Columna del Director
Duele la indiferencia, el apoyo condicionado, el grito desalentador. Sobre todo duele, cuando la empatía no existe, y en lugar de brindar soporte emocional, se genera una carga de presión negativa.
Hace falta estar en los zapatos del otro, de aquel al que se critica de manera inmisericorde. No hay capacidad para reflejarse en el otro y tratar de entender que lo último que necesita, son reclamos.
Pero lamentablemente, nos ponemos en esa posición de pretores y juzgadores, todo el tiempo, quizá de manera involuntaria pero errónea y desafortunada.
No es posible que seamos tan ciegos ante una situación tan complicada, y solo tengamos aliento para reclamar, exigir y hasta insultar.
Eso ocurrió durante los últimos 20 minutos del partido de fútbol, entre el FBC Melgar y el Palmeiras del Brasil.
El destino del dominó estaba decidido. Se despedía de su aspiración legítima de pasar a octavos de final, de la Copa Libertadores.
Sin mucho esfuerzo, los brasileños pasaban por encima de los mistianos, que se esforzaban con pocos resultados.
Más allá de la diferencia en bíotipo, preparación, experiencia y presupuesto, entre ambos equipos, los rojinegros salieron a jugar para ganar.
El público vibró con las primeras jugadas de riesgo de los jugadores a quienes fueron a alentar, pero conforme acabó el primer tiempo, y transcurría el segundo, ese apoyo y emoción, se convirtió en odio y frustración.
Y estoy seguro que en lugar de respaldo, los jugadores sentían una gran carga negativa y pesimista que les aplastaba desde las tribunas.
Muchos, hombres y mujeres, que no comprendían lo que ocurría en la cancha, empezaron a retirarse de las graderías, demostrando que eran simplemente hinchas de buenos resultados.
No faltó, quien sentado aún, les increpara el acto de abandonar a su equipo. A pesar de ello, se fueron cientos de asistentes, mientras en la cancha, los esfuerzos del dominó eran insuficientes.
Realmente la derrota causó dolor. Más allá de los errores o imprecisiones de los jugadores, que sí dejaron todo en la cancha. Aún de lejos, se les notaba frustrados e impotentes por haber recibido 4 goles, y no anotar ninguno.
Pero afortunadamente, muchos de los que se quedaron hasta el final del partido, los aplaudieron de pie. Esos son los verdaderos hinchas.
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