Por Carol Briones Martínez*
El trabajo me llevó a una nueva visita a Cusco. Siempre se disfruta esta ciudad, es hermosa, energizante y cálida.
Caminar por sus calles es ser asediada por los ‘mami’ o ‘papi’. En el taxi: dónde te llevo mami; la señora de los jugos: qué tomas mami; la vendedora de nabo: llévate mami, está rico. Siempre con una sonrisa.
Es inevitable sonreír también. Esa palabra usada de manera tan cotidiana genera una calidez inusitada, a veces rechazada por el foráneo peruano. Sí, ese al que le gusta el señor o señorita y consideran el cariñoso ‘mami’ o ‘papi’, como un exceso de confianza.
Sin embargo, hay algo especial en la forma como en Cusco se usan esas palabras; denotan cariño por el extraño. Usado o no como fuente de acercamiento al comprador, funciona.
Y funciona porque nos acerca a nuestra parte más emocional, a esa que busca la caricia física o verbal; que la necesita como compensación a una vida dura y acelerada.
El problema radica en nuestra necesidad de ocultarlo, nos gusta parecer independientes y fríos porque ello nos protege del dolor.
En tiempos en que los cursos de coaching, Hoʻoponopono, mentoring, inteligencia emocional o comunicación asertiva, son tan buscados; aún no terminamos de comprender y aceptar la sabiduría de lo popular.
El papi o mami, usado con tanta naturalidad resultan un bálsamo para las almas que caminan torturadas por su día a día; resumen dos aspectos importantes para todos nosotros: el lenguaje positivo y la caricia verbal.
Qué fácil es relajarte y sonreír cuando eres tratado con amor, cuando a través de la palabra puedes ser validado como un ser hecho para este amor y no para la fría indiferencia de la palabra que suena a informativo mañanero. Por qué no convertir entonces esto en una forma cotidiana de comunicación que edifique.
Las palabras positivas tienen una repercusión directa en nuestro cerebro. Entonces las palabras que elegimos construyen para nosotros una realidad; las palabras positivas tienen impacto en nuestra salud física y emocional, en nuestras relaciones interpersonales.
Pueden ser motivadoras, motivan a otros y también a nosotros mismos, mejoran nuestro sistema inmunológico. Eres responsable de lo que construyes para ti, pero también de lo que aportas a los demás para su crecimiento.
Así que reparte sonrisas, palabras cariñosas, palabras dulces, y abrazos, si puedes. Todo ello te hará vivir más pleno, más feliz, te liberará de la carga de las emociones que pretendes esconder. Serás más humano, tolerante, empático y humilde.
El mundo necesita geranios que florezcan para adornar cada día, en lugar de una reina de la noche que se haga esperar todo un año.
Seamos geranios, sencillos, curativos, hermosos y capaces de florecer para otros todo el tiempo, a pesar del clima y las adversidades.
*Coach empresarial y de vida
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