los pueblos, ciudades e historias del Libro del Mormón.
En la década de los cincuenta del siglo pasado, dice Castillo Valdés, la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (Ijsud), con sede en Utah, financió ampliamente un ambicioso proyecto arqueológico en Chiapas, Centroamérica y parte de la Península de Yucatán, para tratar de corroborar la relación entre las civilizaciones de Mesoamérica y los relatos del Libro del Mormón.
A raíz de esas investigaciones, algunos miembros de la Ijsud empezaron a creer que la visita de Jesucristo al continente americano, de la que habla el Libro del Mormón, habría ocurrido en la Península de Yucatán, específicamente en un lugar de la selva de Quintana Roo, a 80 kilómetros de Chetumal, en el asentamiento arqueológico maya conocido ahora como Dzibanché
Comentario sobre post