(*)Decir que la astronomía andina, en la cual está inmersa el ritual del Año Nuevo andino, es solo de los aimaras, nos parece inadecuado, porque se distingue una mezcla de conocimiento entre los actuales pueblos de habla aimara y quechua, los que han tenido que tomar estos conocimientos de las culturas anteriores a ellos, como la Chiripa, Wankarani o Tiwanacota, que dominaron la mayor parte del continente Sudamericano, como lo indica el desarrollo del área centro y sur andina.
El área centro y sur andina empieza al sur del Perú, desde el valle de Siguas en Arequipa y desde el Nudo de Vilcanota en Puno y Cusco hasta las fronteras con Chile y Bolivia, además de los valles y el Altiplano boliviano, los desiertos de Chile (Atacama) y el norte argentino. A decir de esta ubicación, este ritual también pertenece a los quechuas, y estamos completamente convencidos de la existencia de un verdadero conocimiento astronómico que estaba completamente subordinado a los trabajos agrícolas y a la determinación de las festividades del gran imperio que dominó durante mucho tiempo esta parte del continente, del cual somos descendientes directos.
El solsticio de invierno, momento en el que el Sol está más alejado de la Tierra, marcará para los indígenas aimaras y quechuas el comienzo de un nuevo año. Más de un millar de andinos aimaras y quechuas inaugurarán el “Año Nuevo” en medio de ritos y ofrendas al Inti (Sol) y la Pachamama (Tierra), en el templo de Kalasasaya y en la Puerta del Sol, las ruinas arqueológicas más importantes de Tiwanaku, en el altiplano próximo a La Paz.
Según algunos antropólogos, el sentido del rito es asegurar la reproducción de la vida con las bendiciones del Sol para la siembra y la cosecha, y aunque se realiza desde la década de los años 80 en la ciudad de Tiwanaku, rememora antiguas prácticas de las comunidades aimaras y quechuas.
Más que un rito, celebrar el Año Nuevo andino, para los habitantes de los Andes, es una fiesta de las naciones originarias, porque el homenaje al Sol (Inti) también lo realizan los andinos quechuas.
Las alineaciones del solsticio de verano (P1), el solsticio invernal (P11), y ambos equinoccios otoñal y vernal (P6), vistas desde el centro del Kalasasaya hacia la puesta del Sol (De La Torre Ugarte, 1993).
La celebración de este rito se reinició a fines del siglo pasado como un movimiento de rescate y reivindicación de la identidad indígena, después que en la Colonia se prohibieron los ritos religiosos andinos.
A pesar del valor cultural que se asigna a la cultura andina, la celebración del Año Nuevo se convirtió en una iniciativa de los andinos aimaras bolivianos. Ellos habitan ese territorio hace solo unos 900 años, y hay registros del calendario con más de 5 000 años, por lo que esta fiesta, si bien rescata la cultura aimara, también está íntimamente relacionada con los quechuas que habitan esta parte del territorio sudameriacano.
Tiwanaku, una de las ciudades más antiguas de Sudamérica, y el Samaipata, un bloque megalítico posterior a la cultura tiwanacota, tienen el rango de Patrimonio Cultural de la Humanidad para la UNESCO.
Representación del calendario andino según la interpretación de Posnansky, Muller, y Corvinson, en la halconera oeste del Kalasasaya De La Torre Ugarte, 1993).
Los andinos invocan también la fertilidad de la tierra con el sacrificio de llamas, cuya sangre es una ofrenda al Sol, a la Tierra y a otras deidades andinas para asegurar la prosperidad agrícola y pecuaria.
(*) Transcripción del libro “Tiwanaku y el año nuevo andino”. Investigación Antológica. Págs.202-206.
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