Alberto (Yunguyo, 24 años). Hace dos meses conocí a mi prima Verónica, cuyos padres se fueron a vivir a Lima en la década de los 80, según me dice mi mamá. Verónica y su familia llegaron de visita a Yunguyo, dado el tiempo que pasó y porque, al parecer, no quieren olvidar sus raíces.
La suya es una familia un poco complicada, porque andan discutiendo por nimiedades y riéndose, también, de cosas sin sentido. Verónica es la última, tiene 18 años y es preciosa. Eso seguramente la hace vanidosa, pues no desaprovecha ninguna oportunidad para lucir su figura y, por supuesto, atraer las miradas ajenas. Cuando llegaron, pese al frío, ella estaba con un top y un pantaloncillo que dejaban notar su delicada cintura y largas y contorneadas piernas.
Fue fácil, por eso, que me enamorara de ella. Además que me buscó para todo mientras estuvieron en la casa de mis padres. Y, aunque soy un poco chato y poco hablador, se nota que le agradé y que confía más en mí que en mis hermanos y otros primos de acá.
El problema es que me tiene loco. Pienso en ella todo el día y en las cosas que podríamos hacer juntos, en su sensualidad, en sus risas y en aquellas películas que me dijo que quería ver. Ahora que ya no está acá, hablamos siempre por teléfono y por un buen rato. Lo malo es que a ella le gusta otro. Un negro. “Me gusta sobre todo un negro, Saúl, que juega en la Sub 20 de Sporting Cristal”, me dijo la última vez que hablamos.
Entiendo que mis sentimientos están mal, que tal vez pueda pecar de incesto o algo así, pero siquiera, siquiera quisiera decirle que la quiero. ¿Debería hacerlo?
MAYU RESPONDE:
Alberto, antes que nada, pregúntate si de verdad la quieres, como dices, o si solamente se trata de un gusto. Luego, si aún quieres decirle que la quieres, hazlo, pero sin excesos y entendiendo que ella tiene su vida allá y que apenas te conoce.
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