Roger Tahua Delgado*
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En la década del 80, Alberto Kenya Fujimori Fujimori, favoreciendo curiosamente a su dos veces ministro de economía, Carlos Boloña Behr (dueño de la academia preuniversitaria, instituto y luego universidad San Ignacio de Loyola), sacó el decreto legislativo 882 que hablaba sobre la promoción de la inversión en la educación.
Así, las universidades privadas que antes eran de todos, o sea, de la comunidad universitaria, pasaron a tener dueños, directorios, gerentes, administradores que las convirtieron en una empresa más. Y como toda empresa, tiene como finalidad la rentabilidad, las ganancias, las utilidades.
Lo que pasó a continuación es que una serie de aventureros vieron en la educación universitaria un mercado propicio para enriquecerse. No para la creación de instituciones sólidas que puedan contribuir con el desarrollo de la educación de nuestro país, sino la oportunidad de hacerse dueños de impensables fortunas.
Las universidades, centros de debate, reflexión y enseñanza desaparecieron. En su reemplazo salieron una serie de edificios con aulas diseñadas para la producción de profesionales. Los tradicionales claustros o los llamados campus universitarios fueron quedando en el olvido. Toda la maquinaria empresarial del marketing, el kaizen, los desempeños y logros fueron puestos al servicio de este nuevo negocio.
Y los estudiantes son tratados como clientes (siempre tienen la razón), de tal manera que si llegan tarde habrá que ser empáticos y dejar que ingresen a las aulas, no importando la disciplina, responsabilidad o formación.
Si no estudian y jalan cursos, habrá que buscar un mecanismo (sustitutorios, recuperación, etc.) que pueda hacer que aprueben, porque resulta que no se puede perder un cliente. Y los docentes son obreros esclavizados por horarios, informes, reuniones, capacitaciones, acreditación, aulas virtuales y encuestas de desempeño.
Y tienen que trabajar en dos o tres lugares para obtener los ingresos que les permita vivir decorosamente y, también cómo no, seguir el ritmo consumista.
Entonces, los defensores del libre mercado, de la privatización, del capitalismo utilitario no se muestren escandalizados cuando escuchan los casos de universidades como Telesup o Garcilaso, porque es su modelo, sus leyes, su constitución la que permite estas empresas universitarias en desmedro de la ya muy baja calidad de nuestra educación.
Solo mantenemos la esperanza de que las universidades públicas, ya que se supone que su finalidad no es hacer dinero, puedan ser las que planteen un nuevo modelo de hacer universidad. En donde regrese el debate, la reflexión y las propuestas a los problemas regionales y nacionales, en donde el estudiante no sea un cliente, y el profesor no sea un obrero más. En donde lo más importante sean las ideas y no los trabajitos con carátula a colores.
*Catedrático universitario
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